Rafael Croda
Jhon Jairo Velásquez
Vásquez, 'Popeye', ex jefe de sicarios de Pablo Escobar Gaviria y asesino
confeso de “más o menos” 200 enemigos propios y del Cártel de Medellín,
recuerda la Tijuana de finales de los ochenta como una ciudad violenta y
desafiante.
“Tijuana era
peligrosísima y de lo más que se tenía que cuidar uno era de la Policía. Uno
sabía que la policía mexicana era la más corrupta del mundo y en la época en
que yo iba, si uno llegaba con 10 mil dólares a México la Policía lo
desaparecía”, dice 'Popeye' en entrevista con Proceso en la cárcel de alta
seguridad de Cómbita, 170 kilómetros al noreste de la capital colombiana.
Viajó varias veces a
México a finales de los ochenta como emisario de Escobar, el extinto jefe de la
organización de Medellín. Recuerda la Ciudad de México, los largos pasillos del
aeropuerto y los vuelos de conexión hacia Tijuana y Ciudad Juárez, donde se
entrevistó con Amado Carrillo Fuentes, 'El Señor de los Cielos', jefe del
cártel, para “cuadrar” los primeros embarques de cocaína desde Sudamérica.
Eran otros tiempos,
afirma. El grueso del negocio de la droga lo manejaban los colombianos. Hoy,
más de dos décadas después, ocurre lo contrario. Según 'Popeye', las mafias
mexicanas se apoderaron de la industria de la cocaína y superaron a las
colombianas.
“Los ricos del
narcotráfico, los ricos, ricos, ricos, son los mexicanos”, afirma y sostiene
que las organizaciones criminales de México también son más violentas, aunque
menos efectivas que el Cártel de Medellín de los ochenta y principios de los
noventa.
“Ellos matan muchas
personas pero no tienen la efectividad que teníamos nosotros para golpear las
estructuras del Estado. Los Zetas han matado a muchos. Siento que están
equivocados. Matar tantas personas es una locura, al son de nada. ¡Esos 70
inmigrantes que mataron! (en San Fernando, Tamaulipas, en 2010) ¡Están locos!”,
afirma el ex pistolero que se entregó en 1992 a cambio de un trato judicial por
el que cumple una condena de 21 años, que terminará el próximo julio.
Señala que en el
negocio de la droga actualmente “el narcotraficante colombiano es el que menos
gana. El mexicano, sin siquiera sudar, sin mojarse, pasa 20 ó 30 toneladas de
cocaína por túneles en la frontera (con EU) y gana dinero como loco”.
Considera, sin
embargo, que la alianza entre colombianos y mexicanos es indisoluble, porque
los primeros controlan la producción de cocaína en el área andina, y los
segundos, las rutas y el ingreso de la droga al principal mercado del mundo,
Estados Unidos, donde, de acuerdo con Popeye, están las principales
organizaciones criminales. “Usted nunca ha oído que salga un grupo de
narcotraficantes norteamericano, que le quiten la propiedad a los
norteamericanos, que persigan a los norteamericanos ni que empiecen a echar
bala contra los norteamericanos. Ellos protegen su economía. Pero sí van contra
los narcotraficantes mexicanos, contra los colombianos”, sostiene.
-¿Por eso dice que los principales cárteles están en
Estados Unidos?
-Manejados por
multinacionales de la distribución de la cocaína. Lo que pasa es que ellos no
son violentos. Usted sabe, la infraestructura norteamericana no va a andar con
fusilería AK-47, como andan los mexicanos en las calles, como andábamos los
colombianos en otra época. Son mafiosos de corbata y a ellos no los persiguen.
Para Popeye -de 50
años-, la supremacía de las mafias mexicanas sobre las de Colombia se comenzó a
fraguar cuando Escobar estableció una sociedad con El Señor de los Cielos en
1988. Entonces el Cártel de Medellín era responsable de 80% de los envíos de
cocaína a Estados Unidos. Escobar -a quien Popeye aún llama El Patrón- escalaba
una guerra contra el Estado colombiano para abolir la extradición, y la
administración antidrogas estadounidense (DEA) le cerraba el paso a los aviones
del capo que ingresaban a pistas privadas de Florida. Había que buscar nuevas
rutas y nuevos aliados.
Según Popeye, con la
sociedad entre Carrillo y Escobar se abrió una ruta de cocaína que iba vía
marítima desde el suroccidental puerto colombiano de Buenaventura hasta las
costas del Pacífico mexicano, donde los barcos descargaban la droga para
entregarla al Cártel de los Carrillo Fuentes.
“Era una ruta que se
llamaba La Fanny, por cuestiones de contabilidad (así la nombró el jefe de
finanzas del grupo de Medellín, Gustavo Gaviria, primo hermano y socio de
Escobar), y era la que mantuvo a flote a Escobar, porque a raíz de la guerra
contra el Estado colombiano los americanos empezaron a cogerle los aviones al
Patrón en Costa Rica, Nicaragua, Panamá, en todo Centroamérica”, relata Velásquez
en el patio de visitas de la cárcel de Cómbita, custodiado por dos guardias que
lo trajeron desde su celda esposado y protegido con chaleco antibalas y un
escudo blindado.
Dice que la sociedad
entre Escobar y Carrillo fue muy rentable para ambos hasta 1991, cuando el
primero se entregó y fue recluido en la cárcel La Catedral, que él mismo había
mandado construir en las afueras de Medellín.
“Estando nosotros en
La Catedral, Amado Carrillo le robó al Patrón como 12 mil kilos de cocaína.
Esto lo hizo en alianza con el Cártel de Cali, que estaba en guerra con
nosotros. Ahí se terminó la sociedad”, narra.
Afirma que en esa
época Escobar “financieramente estaba muy golpeado” y pensó en desatar una
guerra contra El Señor de los Cielos, pero no lo hizo porque “era complicado;
teníamos guerra con el Estado, con los paramilitares (militares ex aliados de
Escobar) y con Cali; abrir una cuarta guerra contra Amado Carrillo... ir a
México es complicado. Usted sabe que el mexicano es jodido, y uno decir que ya,
vamos a mandar 20 sicarios de Medellín a México... se los tragan vivos en 10
minutos. En esas guerras hay que tener cuidado”.
De acuerdo con
Popeye, con la ejecución de Escobar en 1993 comienzan a “industrializarse” los
envíos de cocaína a México y las mafias mexicanas cobran una importancia
ascendente en ese negocio: desde el Cártel de Carrillo Fuentes hasta el de
Sinaloa y el de los hermanos Beltrán Leyva.
Las delaciones
Aun en la cárcel el
ex lugarteniente de Escobar se mantiene al tanto de lo que ocurre en Colombia y
el mundo a través de la radio, la televisión y los principales diarios del
país, que recibe cada semana. También está al día en noticias de los sótanos
del crimen gracias al contacto con otros reclusos, pese al estricto régimen
carcelario.
Sabe de las decenas
de miles de muertos que dejó la narcoviolencia en México el sexenio pasado y
conoce a algunos de los protagonistas. Ubica muy bien a Leyner Valencia
Espinosa, Piraña, un colombiano que operó en el Cártel de Norte del Valle para
Arturo Beltrán Leyva, ejecutado por la Marina en diciembre de 2009.
Según Popeye,
Valencia -capturado en Colombia en 2006 y extraditado a Estados Unidos en 2007-
comenzó a colaborar con la DEA en una prisión colombiana y fue pieza clave para
atacar la estructura de Arturo Beltrán Leyva y dar con su paradero.
“A los cárteles
mexicanos los están atacando desde las cárceles colombianas. La delación es lo
que va acabar con ellos. Es que acá los colombianos han nutrido a las mafias
mexicanas y las conocen bien”, afirma.
Considera asimismo
que en estos momentos Joaquín El Chapo Guzmán es el narcotraficante más
poderoso del mundo. Y también el más rico.
“Es más rico que
Pablo (Escobar), 100 veces”, considera, ya que gana 40% del valor de cada
kilogramo de cocaína que le envían sus socios colombianos para colocar en
Estados Unidos, y eso “sin untarse la uñas de cocaína, sin sudar; la pasa y se
gana una tonelada de dinero”.
—Algunos equiparan al Chapo Guzmán con Pablo Escobar.
¿Usted qué piensa?
—El Chapo es rico y
es violento y es guapo. Pero no tiene la mente criminal de Pablo Escobar, en
eso no le llega ni a los talones. Pablo Escobar tenía un norte, que era tumbar
la extradición, y El Chapo Guzmán no tiene un norte, él no tiene qué pedir.
—¿No tiene una causa?
—No tiene una causa,
exactamente. No tiene una causa -repite.
Dice que Escobar y
sus socios del Cártel de Medellín tenían como causa abolir la extradición y lo
lograron cuando en la Constitución de 1991 quedó prohibida, de manera expresa,
la entrega de colombianos para ser juzgados en otros países, aunque esa medida
se derogó en 1997, cuatro años después de la muerte del capo más poderoso de
Colombia.
“Nosotros éramos un
puñado de 2 mil asesinos de las barriadas de Medellín y acabamos con la
república de Colombia porque atacamos los cuatro poderes: el Legislativo, el
Ejecutivo, el Judicial y la prensa. Eso le costó 3 mil víctimas al Estado y
doblegamos al Estado”, sostiene.
Entre las víctimas
del Cártel de Medellín se cuentan el ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla
(1984); el periodista Guillermo Cano y el coronel Jaime Ramírez Gómez (1986);
el procurador general Carlos Mauro Hoyos (1988); el coronel Valdemar Franklin
Quintero y el precandidato presidencial Luis Carlos Galán (1989), además de 540
policías y decenas de civiles que murieron en atentados explosivos como el que
derribó un avión comercial de Avianca en 1989.
Sin contar cadáveres
—¿Usted a cuántos hombres mató?
—Yo realmente...
pues uno... ponerse a contar los muertos es de psicópatas, porque yo era un
asesino profesional. Yo tengo que ver en la muerte de 3 mil personas, porque
eso es lo que dice el proceso (judicial) del Cártel de Medellín; y de mi propia
mano, por ahí unos 200, más o menos.
—¿Y eso le produce algún tipo de remordimiento, de
reflexión?
—Mire, reflexión sí,
pero realmente ya uno peinando canas... he pagado más canas que putas groseras,
como se dice, porque a mí me estafaron. Yo, siendo un bandido, otro bandido me
estafó, un bandido más grande que yo que es el Gobierno, porque yo venía para
(pagar) siete años (en prisión) y voy a pagar 22 años.
Popeye estuvo preso
un año cuando se sometió por primera vez a la justicia, en junio de 1991, junto
con Escobar, pero escapó con este y otros sicarios de la cárcel de La Catedral
en julio de 1992. Volvió a entregarse a las autoridades dos meses después.
Ha estado en la
cárcel Modelo de Bogotá, en la penitenciaría de Valledupar y en Cómbita y en
las tres han intentado matarlo. En la primera lo mandó asesinar el fallecido
paramilitar Carlos Castaño.
“Me iban a matar en
las duchas en la mañana y aquí, pues uno desnudo y enjabonado, ahí no se salva
nadie. Yo soy pequeñito y me iban a soltar dos fieras, dos tipos de 22 años
(con cuchillos de madera); recibí el pitazo”, relata y agrega que ante la
reiteración de atentados en su contra optó por cambiar de estrategia.
Pensó que si la
mafia lo quería matar y a la vez era enemigo del Estado, no saldría vivo de
prisión. En 2005 decidió colaborar con la justicia y señaló al político del
Partido Liberal, Alberto Santofimio, como coautor intelectual del asesinato del
precandidato presidencial de ese partido, Luis Carlos Galán, perpetrado por
sicarios de Medellín en agosto de 1989.
El testimonio de Popeye
-quien participó en la organización de ese homicidio- derivó en una condena de
24 años contra Santofimio. El ex lugarteniente más cercano de Escobar también
es testigo en el proceso por el atentado contra un avión de Avianca, en el cual
murieron 107 personas en noviembre de 1989.
A cambio de su
colaboración con la justicia, el Estado lo protege. En Cómbita se siente a
salvo. Es el penal de más alta seguridad en Colombia. “Por aquí ha pasado toda
la mafia colombiana”, dice, entre ellos los hermanos Gilberto y Miguel
Rodríguez Orejuela, jefes del Cártel de Cali que fueron extraditados en 2004 y
2005 a Estados Unidos.
“Estamos muertos”
“¿Cómo acabaron con nosotros?”, se pregunta, y enumera los factores que cambiaron el
curso de una guerra que por momentos parecía ganada por el narcotráfico: La
creación de servicios de inteligencia eficaces y de fuerzas de operaciones
especiales, el combate a la corrupción en los cuerpos de seguridad, la asesoría
de Estados Unidos y sobre todo las recompensas.
“El problema de la
mafia es la delación”, considera.
— ¿La delación?
— Sí. ¿La forma de
acabar con la mafia mexicana cuál es? El cartel de “se busca”. Tienen que estar
sacando en los medios (carteles ofreciendo recompensas con las fotografías de
los principales capos), repartiendo papeles, tirándolos (por avión).
— ¿Una política de recompensas?
— Es clave. Pablo
Escobar me dijo, cuando nos sacaron los carteles de “se busca” (en 1989): Pope,
estamos muertos. Es como en el Oeste: “se busca”, estamos muertos. El cartel de
“se busca” es muy delicado para uno como bandido; usted llega a comprar un refresco
y ahí está la foto de uno y alguien lo ve en la televisión y sabe que usted
vale 10 millones de dólares.
Popeye sabe que su
vida penderá de un hilo cuando recobre la libertad, en cinco meses. Dice que
tratará de llevar una vida católica, “como lo ordena Dios”, pero que tiene
muchos enemigos: Los familiares, amigos y socios de las más de 3 mil víctimas
del Cártel de Medellín; los ex jefes del DAS -la recién desaparecida agencia
colombiana de inteligencia contra cuya sede la mafia medellinense hizo estallar
una camión con dinamita en 1989 y organismo al cual acusa de complicidad en la
muerte de Galán y de la explosión del avión de Avianca- y los hermanos Jorge
Luis y Juan David Ochoa Vásquez, entre otros.
Los Ochoa Vásquez
-socios de Escobar que se entregaron a la justicia en 1990 y purgaron seis
años- lo denunciaron ante la fiscalía por intento de extorsión y Popeye los
acusa de seguir delinquiendo y de tener nexos con Los Zetas.
— ¿Qué posibilidades tiene usted de que lo ejecuten o
de sobrevivir cuando recobre la libertad?
—Un 80% a que me
matan y 20% a que corono -expresa con una sonrisa-. Ese es el juego. Yo tampoco
soy huevón (pendejo, en argot colombiano). ¿Voy a pagar 22 años de cárcel para
irme a buscar enemigos y decirles: ‘Oiga, dispárenme aquí?’ No. Yo me cuido y,
si un tipo viene a matarme, pues me defiendo. Yo no soy suicida.
Popeye afirma que
los cárteles colombianos transmitieron una enseñanza a los mexicanos: La
violencia. Pero les falta aprender las consecuencias de la violencia.
“La consecuencia es
que ellos (los jefes de los grupos mexicanos) están muertos, como muertos están
casi todos los del Cártel de Medellín”, sostiene.
— ¿Por qué están muertos?
— El Chapo Guzmán
está muerto -afirma-. En muy poco tiempo El Chapo Guzmán va a caer. ¿Por qué?
Porque depende de fuentes humanas y va a cometer errores. ¿Y sabe cuál es el
problema del bandido? El bandido tiene un problema muy verraco (muy cabrón, en
colombiano): El bandido tiene que tener suerte todos los días, las 24 horas, ni
siquiera 23, todas las semanas, todo el mes y todo el año, y el policía no
necesita sino un minuto para matarlo a usted.
— ¿O sea que usted cree que tarde o temprano..?
— El Chapo Guzmán
cae -se adelanta-. Y mire usted en estos días, en una operación de rutina, la
Marina mexicana se encontró con el jefe de Los Zetas y lo mató.
Lo dice un hombre
que al salir de prisión estará 80% muerto, pero buscará una mujer buena, bonita
y austera con la que piensa compartir la “fortuna pequeña” que le quedó de sus
días de jefe de sicarios y la cual le da para vivir con modestia, “como clase
media-media”, el resto de su vida. El 20% que le quede de ella.
(Proceso/ Rafael Croda / 2013-02-24 | 23:53)
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