Hoy, a 48 años de lo sucedido, el ahora
profesor de filosofía y psicólogo de la Jurisdicción Sanitaria neolaredense
sigue sintiendo inseguridad y enojo al ver militares rondando por las calles
NUEVO LAREDO.- Eran 10
militares armados los que entraron aquella tarde del 2 de octubre a la Escuela
Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME), del Instituto Politécnico
Nacional (IPN). Perseguían a 15 jóvenes que, en su desesperación, sólo pudieron
esconderse tras unos pilares ubicados a la orilla de un pasillo.
Mario Riestra Ortiz, quien
entonces tenía 17 años, recuerda perfectamente como uno de los militares, con
toda la tranquilidad del mundo, comienza a montar una ametralladora sobre un
tripié tan corto que debe operarse desde el piso. El soldado se sentó con parsimonia,
jaló el gatillo y mató a los muchachos.
Los otros nueve elementos se
desplegaron y rodearon la cafetería donde él y sus dos compañeros tamaulipecos
se encontraban estudiando. Tenían menos de dos meses desde que llegaron a la
Ciudad de México con la intención de volverse expertos en motores a diesel.
Hoy, a 48 años de lo
sucedido, el ahora profesor de filosofía y psicólogo de la Jurisdicción
Sanitaria neolaredense sigue sintiendo inseguridad y enojo al ver militares
rondando por las calles.
“Los soldados comenzaron a
disparar y agarré mis libros y le dije a mis compañeros que nos fuéramos. Vi
como muchos estudiantes habían caído.
“Desde el momento que fuerzas
públicas están invadiendo un recinto educativo autónomo, con razón o sin razón
(…) ¿Cómo quieres que no tenga una mala perspectiva del gobierno? ¿Quién es el
que violenta más los derechos de los ciudadanos?”, razonó Mario Riestra,
mientras aprieta sus manos rojizas con fuerza.
Él y sus paisanos
identificados como Antonio Covarrubias y “la chapuza” salieron por atrás del
comedor, aprovechando que los soldados abrían fuego contra las demás personas.
Corrieron casi seis
kilómetros desde este punto del norte de la megalópolis hasta llegar a Calzada
de San Cosme, donde se encontraba el complejo departamental donde ellos vivían
junto a otros cuatro jóvenes.
“La mujer que nos daba
asistencia nos dijo que no entráramos al edificio porque habían muchos soldados
y gente armada adentro. Como ahí encontraron propaganda para las marchas, todos
los objetos volaban por la ventana: papeles, libros, ropa. Todo tirándolo a la
calle. Ella nos escondió”.
“Nosotros llegamos a la
Ciudad de México cuando ya estaba bastante caldeado el asunto. Y como buenos
provincianitos, nosotros llegamos a estudiar. Pero aquél día, todo lo que olía
a estudiante era llevado por los militares”.
Tras nueve horas de
escondite, él y sus compañeros subieron a sus habitaciones para tomar la mayor
cantidad de pertenencias en el menor tiempo posible. Todo lo metieron a cajas
amarradas con hilo que cargarían durante los siguientes ocho días, luego de
abandonar la ciudad y caminar por el monte.
“Centrales de autobuses y
trenes estaban intervenidos por gente del gobierno. En las salidas de las
casetas estaba igual. Salimos de la ciudad sin saber siquiera donde estábamos,
porque no éramos de ahí ni conocíamos la ciudad. En el camino algunas personas
nos daban de comer, otros nos tenían desconfianza por nuestra apariencia
harapienta y de estudiante”.
Los tres llegaron juntos a la
central de autobuses de San Luis Potosí. Tardaron tres días para enviar un
telegrama a Victoria, Padilla y Jiménez, ciudades de donde eran originarios
respectivamente. Finalmente, luego de dormir en este lugar, el padre del ahora
profesor envió dinero para que retomaran el camino hacia Tamaulipas.
“Yo duré 20 años sin ir a la
Ciudad de México. Y fui porque me mandaron desde Nuevo Laredo. Me resistí
mucho. Cuando llegué me sentí bien inseguro. Me decían que estaría en el mejor
hotel y demás, pero me hubiera gustado que ellos hubieran visto lo que yo vi”.
La llamada “Matanza de
Tlatelolco” inició a 5.7 kilómetros de la ESIME, en la Plaza de las Tres
Culturas. Estudiantes del IPN comenzaron una pelea contra alumnos de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) meses atrás. Y tras el uso
excesivo de la fuerza ejercido por la policía capitalina, y luego de la
politización del movimiento, el entonces presidente de México, Gustavo Díaz
Ordaz, autorizó la represión castrense con armas de fuego, mismas que también fueron
accionadas por un grupo paramilitar conocido como “Batallón Olimpia”, formado
para salvaguardar las olimpiadas que se llevarían a cabo aquel año en el
entonces Distrito Federal.
“Nos hemos dado cuenta que el
gobierno no da una desde hace muchos años; la Expropiación Petrolera y la CFE
fue lo último. Yo soy muy agresivo siempre que veo a ese tipo de gente que te
para. Ellos están para cuando el país se encuentra en peligro de una invasión o
de guerra, no para la seguridad del país. Y como quiera, si alguien te hace
algo en tu casa ninguna autoridad es capaz de ayudarte”.
Mario Riestra no recuerda
muchos detalles sobre aquel día en la cafetería: desconoce si eran 13 o 15
estudiantes, no sabe con certeza si eran 10 o más militares, y sigue sin
recordar si eran más o menos de las 5:30 de la tarde. Pero lo que vio y sintió
en ese momento, el estruendo y las ráfagas que se escucharon dentro de su
universidad, son cosas que no olvidará jamás.
El 2 de octubre no se olvida.
(EL MAÑANA/ MARCELO REYES | 02/10/2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario