¿Cómo
huele la muerte en el aliento de un asesino serial de mujeres? ¿Cómo es el
cuerpo propio cuando éste repugna y duele tanto que se quiere huir de él?
¿Cómo retumba la risa de un funcionario
dedicado a procurar justicia cuando se tiembla en una agencia del Ministerio
Público a la espera de contar que una debería estar muerta?
En
2012, el periodista Humberto Padgett platicó con Jazmín, única sobreviviente de
un feminicida que también violó y luego asesinó a otras siete jóvenes mujeres
en la tierra del Presidente Enrique Peña Nieto.
Su
relato se presenta transcrito y apenas corregido, presentado en primera
persona. Ella, Jazmín –pseudónimo solicitado por la joven que habla–, es quien
dice cómo se regresa de la muerte en el Estado de México.
El
Gobierno del Estado de México ha negado reiteradamente que en este territorio
se asesinen mujeres. Foto: Cuartoscuro
Naucalpan,
Estado de México, 16 de junio (SinEmbargo).– En realidad, no pasó mucho tiempo
para que todo sucediera después de que subí al microbús. Era muy temprano, por
la mañana, antes de que saliera el sol. Yo iba hacia el trabajo e hice la
parada del camión.
Estaba
sola y me sentí incómoda pero sólo porque no me gustaba estar sola y que afuera
todo estuviera oscuro. Eran entre las cinco y las seis de la mañana.
Se
puede pensar que un hombre con estas características tiene la palabra violencia
escrita en la cara.
–¿Había
razones para que descubriera, que anticipara que yo… que mi vida estaba en
riesgo al momento de subir al microbús?
–No.
Lo
único que vi es que él parecía dormido. Se veía desvelado. Recuerdo sus ojos
enrojecidos, algo imbécil en su mirada. Quizá estaba drogado. No lo sé.
No
sé si lo empiezo a asimilar y lo pienso bien y me trato de acercar a ese
momento en que lo vi y me siento segura de que no, de que no hubo ningún motivo
o razón para que yo pensara que ese hombre es malo y que tenía la intensión de
hacerme algo, de destruirme, de asesinarme.
Nunca
lo vi venir.
Ni
una sospecha para prever que es la clase de hombre que ahora sé que es él. Y
pensar que le llaman El Coqueto (César Armando Librado Legorreta). Escucho el
sobrenombre y siento asco.
Subí
al microbús de la Ruta 27.
El
vehículo estaba completamente solo. Únicamente estábamos los dos ahí dentro. Lo
abordé cerca de la base, pero no hubo oportunidad de que subiera más gente
porque a los pocos metros se desvió de la ruta.
En
esa desviación me empecé a alterar y le pregunté a dónde me llevaba. No
contestó. Agarré mis cosas. Me desesperé. Y nada… Cerró la unidad y apagó la
luz.
Nunca
he sabido cuántos minutos fueron, porque yo forcejeaba con él para que no me
hiciera nada. Yo sabía que no sólo sería atacada, que no sólo sería golpeada o
abusada sexualmente, sino que también mi vida estaba en un hilo.
Esos
momentos fueron lentos, segundos que pasaban muy lentos y lo único que yo
quería era volver a ver a mi familia… Sin llegar a los detalles, lo único que
yo hacía era luchar por mi vida y luchar por regresar y bajarme de ese
microbús y regresar como fuera a mi
casa, arrastrándome, sangrando de la cara… Así me vieran como pordiosera,
desnuda o semidesnuda, yo quería regresar a mi casa.
Me
defendía como podía y no sé cuánto tiempo pasó, no sé por cuánto tiempo estuve
luchando contra él, hasta que logró que me desmayara. De tanto que me
presionaba el cuello logró que me desmayara. Cuando desperté no supe cuántos
minutos pasaron, no supe ni donde estaba. No fueron horas… apenas pasaron
minutos.
Ese
hombre me dio por muerta. Cuando desperté volví a cerrar los ojos. Quise patear
la puerta para ver si salía, pero como ya no tenía fuerza no podría hacerlo.
Cerré los ojos otra vez, porque vi que venía hacia mí. Me dije: ¿ya qué puedo
hacer? Que me mate, pensé. Entonces mejor cerré los ojos para que pensara… que
estaba muerta o que seguía desmayada.
Permanecí
inmóvil. Él manejaba hacia donde me iba a arrojar. En ese momento pensé que lo
mejor sería cerrar los ojos otra vez, como si yo no hubiera despertado para que
no me viera. Soporté mucho dolor. Yo seguía en silencio. Paró el vehículo, me
arrastró hacia la puerta y me arrojó a la calle.
Y
para mí ese día fue… Fue como el día negro que lo recuerdo y lo empiezo a
recordar y paro. No puedo seguir con ese recuerdo, no puedo seguir metiéndome
en el recuerdo, porque si yo lo recuerdo es como si yo recordara cómo bajé al
infierno.
Con
el paso del tiempo, he tratado de ya no regresar ahí.
Los
primeros días eran pesadillas. Las primeras semanas eran de no dormir, de
llorar, de no tratar de recordar porque sentía que esta persona… Dormitaba y
soñaba con él, soñaba que subía de nuevo al camión, que veía su cara de drogado
y estúpido. Soñaba que me volvía a atacar.
Conforme
ha pasado el tiempo me he sentido mejor. Por supuesto es algo que nunca, nunca
olvidaré. No podré quitar ese día de mi vida. Fue el 21 de junio de 2010.
Foto:
Cuartoscuro
El
21 de junio de 2010, Jazmín fue agredida por “El Coqueto”, el asesino de siete
mujeres en el Estado de México. Foto: Cuartoscuro
***
Subió
a su microbús. Lo seguí con los ojos entrecerrados. No sé cómo lo pude hacer
ahora, fingir que estaba muerta para que no me matara.
Esperé
a que girara su camión. Me levanté. Yo tenía mucho miedo. No me podía levantar,
no podía ver, no veía nada, veía muy borroso. Pero necesitaba irme de ahí a
conseguir ayuda. La colonia es fea, muy, muy fea. No está pavimentada. Pura piedra
y tierra, en Naucalpan.
Cuando
me levantaba, me caía. Me ponía de pie y caía nuevamente. Vi un hombre a lo
lejos. Le quise gritar pero, pero no pude. Él se acercó a mí, le pedí que me
llevara a un sitio de taxis para ir a casa. El hombre me subió primero a una
combi para llegar al sitio de taxis, pero yo iba descalza, sí con mi ropa, pero
descalza y sucia, muy sucia, y golpeada de la cara. Ya había amanecido y todos
me miraban, pero nadie me preguntaba qué me pasaba, qué necesitaba.
Los
recuerdo como sombras, sólo con los ojos vivos mirando hacia mis pies desnudos.
Descalza,
atravesé la calle. Subí a la combi, subí un puente, llegue con las plantas de
los pies cortadas, llenas de astillas.
Así
llegué a mi casa.
Tenía
raspones, tenía la cara muy morada, muy inflamada. Casi me estranguló. Tenía
reventados lo vasitos de los ojos, el cuello lo tenía con las marcas de sus
dedos. En los pies tenía muchos golpes. Todo me dolía: la espalda, el cuello.
Todo.
A
mi mente, en destellos, llegaba la idea de que lo peor ya había pasado.
Cuando
estaba llegando a mi casa, yo quería que mi mamá o mi papá no me recibieran.
Rezaba porque no me vieran. Pensaba que se desmayarían, que tendrían mucho
dolor. Pero ansiaba llegar a mi casa y estar con ellos. El miedo disminuyó
porque ya no estaba en las manos de ese tipo.
Me
quería asear desde que llegué, pero no podía porque me tenían que llevar así al
Ministerio Público. Pero yo lloraba, no podía ni gritar, pero quería gritar que
no quería ya salir de mi casa. Mis papas son unas personas muy sensibles y mis
hermanos también. En todo momento me dieron la tranquilidad para hacer las
cosas, nunca me forzaron. Pero era algo muy importante, que lo entendí y accedí
a hacerlo.
Lo
único que quería era ver a mi doctor y nada más.
No
podía caminar, no podía hablar. Me debieron llevar al Ministerio Público para
denunciar y que me certificara un médico legista.
La
experiencia en el Ministerio Público en el Ministerio Público fue mala, muy
mala. Una atención muy mala, muy denigrante por parte de la médica legista y de
la agente del Ministerio Público, ambas mujeres.
No
podía ni tomar asiento. Me dolía todo. Ni podía hablar. La médica legista me
hablaba como si hubiera subido a la plancha a un perro. Creo que un veterinario
atiende mejor a un animalito. Me hablaba mal, me exigía que hablara más fuerte,
que me sentara bien.
No
podía.
La
agente del Ministerio Público, mientras tomaba mi declaración, platicaba con un
amigo suyo. En ocasiones ni me veía, sólo ponía atención a lo que ese hombre
decía y ese hombre a veces sólo callaba para escuchar los detalles de lo que
había pasado. Fumaban, todo el tiempo fumaron.
Ya
eran las 11 de la mañana y ya no soportaba seguir ahí.
La
agente no me habló mal, pero era una funcionaria con poca experiencia, poco
criterio y ninguna sensibilidad.
Platicaba
con su amigo, hombre, y este escuchando todo. Yo debía decirlo todo y entendía
que al ser la primera debía ser bien concisa, que si me equivocaba en lo que
declaraba yo podría ser responsable de que ese hombre se fuera libre si algún
día lo detenían.
Tuve
que decir todo, cada instante, cada detalle. No podía ocultar nada. Me quería
bañar. Me urgía bañarme. Y el amigo de la agente ahí, fumando y platicando.
Permanecí tres horas y media en el lugar.
Después,
finalmente, pude bañarme.
***
Fui
con el doctor, con mi doctor, con el que yo quería ir.
El
resto del día fui con mi doctor, con mi ginecólogo. Compramos todo el
medicamento necesario para evitar cualquier cosa. No aguantaba la espalda.
Tenía bolas moradas en toda la espalda. Me llevaron también con un ortopedista.
Durante los dos o tres días siguientes fui con un neurólogo, que me estudió la
cabeza, porque la tenía muy golpeada, y un oftalmólogo, porque no veía bien.
Los
siguientes días fueron días de visitas con los médicos, todos particulares.
Toda mi atención corrió por cuenta de mi familia.
¿Cómo
fue la primera noche? No dormí. Intenté descansar sentada, porque no podía
recargar la espalda. Cuando me recostaba sentía que me faltaba el aire por la
presión que recibí en el cuello. Mi mamá estuvo conmigo despierta toda la
noche. No dormí la primera semana.
Pasaron
meses antes de que hubiera un día en que no llorara. Lloraba todos los días. Si
no era en la tarde, era en la mañana o en la noche y más cuando no dormía,
porque también quería dormir y no podía y pensaba… y tenía algo, como un
delirio de persecución. Paranoia. A veces lloraba en la regadera, cuando nadie
me viera.
Tenía
23 años cuando me atacó. Estuve en tratamiento psicológico. Sigo yendo a
terapia. Ya no son tan frecuentes las sesiones, pero sigo yendo. No sé hasta
cuándo.
Foto:
Cuartoscuro
En
distintas ocasiones, familiares y víctimas de la violencia contra las mujeres
en el Edomex se han manifestado por la indiferencia gubernamental. Foto:
Cuartoscuro
***
Me
mandaban llamar mucho del Ministerio Público, pero lo más importante era que la
policía ministerial fuera al lugar de los hechos o que trabajara en ubicación
de esta persona, pero no era sí.
Me
decían que sí iban y no lo hacían. Llegó un momento, ya cuando podía caminar
bien, moverme mejor, sentarme mejor en que salía a buscarlo yo misma. Me
disfrazaba de embarazada o lo que fuera y caminaba por los dos paraderos de
microbuses correspondientes con su ruta para ubicarlo, porque sí tuve la
oportunidad de verle bien la cara.
Alguna
vez, cuando apenas llegaba a la base de camiones, me pareció verlo. Estoy casi
segura que sí era, pero también estoy casi segura de que él también me vio y ya
no volvió.
Ese
día fue de mucho descontrol para quien me acompañaba y para mí, porque ya nunca lo volvimos a ver. Seguí yendo y
yendo durante meses y meses no lo veía. Fui más de 50 veces a buscarlo, era
casi diario. Estaba obsesionada. Sentía mucho miedo cuando salía y cuando
regresaba sin nada sentía mucha impotencia y mucha desesperación.
No
lo encontré.
Llegó
un momento en que ya no pude más y lo
dejé en las manos de Dios: “Dios tú lo vas a encontrar algún día”. Y ya no lo
busqué. Era muy cansado, muy desgastante. Dejé de ir al Ministerio Público a
preguntarles de qué manera ayudaba, porque en vez de decirme ellos cómo me
ayudaban a mí, lo hacía yo.
Me
mentían mucho, todo el tiempo. Me decían que no podían acercarse a la
Secretaria de Transporte y Vialidad del Estado de México, incluso me proponían
que yo lo hiciera. Que yo tenía que investigar los gafetes y licencias de los
conductores. Siempre había toda clase de pretextos para no hacer las cosas.
Me
pedían dinero. Desgraciadamente al principio sí dimos casi 10 mil pesos hasta
que llegó un momento en que les dijimos a los policías ministeriales que no les
daríamos más. Dimos el dinero por desesperación, para que empezara la
investigación. Había una abogada que se nombró, no quiero decir el nombre, como
mi coadyuvante y a través de ella dimos el dinero. No sé si realmente entregó
el dinero, que nos dijo era para la Policía Judicial y para la agente del
Ministerio Público, o si se lo quedó todo ella.
¿Qué
harían con ese dinero? Su trabajo, nada más. Decían que necesitaban eso para
hacer su trabajo. Y no lo hicieron.
Ya
no fui a preguntar más, a pedir que buscaran a ese hombre y lo encerraran. Dejé
de ir porque me cansé de ver que en realidad no les importaba nada.
***
Un
día de fines de febrero de 2012, me llamaron y me dijeron: “necesitamos que
reconozcas a un sospechoso”. Primero dije que no iría, porque ya estaba harta.
Alguna vez anterior fui a identificar a otro que no era. No quería hacer nada,
por desánimo, por decepción.
Me
dijeron que al parecer era esa persona y que había otros casos y que era
necesario colaborar, porque en los otros casos ya no había quien lo reconociera
porque las había matado.
Eso
fue lo que me motivó a hacerlo. Me paré al otro lado de la cámara de Gesell. Su
mirada, sus ojos, su boca. Su mirada como si estuviera drogado, cansado,
desvelado.
Lo
reconocí de inmediato.
No
pedí tiempo para nada, ni para pensar. Vestía pantalón de mezclilla y una
sudadera gris. Lo hicieron hablar para que reconociera su voz. Habló una vez,
habló una vez pero dijo una tontería y le pegaron, bueno, no le pegaron, le
jalaron de cabellos. Quiso pasar como inocente.
Cuando
lo vi, sentí mucho coraje, pero a la vez sentí alivio. Yo nunca dudé que
sentiría ese alivio. Todas las noches soñaba, todos los días luchaba pensando
cuándo lo detendrían. Pedía a Dios que cuando lo encontrara sí fuera él y que
yo lo reconociera sin duda alguna.
Y
así fue y a la vez me sentí descargada. Lloré mucho, lloré mucho ese día. Era
distinto. Lloraba con mucho sentimiento. No lloraba de miedo ni lloraba de
coraje. Sólo lloraba.
De
todo me despojó, menos de mi ropa. Robó mi bolsa y con ella mi cartera, dinero,
lentes, cosméticos. Le encontraron cosas, pero no sé si de las mías. Yo no
quise pedir nada o preguntar si habían encontrado algo mío, porque no quería
ver ni tener nuevamente nada.
Pero
cuando lo tuve a la vista y recordé su mirada, dije: sí, es él.
***
Yo
no había escuchado de los asesinatos, de asuntos parecidos al mío. Hubiera
corrido a pedirles que sacaran mi archivo de la reserva. Mi expediente es una
averiguación previa y los de las otras mujeres atacadas, las muchachas que
murieron, son carpetas de investigación, porque entre el momento en que yo fui
atacada y en el que ellas fueron asesinadas se hizo el cambio en el sistema
judicial del Estado de México.
Un
funcionario de la Procuraduría de Justicia del Estado de México me dijo así,
textualmente: “Me tuve que aventar un clavado para sacar tu averiguación”. Yo
ya estaba resignada a que no habría justicia.
Me
enteré que había otras víctimas. Él quiso matarme y se los dije desde antes.
Les pedí que no lo dejaran, que siguieran con la investigación. Se lo pedí a
varias personas del Ministerio Público: “Si no lo hacen, sino lo detienen, él
sí matará a otras personas porque él tuvo toda la intensión de hacerlo
conmigo”, les advertí. Y obviamente cuando me enteré que hubo otras víctimas,
tuve mucho coraje. Y lloré de dolor.
Dos
días después, el 28 de febrero, prendí la computadora, vi las noticias y lo
primero que encontré es que ese hombre se había fugado. Protestamos. Me
dijeron que lo iban a encontrar, que
estuviera tranquila. ¿Cómo estar tranquila? Un día lo detuvieron y al siguiente
se escapó. Me dio miedo y coraje: si ya lo tenían, ¿cómo es que se les fue? Nuevamente,
no quedaba más que esperar.
Pensaba
en la versión de la fuga, en la historia de que se había quitado las esposas y
que luego saltó del tercer piso de una ventana de la Subprocuraduría de
Tlalnepantla, junto a la cárcel de Barrientos. Y lo único que me provoca ahora
esa versión de la Procuraduría es risa.
Yo
vi las ventanas de ese lugar y una persona no cabe por ese hueco. Si lo hace y
brinca, no me cabe duda, se mata, pero ya no quise entrar en detalles con
ellos. Solamente me dijeron eso, que se les escapó a los policías.
La
fuga fue otra re victimización en mi contra y de las demás chicas, las que ese
tipo sí logró asesinar.
Si
el Ministerio Público hubiera hecho lo
que tenía que hacer en mi caso, tengo la seguridad de que al menos tres más
estarían vivas, porque estaba muy cerca de ellos y estaba muy clara la manera
en que ese hombre cometía los ataques.
Yo
les describí el microbús y el sitio exacto en que me subí al camión. Cómo era
él y cuántos años tenía. En qué ruta trabajaba. Lo tenían todo y atacó a siete
más, por lo menos. A todas las mató.
No
era que los investigadores necesitaran ir lejos o que necesitaran dinero para
sus teléfonos celulares. No, no, no. Esta persona trabajaba muy cerca de ellos,
en las colonias aledañas, alrededor del Ministerio Público.
Su
microbús pasaba casi junto a sus oficinas.
***
Tiene
poco tiempo que en realidad me empecé a sentir mejor.
Tengo
26 años. Estoy por entrar a la universidad y también trabajo. Soy hija de
familia desde siempre. Mi deseo es formar una familia y seguir adelante. Tengo
muchas expectativas y mucha cosas por hacer.
Quiero
estudiar Derecho. Siempre me ha gustado, siempre he tenido esa cosquillita. Sé
que no es una carrera fácil y que es un poco demandante, pero es algo que me
gustaría hacer. Me gustaría estudiar fotografía y formar una familia.
Me
gustan muchos los niños. Ojalá algún día pueda tener por lo menos uno, pero me
gustaría que fueran más. Me gustan las fiestas importantes, como la Navidad,
aunque en realidad me encantan los domingos. No me gusta que sólo nos reunamos
durante Año Nuevo si tenemos la oportunidad de hacerlo cada ocho días. Somos
una familia mediana y muy unida. Tal vez por eso nos podemos ver con más
frecuencia.
Tengo
hermanos tres hermanos. Somos cuatro en total.
Estudié
en escuelas privadas y públicas.
Me
gusta toda la música. Me gusta mucho Celine Dion, ese tipo de música, más
tranquila. Me gustan los colores rojos y morados. Me gustan mucho los chiles en
nogada, los tacos… La comida mexicana.
Mi
película favorita es “Un amor para recordar” (Adam Shankman, 2002). Trata de
una pareja de muchachos que son rechazados en su escuela y que se conocen en
una obra de teatro y ahí se enamoran.
Ese
hombre ya se salió de mis pesadillas. Aún tengo esos recuerdos, como flashazos,
que intento evitar que no me afecten, que no se me aferren a la mente y me
arrebaten otro día. Ahora siento con seguridad de que podré dejar todo atrás.
Nunca
me ha faltado el apoyo ni el amor de mi familia, ni de mi novio. Ya puedo salir
a la calle con más tranquilidad, con más seguridad. Con límites, ya no como
antes, sola. No es fácil salir sola nuevamente. No puedo subir sola al
transporte público.
Es
un caminar largo, pero a la vez estoy agradecida con Dios porque estoy viva. Nada
más por eso.
Nota:
Jazmín es el pseudónimo elegido por la única víctima sobreviviente de César
Armando Librado Legorreta El Coqueto. El
cambio de nombre obedece a la petición hecha por la víctima.
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