Apresurada,
María recoge de su hogar lo indispensable, varios cobertores, un poco de ropa y
los cargadores de sus celulares. De
pronto, unas voces alertan sobre el regreso de los Marinos. María corre de un
lado a otro desesperada, pide ayuda para cargar sus cosas y lanza una plegaría
con la voz entrecortada: Ay dios mío, ay dios mío, que sea tu voluntad.
Han
pasado más de 24 horas desde el operativo que realizó la Marina Armada en la
sierra de Tamazula, Durango, el cual dejó dos personas muertas, un menor de
edad herido de gravedad, cuatro menores detenidos, cuatro vehículos incendiados
y las acusaciones de los pobladores por la violación a sus derechos humanos.
La
tarde del lunes, María y su esposo vuelven a Topiba para recoger sus
pertenencias y abandonar indefinidamente su hogar. El temor a los Marinos es
latente, un día antes, las balas cayeron desde los helicópteros del “gobierno”.
Para
narrar los episodios que vivieron desde las 11:00 horas del domingo hasta la
madrugada del día siguiente, los nombres de los testigos serán cambiados por su
seguridad.
EL SOBREVUELO
La
pesadilla comenzó a media mañana del domingo 14 de junio, cuentan que las balas
cayendo desde el cielo y el polvo que levantaba su impacto en el piso se podía
observar desde lejos. Los vestigios que quedaron sobre el lugar parecen sacados
de una zona de guerra.
Partiendo
de Tamazula se hacen 20 minutos por un camino de terracería que cruza un arroyo
para llegar al primer pueblo de Los Medios, ahí se habla de una granada que fue
lanzada sobre una pequeña casa pero la ausencia de los pobladores impide
comprobar el hecho.
Medio
kilómetro adelante, un vehículo deportivo de los conocidos como Razer está
calcinado a la orilla del camino. El Razer lo conducía José Roberto N, un niño
de 13 años que asiste a la secundaría de Tamazula y que desde el domingo por la
tarde permanece internado en el Hospital Pediátrico de Culiacán, en Sinaloa,
herido por los disparos de los Marinos y en estado crítico de salud.
Avanzando
casi un kilómetro por el mismo camino y pocos metros antes de la entrada al
segundo pueblo, el de Acachoane, una camioneta tipo Suburban de doble cabina
está consumida por el fuego, el aluminio de los rines derretidos corre sobre el
piso como un río plateado que brilla con los intensos rayos del sol de
mediodía.
Otro
kilómetro después, dos vehículos más, un Jeep y un Rubicón aún humean sobre la
vereda que conduce a la entrada de Topiba, el tercer pueblo. El intenso olor a
plástico quemado penetra en el olfato.
Los
pobladores aseguran que las dos personas muertas que fueron entregadas por la
Marina al Semefo de Culiacán, conducían la camioneta; mientras que los cuatro
detenidos, Emanuel, José Luis, Yasir y Juan Carlos, presentados la mañana del
lunes en la Agencia del Ministerio Publico Especializada en Justicia para
Adolescentes de la capital sinaloense, se trasladaban en el Jeep y la Rubicón.
El
domingo por la tarde tras el operativo de la Marina los carros estaban
intactos, pero al amanecer del día siguiente, cuando los marinos ya se habían
retirado, todas las evidencias del operativo se reducian a cenizas.
Hasta
la tarde del lunes, 24 horas después del arribo de los elementos, ninguna
autoridad de Procuración de Justicia había acudido al lugar para recoger
evidencias de los hechos.
LA MOLIENDA DE CAÑA
José
es albañil. Ese domingo colocaba un piso junto a cinco hombres en una casa de
Topiba, otro grupo de trabajadores se concentraba en la reparación de una
máquina de hielo. Al llegar los Marinos, tiraron a todos los hombres en el
porche de la casa y les taparon los ojos.
De
pie frente al porche, un día después pero aún sin dormir bien, José cuenta que
pasaron 10 horas acostados en el piso ardiendo, en un poblado donde en días
recientes las temperaturas han alcanzado los 40 grados centígrados.
Él
piensa que está vivo porque cuando los helicópteros comenzaron a disparar, José
no corrió.
En
esa misma casa también estaban José Roberto, el niño herido de bala; Emanuel,
José Luis, Yasir y Juan Carlos, los cuatro menores de edad detenidos. Yasir y
Juan Carlos son compañeros de Samuel en la secundaria de Tamazula.
Esa
mañana, los niños y jóvenes se habían reunido en la casa de Samuel para cortar
caña y se preparaban para la molienda pero los helicópteros de la Marina
interrumpieron la convivencia a balazos. Manuel, José Luis, Yasir, Juan Carlos
y José Roberto salieron huyendo en los vehículos con rumbo a Tamazula. En el
camino fueron interceptados por los elementos federales. José Roberto quedó
herido y los otros cuatro fueron detenidos.
Samuel
dice que sus amigos no iban armados, que no escondían nada, que tan sólo se
asustaron con el operativo sorpresa.
La
mamá de Samuel, sus tías y su abuela estaban en misa en Tamazula cuando se
enteraron del ataque de los helicópteros. Eran casi las 12 del día.
Las
mujeres se trasladaron a Topiba de inmediato y pocos minutos después, detrás de
ellas llegó un convoy de más de 20 vehículos de la Marina que no se irían de
Topiba hasta la medianoche del domingo.
En
Topiba hay pocas casas, sólo cinco o cuatro propiedades. La primera casa que se
ubica al entrar al poblado es de dos pisos, tiene una bodega y una enorme
terraza, frente a ella hay otra casa de un piso, con un amplio porche y una
palapa al costado. En esas dos casas se concentrarían los marinos.
En
cada uno de los cuartos de la casa de dos pisos, las chapas fueron rotas a
marrazos y los cuartos registrados minuciosamente, mientras que en la casa de
enfrente reunieron a los hombres tirados en el porche y a las mujeres en el
interior de la propiedad. A ellas les quitaron sus teléfonos y les impidieron
regresar a Tamazula hasta terminar la búsqueda.
Un
día después del operativo federal, refugiados en una casa de Tamazula, los
pobladores responden sigilosamente al preguntarles qué o a quién buscaban los
marinos. Dicen no saberlo pero aseguran que presentarán una denuncia en contra
del actuar de la Marina. A Topiba no regresarán en los próximos días.
(RIODOCE/
MIRIAM RAMÌREZ/ 16 junio, 2015)
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