Los desplazados de Guerrero huyen de sus
pueblos desde que en 2017 el violento estado registró 2318 asesinatos, la cifra
más alta de todo el país
Apaxtla de Castrejón (AFP).-
María Guadalupe Castro no escuchó ni vio nada, pero eso no impidió que una
mañana de enero el miedo la obligara a dejar San Felipe, una comunidad rural en
el estado mexicano de Guerrero, ante la amenaza de un grupo criminal.
"Allá dejamos todo.
Amarradas las gallinas, y ahora sin poder hacer un caldito", dice a la AFP
la mujer que hoy es parte de las cerca de 35 mil personas desplazadas por la
violencia que la Comisión Nacional de Derechos Humanos (ombudsman) estima que
existen en México.
"Ahí quedaron los
marranos, no trajimos nada. Solo algunos un poquito de maíz", dice entre
lágrimas mientras otras mujeres preparan tortillas en el fogón rústico de un
albergue gubernamental en la cercana ciudad de Apaxtla, donde vive desde
entonces.
Castro, de 88 años, y las
cerca de 450 personas que habitaban San Felipe, en la zona norte de Guerrero,
tenían razones para alarmarse: el 4 de enero unos 10 hombres armados de la
Familia Michoacana -uno de los más de 20 grupos criminales que asolan la zona-
secuestraron a un trabajador municipal al que no volvieron a ver.
GUERRERO
Debido a la violencia,
pobladores de Guerrero dejan sus hogares
Al día siguiente, llegaron
tirando balazos pese al intento de algunos de ellos por hacerles frente con
escopetas.
"Nomás respondimos a la
agresión de ellos, ya sabíamos que si llegaban iban a disparar e íbamos a
disparar también nosotros", dice uno de los hombres que buscó repeler el
ataque cuyo nombre está reservado por razones de seguridad.
Para cuando terminó el
tiroteo, que dejó cuatro heridos, muchas personas ya se habían ido en vehículos
con lo que pudieron agarrar.
Según la policía comunitaria
de Apaxtla, el grupo criminal ya era conocido en el pueblo.
Tenían por ahí sus guaridas,
cuando llegaban ahí tenían que atenderlos, tenían que (darles de) comer
quisieran o no quisieran; dice un policía comunitario.
Otros policías comunitarios
dicen que detrás del ataque estaba la intención del grupo de simplemente marcar
su territorio.
Los habitantes de San Felipe
no son los únicos desplazados del violento estado de Guerrero, que en 2017 -el
año más sangriento en dos décadas en México- registró 2318 asesinatos, la cifra
más alta de todo el país.
Apenas el 11 de abril, cerca
de 92 personas abandonaron la comunidad de Laguna de Huayanalco, en el cercano
municipio de San Miguel Totolapan, ante el temor a otro grupo criminal.
La CNDH refirió en un reporte
de 2016 que se han registrado desplazamientos en las comunidades guerrerenses
de Chilapa, Leonardo Bravo, Chilpancingo y Pungarabato.
El fenómeno también se ha
repetido en otros estados como Veracruz (este), los sureños Oaxaca y Chiapas,
además de Michoacán y Jalisco (oeste) y los norteños Chihuahua y Tamaulipas
El tiempo parece más lento para
las cerca de 40 familias de San Felipe que todavía viven en el albergue a la
espera de que el gobierno estatal les dé un terreno para vivir.
Muchos niños comenzaron a ir
a la escuela en Apaxtla mientras los hombres van a trabajar como albañiles o en
el campo a ratos, pues hay poco empleo en la zona.
Otros, simplemente esperan
silenciosamente.
"Quisiéramos que nos
brindaran apoyo, que nos brindaran un pedazo de terreno para que pudiéramos
vivir", dice un hombre de mediana edad que evita dar su nombre por temor a
represalias.
Trabajábamos en el campo,
sembrábamos maíz y frijol. No andábamos con gente armada, no nos gustan los
problemas a nosotros; agrega.
Muchos de ellos se lamentan
por las cosechas de maíz y frijol, por las que trabajaron varios meses, que
tuvieron que dejar.
Asumen que sus animales
murieron pues es difícil que encuentren agua en el pueblo.
"A todos nos da
tristeza, nos da dolor, al mismo tiempo temor, porque hemos dejado todo, en
este caso las cosechas", dice Isabel Castillo, un hombre de 63 años que se
dedicaba a la siembra.
Para Castillo, el temor a que
uno de sus hijos terminara uniéndose a un grupo criminal también fue una razón
para irse definitivamente de su pueblo.
(Nos fuimos) por librar eso,
que nuestros hijos no anden también con un cuerno de chivo (Ak-47) en la mano.
Con la imposibilidad de
volver a San Felipe, tratan de acostumbrarse lentamente a una vida en el
albergue, en donde las tareas se reparten: encender el fogón, hacer tortillas,
barrer y juntar la basura.
"Nos platicamos, estamos
aquí. Riéndonos y así siempre, estamos juntos", dice María Guadalupe
Castro, que por momentos ayuda a las mujeres a poner algunas tortillas en el
fogón.
(EL DEBATE/ AVATAR DE EL DEBATE/ 20 DE ABRIL 2018 •
09:10 HS)
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