Mayday es una de las palabras
que menos se buscan en los diccionarios. Es una derivación del francés que
significa “ayúdame”, que originalmente fue la radioseñal internacional
utilizada por los barcos y aviones en situaciones de emergencia para solicitar
auxilio. La señal se comenzó a emplear de manera común como palabra, recuerda
Wikipedia, que representaba un peligro inminente, y donde muchas veces se
estaba en riesgo de perder la vida. Mayday es lo que se aplica hoy a la campaña
del oficialista José Antonio Meade, que necesita auxilio, no sólo para ver si
existe alguna posibilidad de ser competitivo en la contienda por la
presidencia, sino incluso para evitar, de mantenerse la tendencia en la mayoría
de las encuestas, hundirse en el tercer lugar. Mantener la presidencia no es lo
único en peligro. Está en riesgo obtener bancadas sólidas en el Senado y el
Congreso, y evitar, en el colapso que se anuncia, el fin del PRI como hoy lo
conocemos.
Existe una desconexión entre
lo que se piensa en el equipo de Meade y lo que se cree en otros lados, incluso
en Los Pinos, donde de acuerdo con personas que han escuchado al presidente
Enrique Peña Nieto, está preocupado por el rumbo de la campaña. Dentro de la
campaña, ha trascendido de sus cuartos de guerra, hay un problema de
desorganización, con muchos generales y muchas voces que opinan y hacen, ante
la ausencia de un liderazgo firme en la jefatura de campaña de Aurelio Nuño. El
jefe de todos no es respetado por muchos. Su apoyo, el presidente del PRI,
Enrique Ochoa, es un fusible quemado que ha desaparecido de la arena pública,
empujado por la ignominia de la opinión pública y el desprecio de los priistas.
Una vez más, hay que
reiterarlo, esta visión no es compartida por quienes están en la campaña. La
falta de autocrítica, o el exceso de soberbia de algunos de los jefes de la
campaña, absortos en el proceso endogámico de la toma de decisiones, les impide
ver los ajustes que tendrían que hacerse de fondo. La solución, sin embargo,
está a la vista, pero es altamente dolorosa, para el equipo y para el propio
Peña Nieto: cambiar a los jefes de la campaña. Esta decisión no está en las
manos de Meade, sino en las de Peña Nieto. ¿Estará dispuesto a cortar la pierna
gangrenada antes de que se le pudra el resto del cuerpo?
No está en su ADN ese tipo de
cambios y decisiones radicales, pero si él mismo admite en privado que las
cosas no marchan bien, entre más tiempo tarde en tomar esa decisión, más
doloroso será el naufragio. Mencionar la salida de Ochoa del PRI es hoy en día
un pleonasmo. Agotado hace semanas como el gladiador priista, sus rendimientos
decrecientes lo han hecho insulso en la arena pública, y un factor de desunión
entre los priistas. Pero como en el caso de Nuño, la decisión final no la tiene
Meade, sino el presidente.
Hipotéticamente hablando, la
salida de las dos cabezas formales de la campaña, que traerían como secuela un
ajuste total dentro de los equipos de trabajo y reorientación de los trabajos,
la agenda, el mensaje y la comunicación social, no sería suficiente si no se
ataca el problema de fondo que tiene partido al partido: la lista de candidatos
y candidatas al Senado y la Cámara de Diputados. Las listas que se registraron
ante el Instituto Nacional Electoral provocaron una hecatombe silenciosa dentro
del partido, al figurar en los sitios donde seguramente alcanzarán escaños o
curules, personas en el entorno de mayor cariño y cercanía del presidente, que
les quiere garantizar una vida política transexenal, así como el acomodo de
personas que son parte del equipo ganador de la candidatura. Al mismo tiempo,
se lastimó al priismo en general, y a los sectores en particular. Con esas
listas, es improbable que el PRI trabaje con toda su fuerza a favor de la
victoria de Meade. Si la maquinaria electoral priista estaba dañada, con esto
la paralizaron.
Junto con el cambio de las
cabezas, tendrían que tirar a la basura esas listas y rehacerlas. Aunque ya hayan
sido registrados, la ley permite que puedan haber cambios hasta un mes antes de
la elección (1 de junio), pero pudiera darse un remplazo hasta el último día,
por inhabilitación, incapacidad permanente o muerte. Por ejemplo, hace unos
días el PT sustituyó un candidato registrado en su lista para el Congreso, e
incorporó al maestro Rafael Ochoa Guzmán, pieza de la maestra Elba Esther
Gordillo, como número cinco en la cuarta circunscripción. El problema es que
existe la posibilidad, por tiempos, de que no aparecieran en las boletas, cuyo
orden de impresión se modificó con el registro de Jaime Rodríguez, El Bronco,
para enviar primero las listas de plurinominales y después las presidenciales.
En todo caso, ya hay antecedentes de que un legislador electo no estuviera en
la boleta.
Estos cambios serían
estratégicos y buscarían recuperar al PRI que está perdiendo de manera
significativa todos los días. Es cierto que el descrédito del PRI jala hacia
abajo a Meade en las preferencias electorales, pero hay una verdad política:
sin el PRI, no tiene mayor posibilidad el candidato de nada; con el PRI, al
menos, puede hacer el intento. También es cierto que, aun con esta revolución
interna, Meade no tiene un horizonte promisorio en estos momentos, sino más
bien ominoso. Sin embargo, si las cosas están mal, pueden ponerse peor.
(EL FINANCIERO/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ ESTRICTAMENTE
PERSONAL/20/04/2018 - 7:46)
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