lunes, 12 de agosto de 2013

QUIERE SER PADROTE, IGUAL QUE SU "PAPÁ"

EL NIÑO NO TITUBEA, A SUS DIEZ AÑOS

Prostituían a su mamá y tía; “Juan” las tenía amenazadas, dicen

Said BETANZOS
TIJUANA.- “Yo quiero tener muchas viejas como mi papá”, expresó sin titubeos y voz fuerte un niño de apenas 10 años, cuyo padrastro prostituía a su mamá y su tía, ambas de origen hondureño. La historia de las hermanas “Amalia” y “Rosita”, como nombraremos a las víctimas por razones obvias, se remonta al año 2002. 

“Soy la segunda de diez hermanas”, contó Amalia. Hoy tiene 31 años cumplidos. 

Lo que jamás olvida es cuando habló por teléfono con su cuñado y le comentó: “Ya sé, estás muy buena”. 

Le dio mucho miedo, pero no tenía otra forma de contactar a Rosita, a quien no veía desde que emigró a México. 

“Viviamos en el cerro allá, en una casita de varitas y piso de tierra”, así describió su hogar en natal Honduras. 

Al platicar su corta vida, se remontó a su humilde infancia. 

Hija de un padre dedicado a la siembre de maíz y cacao, era el único sostén de la numerosa familia. 

Su mamá era la ama de casa dedicada a sus hijos, y vendedora de pan cuando lo permitían el tiempo y el dinero para comprar los insumos. 

Rosita empezó a trabajar en la limpieza de casas y a veces cocinaba. Al paso del tiempo se embarazó. 

“Fue una relación de un día. Tenía 18 años. La corrieron de mi casa, pero le dieron la oportunidad de quedarse si se casaba, pero les dijo que no amaba al muchacho”, recordó Amalia, quien se enteró de esa situación años después. 

LOS DÓLARES QUE NO CONOCÍA 

En México, su hemanna conoció en Puebla a “Juan”, quien le propuso viajar a Tijuana para ganar dólares y tener una mejor vida. 

Ella no sabía ni qué eran los dólares, pero se oía bonito y decidió aceptar la propuesta de quien entonces era su novio. 

Viajaron a la frontera de Tijuana en al año 2002. Tuvo a su hijo Manuel, a quien su pareja le dio su apellido como muestra de su gran afecto y cariño. 

El dinero en el hogar empezó a hacer falta. El hombre propuso a Rosita prostiuirse en la Zona Norte, pero ella se negó. 

Decía su familia en Honduras es muy católica y su mamá siempre les habló de Dios y los valores. 

No pasó mucho tiempo, cuando entonces ya esposo la invitó a convivir con otros matrimonios. Ahí se enteró las esposas se vendían con fines sexuales para ayudar en la económía del hogar. 

Le decían “era normal”. 

Nada de eso le contaba a sus padres en cuando les llamaba por teléfono. Siempre les describía una vida diferente. “Soy secretaria en unas oficinas”, comentaba. 

VIAJE A MÉXICO 

En el año 2004, Amalia decidió hablar por teléfono con su hermana, quien ya tenía dos años en México. 

Siempre contestaba Juan. Le pedía comunicarse con Rosita, pero las excusas para no contactarla eran siempre, sólo que siempre repetía: “tu hermana vive como una princesa”. 

Cumplidos los 22 años, decidió abandonar su natal Honduras para buscar a su consanguínea. 

No lo hizo sola, viajó con su amiga “Marilú”. 

Durante varios meses ahorró, con ese dinero viajó a Guatemala. Llegó hasta Tecunumán, en donde está la frontera con Chiapas, México. Ahí cambió el dinero que tenía por quetzales. 

“Ahí cruzan con balsas. Entonces le dijimos a un señor que si nos llevaba y le di el dinero, pero me dijo 

: Eso no te alcanza. Entonces me di cuenta que me robaron dinero”, relató la hondureña. 

Un hombre, esposo y padre de familia que conocieron ese día, las ayudó en aquel entonces. 

Era el mes de noviembre cuando por fin lograron cruzar a la frontera de Chiapas, en donde volvió a contactar a su cuñado. 

Volvió a explicarle su interés de buscar a su hermana para visitarla, también le narró no podía llegar porque le robaron el poco dinero que tenía en el cambio a quetzales. 

Le propuso a Amalia y Marilú se quedaran en un hotel en Chiapas, en donde a los tres días envió a una persona para trasladarlas a Tlaxcala. 

“Se portó muy buena gente con nosotras”, narró al Agente del Ministerio Público de la Unidad de Trata de Personas que inició la investigación para lograr captura del cuñado. 

LA CAPITAL DE LOS PROXENETAS 

“Don Jacinto” se encargó de llevarlas en un auto particular a Tlaxcala, una de las entidades de México, de donde provienen el mayor número de explotadores sexuales de mujeres en el país.

Conocieron a los papás de Juan. Las jóvenes se deslumbraron al disfrutar las comodidades que tenían, eso llevó a Amalia a pensar en lo bien que la pasaba Rosita. 

En esa casa vivieron un mes y medio, hasta que el esposo de su hermana acudió por ellas para traerlas a Tijuana. 

Antes Don Jacinto les entregó actas de nacimiento falsas con domicilios en Tlaxcala. Así tramitaron la credencial de elector del IFE. 

Cuando el cuñado las trasladaba al Distrito Federal, se encontraron con unos policías federales, a quienes sobornó con unos cuántos billetes. Ella creyó era por los documentos falsos. 

Llegaron a la capital del país, en donde viajaron en avión al Aeropuerto Internacional de Tijuana. A su arribo se fueron a la casa de su hermana en la colonia Independencia. 

Tras el reencuentro con su hermana, conoció a su sobrino Manuel. Se enteró entonces que en Honduras estaba embarazada y por eso se había ido de casa. 

LAS ZAPATILLAS DE LA TELEVISIÓN 

Los primeros días transcurrieron sin problemas, pero Amalia notaba algo extraño en la vida de su hermana. 

“Acudimos a una fiesta, en donde la esposa de otro amigo de mi cuñado nos comentó era prostituta”, relató. 

En la casa de su hermana vio unas zapatillas con tacón muy alto, eran bonitas y muy parecidas a las que alguna ves vio que en la televisión usaban las bailarinas. 

“En la montaña donde nacimos no existe eso, por eso yo pensé era normal”, describió al agente del Ministerio Público de la Unidad de Trata de Personas. 

Amalia por más de siete horas platicó cómo se inició en la prostitución, donde las millonarias ganancias acumuladas casi una década hoy las disfruta su cuñado en esta ciudad fronteriza. 

¿Porqué usas esas faldas tan cortas?, decidió preguntar Amalia al observar a Rosita con una faldita entallada a su delicado cuerpo. 

“Para trabajar, así voy a mi trabajo. Bailo en un bar”, dijo. 

Entonces cuestionó sino no le daba pena que la vieran tantos hombres. No le respondió, pero le propuso trabajar juntas. 

“Si quieres mi esposo te puede conseguir trabajo. Es sencillo, sólo es bailar”, mencionó. 

Se negó. En su hogar le inculcaron una vida apegada a la religión, en donde ese mundo oscuro, platicó, era para los hijos alejados de Dios. 

LA VIOLENCIA LLEGÓ A CASA 

Rosita terminó de maquillarse como todas las noches para irse a trabajar a un bar de la Zona Norte a donde siempre la llevaba su esposo o “Jaime”, el empleado que se encargaba de vigilarla y atender los mandados. 

Amalia recuerda cada día, cada palabra y circunstancia en su vida en Tijuana, donde el sueño de tener una familia como en la que se crió, se esfumó en sus ganas de regresar a Honduras. 

Para ella su cuñado era una persona muy amable, educada y valioso porque la ayudó cuando más lo necesitó. 

Estaba agradecida con él, así lo hizo saber a su hermana, pero ese rostro amable terminó cuando una tarde llegó a la casa. 

Empezó a discutir con Rosita. Se encerraron en la recámara, pero ni eso impidió se escucharán los gritos de la mamá de Manuel. 

Juan estaba encima de ella cuando empezó a darle una serie de cachetadas. “Te lo mereces por portarte mal”, continuó los golpes y le advitió “te lo mereces, ya sabes, sí lo vuelves a hacer te voy a desaparecer”. 

Como era costumbre, el hombre se fue. Ella estaba con múltiples golpes en todo el cuerpo, ni siquiera podía moverse. 

¿Qué le pasó a Juan, siempre ha sido muy buena gente”, preguntó a Rosita, quien contestó “es muy malo, siempre hazle caso en lo que te diga”. 

Esa situación la mantuvo en cama unos 10 días, tiempo en que no acudió a laborar como “bailarina”. 

SIN REGRESO A HONDURAS 

Al restablecerse de salud y en condiciones para volver a darle las ganancias diarias a su marido por las caricias vendidas al por mayor, Amalia dedidió mejor volver a Honduras. 

“Me quiero regresar a mi casa”, propuso la joven a su cuñado quien le aseguró tendría sus boletos de retorno a su país. 

Le mintió. Esa noche Juan regresó a la casa en donde vivían. No llegó sólo, lo acompañaban tres amigos. 

Tenían cervezas para divertirse toda la noche, en el estéreo puso la música a todo volumen y empezó la fiesta. 

“Era la una de la mañana cuando él se fue a donde estaba y empezó a golpearme. Yo le pedía se detuviera”, recordó. 

Su declaración ministerial la rindió en el año 2012, pero cuando narra su tragedia parece haber ocurrido ayer porque no pierde ningún detalle. 

Rosita era testigo de la golpiza, pero no hizo nada para ayudarla. “Dejé de sentir los brazos, luego me desmayé y cuando desperté me seguía golpeando”, describió. 

“Le pedía ya no lo hiciera”, pero sus reclamos fueron en vano. Cuando él se cansó la dejó en paz. 

La imagen del cuñado bueno se terminó. 

INICIÓ LA EXPLOTACIÓN SEXUAL 

“Ya no me negué”, declaró Amalia al Fiscal en las oficinas de la Subprocuraduría de Justicia en Tijuana. 

Juan le aseguró sólo iba a bailar en el table dance y a él debería entregarle 60 dólares diarios. 

Esa noche vistió una blusa de color rosa y un pantalón blanco entalladísimo que hacía resaltar su escultural cuerpo. 

“Me acuerdo muy bien, era abril del 2005” cuando me llevó al bar de la Zona Norte, relató. 

No iba sola, le acompañaba su hermana. A partir de entonces iba a trabajar de ocho de la noche a siete de la mañana. 

El modus operandi en el bar era conocido. Se tenía que hablar con el encargado, quien a todas las “chicas” les decía las reglas del negocio. 

“Me llevó con el encargado, quien me explicó cómo iba a fichar, cuánto debía cobrar y si quería ir al cuarto tenía que cobrar a los clientes una cantidad, de los cuales debía dar una parte al bar y el resto era para mi”, contó. 

Entonces tenía 24 años Amalia. El “gerente” le entregó su tarjeta sanitaria para no ser molestada por el personal de Inspección y Verificación del Gobierno de la ciudad. 

“Observaba con miedo alrededor porque soy cristiana”, dijo, “pensé que en ese momento se me iba a aparecer Dios y me diría soy una pecadora”. 

Las primeras dos semanas no se acostó con ningún cliente, sólo hacía su streptease y “fichaba”. Eso le costó que su cuñado la dejara varios días sin comer. 

“Juntaba lo más que pudiera de dinero, pero él siempre me pedía más dinero”, narró. Por siempre eso trataba de hacer consumir cervezas a los clientes y bailar con ellos. 

Ante las presiones del esposo de su hermana, una noche decidió venderse sexualmente a un señor mayor.

Juntos caminaron rumbo al cuarto de paso. Ambos se desnudaron para concluir la transacción para satisfacer el bolsillo de Juan. 

“No pude. Me puse a llorar, no podía”, relató. 

El cliente no reclamó y le contó era su primera vez como sexoservidora. Le regaló 40 dólares, ella se vistió y volvió al bar. 

A partir de esa noche empezó a entablar mayor comunicación con otras sexoservidoras, a quienes relató lo sucedido. Creyó encontrar alguna palabra de aliento para superar lo vivido. 

“Ellas me dijeron no me preocupara, eso era lo más normal y lo más sencillo también”, contó para después volver con otro cliente. 

A TRABAJAR, SE NECESITA DINERO 

Al paso de los días, Juan aumentó la tarifa a Mariana. Debía entregar 200 dólares al día, pero la cifra siempre incrementaba. 

El miedo a sufrir golpes y malos tratos le impidió hacer algo en su contra, más aún porque era ilegal en el país y temía la deportaran. 

Del dinero que ganaba le enviaba a sus papás 400 dólares por mes, su hermana hacía lo mismo. Por eso ellos pudieron comprarse en Honduras un terreno y construir una casita. 

Al paso de los años conoció a otra mujer, quien se enteró era también explotada sexualmente por el esposo de su hermana. 

Se enteró a Juan lo conoció en Chiapas y de allá la trasladó a Tijuana para que también vendiera su cuerpo en el mismo bar. 

A finales del 2008 y principios del año 2009, uno de los clientes del table dance se enamoró de Amalia. 

Todos los fines de semana frecuentaba el lugar para estar con ella.

Un día le propuso dejar de ser explotada e irse a vivir juntos, dejar esa vida para iniciar otra muy diferente. 

Ella se negaba. Tenía miedo. Argumentaba el esposo de su hermana la iba a golpear como en otras ocasiones sucedía. 

Después de varios intentos lo logró. Se fue a rentar un departamento, aunque un par de veces Juan trató de llevársela por la fuerza. 

Ella pedía ayuda al gerente del bar y los meseros, a quienes les decía, él pretendía golpearla. Como en el negocio no querían problemas, decidieron defenderla y así lo ahuyentaron. 

Pero no dejó la prostitución por las redituales ganancias económicas. Continuó en el bar y reuniéndose con el cliente, con quien tampoco se unió para formalizar una relación o formar una familia. 

EL CUÑADO ESTÁ LIBRE 

Este caso de Trata de Personas se descubrió el 20 de octubre del 2012. Ese día Rosita le llamó por teléfono a Amalia. La invitó a su fiesta de cumpleaños. 

Acudió. Todo transcurrió con tranquilidad entre las cervezas y la música. 

Juan le regaló a su esposa un IPhone por su cumpleaños número 28, ella le entregó el teléfono celular que traía. Él lo guardó en la bolsa de su pantalón. 

Llegaron varios mensajes de un supuesto cliente. Le pedía se vieran en algún punto de la ciudad, eso enfureció al marido, quien preguntó a su mujer quién era esa persona. 

Ella negó conociera a esa persona. Frente a lo invitados empezó a golpear a su mujer, quien en esta ocasión resultó muy lesionada y por eso acudió al doctor al siguiente día. 

Amalia no quiso pasar por alto las agresiones y llamó por teléfono a la Policía Municipal, a quienes contó su cuñado las explotaba sexualmente. 

Llegaron a la casa de Rosita, quien aceptó lo sucedido ante los oficiales, incluso les expresó “aún me siento mal por los golpes que me dio”. 

Las llevaron a la agencia del Ministerio Público, en donde empezaron a narrar sus historias. En el caso de Rosita creyó estaban detenidas porque usaban documentos legales con actas falsas. 

QUIERO SER COMO MI PAPÁ 

Ahí el hijastro de Juan declaró como testigo. 

¿Qué quiénes ser de grande Manuel?, preguntó una agente del Ministerio Público. 

“Yo quiero tener muchas viejas como mi papá”, respondió de inmediato el niño de 10 años. La funcionaria no pudo ocultar su asombro. 

Le cuestionó el por qué y le explicó así tendría mucho dinero pero aclaró “yo no las voy a golpear como mi papá. Y a mi mamá la voy a cuidar”. 

Al esposo de Rosita lograron detenerlo las autoridades ministeriales y ponerlo bajo arraigo. 

Pero un Juez Penal determinó que no iban a enjuiciarlo por el delito de Trata de Personas sino lenocinio, pues en el caso de Amalia todo ocurrió antes de julio del año 2011, cuando entró en vigor la Ley que castiga ese ilícito en Baja California. 

Además al estar bajo proceso Juan, su esposa negó ante el Secretario de Acuerdos la primera versión rendida ante el Ministerio Público sobre la explotación a la que era sometida. 

Ella en la actualidad no se prostituye porque de esa forma a su marido no pueden fincarle cargos por explotador sexual. Su hermana continúa como sexoservidora en la Zona Norte. 

El cuñado salió libre al pagar una fianza de casi 300 mil pesos. Continúa su vida holgada en Tijuana, en donde tiene autos y una buena vida, además de un buen abogado que atiende esta demanda penal. 

Sus gastos los paga con las ganancias generadas por el dinero que obtiene de una purificadora de agua y una florería, de su propiedad.

Hasta hace unos meses, iba a abrir un restaurante de comida japonesa. Los negocios los inició con las ganancias de la explotación sexual de su esposa, su cuñada y otra mujer, a quien nunca pudieron encontrar las autoridades porque al parecer se fue de Tijuana.

(EL MEXICANO/ Said BETANZOS / 12 de Agosto 2013)
 
 

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