El enviado
Javier Valdez
El hombre se paró en
su puerta y tocó el timbre. Salió ella y luego su hija. Con voz pastosa
preguntó si ahí vivía tal persona. La madre, esposa del susodicho, contestó que
sí. No está y no sé cuándo regrese. Aquel insistió. Quería saber dónde lo podía
encontrar. No sé. No sabemos nada. Solo se fue.
Dos días antes el
esposo había llamado. Lo hizo desde un teléfono desconocido. Le explicó a su
esposa que había tenido que irse inesperadamente: hubo unos problemas y tuve
que perderme, luego te explico. Dile a mi hija que la amo y que no sé cuándo
volveré ni dónde estoy.
El hombre permaneció
ahí parado, asomándose a la casa, queriendo captar todo desde la puerta. Su
esposo nos debe y mucho. Al patrón no le disgusta la casa. También tiene
carros, quizá joyas. Obviamente su esposo le quedó debiendo dinero y el jefe
quiere recuperarlo. Sabemos que no tiene efectivo. Así que las propiedades
estarían bien.
Hosco y seco. Su voz
de estopa y grietas se imponía. Su porte era marcial: pelo corto, pantalones de
vestir pero no de marca; zapatos lustrados y negros, camisa desfajada para
hacer invisibles los bultos; mirada de témpano y de pocas muecas al hablar.
Brazos abajo, siempre. Manos abiertas. Casi ningún movimiento.
Hasta ese momento
ellas desconocían del adeudo. Intuían a quién le debían. Se les ocurrió buscar
a un abogado conocido, de esos de alcurnia. Encontraron a uno de confianza. Le
hablaron y le pidieron que negociara. Aceptó y a las horas lo visitó el hombre
que antes había hablado con ellas.
La casa está bien. O
los carros o las joyas o terrenos. Él se espantó y le pidió tiempo. Dos días,
que no pase de ahí. Como despedida le dejó un sobre con datos precisos: eso le
indicaba que sabían quién era y que él debía saber quiénes eran ellos. Debía
cumplir.
Qué es esto, de qué
se trata, les dijo con un aire huracanado entre sus manos y en esa voz
contaminada de angustia y una gorda tormenta de incertidumbre. No sabemos nada,
solo que aquel tuvo que irse y que no hay tiempo. Hay que pagar. Hicieron
cuentas: dos carros, las joyas, algo de efectivo.
Citaron al enviado
aquel. Llegó puntual al despacho. El abogado se escamó. No quería que lo vieran
con él y menos ahí, por eso le pidió que se vieran de nuevo en el sótano del edificio.
Le entregó los papeles de dos carros, uno de ellos de modelo reciente. Pujó
cuando vio los detalles, que ya conocía de sobra. Bueno, está bien. Pero hay un
remanente, le dijo.
Sí, sí, claro. Y le
dio una bolsa pequeña, de tela, con algunas joyas. Con esto queda todo saldado,
licenciado. Y por favor no cuente nada de esto. Ni tenga preocupación alguna.
Eso sí, pórtese bien: le apuntó con el dedo y lo miró fijamente, y se retiró.
(RIODOCE.COM.MX/ Javier Valdez/ Febrero 24, 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario