El drama cotidiano de los desplazados. Huyen de la sierra
y se instalan en los cinturones de miseria de Culiacán sin que nadie
les tienda la mano.
Wilberth González
La casucha esta ubicada en lo que queda de un cerro en la colonia 12
de diciembre, justo donde termina la calle Mineral del Parral. Hace
algunos meses las cuatro paredes que forman la vivienda estaban
abandonadas y hoy se han convertido en albergue de una familia que fue
desplazada por la violencia en la sierra del municipio de Sinaloa.
Apoyado en su bastón, don Francisco Hernández acumula años. No recuerda cuantos tiene, sin embargo su memoria es lúcida para revivir las dificultades por las que atravesaron aquel mayo de 2012, cuando acosados por los grupos armados que operan en la zona fueron obligaron a dejar su comunidad.
Don Francisco vivió toda su vida en La Mesa, municipio de Sinaloa, y a pesar de la nostalgia que muestra en sus ojos blanquizcos por la edad, afirma que no desea regresar. El miedo lo arrancó desde la raíz de su pueblo y prefiere sobrevivir en la ciudad, muy a pesar del abandono que padecen de parte de las autoridades, que junto con la delincuencia organizada los condenó a él y a su familia a la extrema pobreza.
Allá, señala, por lo menos sembraban maíz, frijol y tenían “animalitos”, qué comer. Aquí no tienen nada.
“No. Regresar no ¿Cómo?… pues no hay modo, aunque esté un poco pacífico, pudiéramos vivir, pero ya no oiga. El Gobierno no nos ha ayudado. Cuando recién vinimos llegaron unos señores, nos dieron cualquier ayudita, después me dieron un par de pesos. Hace dos o tres meses. Pero ya de ahí para acá nada, nada. Una señora vino y fue la que nos dio, pero el Gobierno nada”.
A 19 meses de llegar
Hace 19 meses, las siete familias que vivían en La Mesa, incluyendo
la de don Francisco, salieron solo con lo que traían puesto.
Peregrinaron por días hasta llegar a Culiacán, presumiblemente a salvo, y
vivieron varios meses en una casa prestada en la colonia Toledo Corro,
al sur de esta ciudad capital, hasta que la persona que les prestaba el
inmueble les pidió abandonar el lugar y quedaron de nuevo en el
desamparo.
El día que se tuvieron que salir de la primera vivienda, Faustino,
hijo de Francisco, encontró en la punta del cerrito de la 12 de
Diciembre, cuatro paredes. Como pudo instaló puertas, techo y tejaban.
Recuerda que cuando llegaron a la capital de Sinaloa eran once miembros,
entre hombres, mujeres y niños, y ahora la familia creció: hace cuatro
meses llegó su nieta, y de los niños es la única que tiene documentos.
Los menores no van a la escuela. Los más grandes se encargan de los pequeños, corretean descalzos, con ropa remendada que en su mayoría les fue obsequiada. No hay energía eléctrica ni televisión, lo juguetes son desechos de plástico que forman figuras que alimentan la creatividad infantil. En la Mesa, su pueblo, no había escuela, en contraste aquí en Culiacán hay planteles educativos al por mayor: lo que no hay es dinero.
- Niña ¿por qué no vas a la escuela?
- Porque no tengo mochila-, responde con una sonrisa la niña acostada sobre una llanta vieja, que sirve de descanso para quien la gana. Otro juguetea en las cubetas con agua, mientras que el resto observa y escucha pero no intervienen en la plática.
Descubiertos por los medios de comunicación hace tiempo recibieron
ayuda principalmente de la sociedad civil y gente del gobierno los
visitó un día, los contabilizó y ya no regresó. Desde entonces, cuenta
Fortino Hernández, han tenido que subsistir, brincando de un lugar a
otro, de un empleo a otro.
“Batallando, trabajo no, como le digo yo oiga, para tener un trabajo
corrido no, duro dos, tres días, y dos, tres días de oquis, pero de
alguna manera hay batallando”.
Ante la necesidad, las mujeres toman la iniciativa y cuando hay para
comprar materia prima elaboran pan que venden en las colonias cercanas,
pero no siempre la venta es buena, pues el sector también es pobre.
El intento por regresar
Para llegar de Culiacán a La Mesa hay que viajar prácticamente un día
entero por terracería y caminos desolados que en su mayoría son
controlados por los grupos que siembran, cosechan y distribuyen
mariguana. Fortino corrió el riesgo. La ilusión de regresar a lo propio,
a sus actividades normales y recuperar sus tierras y animales, lo
impulsó a realizar el viaje, pero la decepción fue mayúscula: la casa
donde vivía estaba saqueada, desmantelada, en el pueblo ya no quedaba
nadie, los animales fueron robados o sacrificados quizás por los mismos
grupos delincuenciales, y lo peor, los militares hace tiempo abandonaron
la vigilancia.
Definitivamente, aseguró, no hay condiciones para regresar y la vida está en riesgo si se intenta recuperar los bienes.
- ¿Ya no regresó para su tierra?
- No oiga, ya no. Como a vivir, ya no. Desde que vinimos aquí hemos estado, como le digo no más esa vueltecilla que fui a echar para eso que le digo, pero ahora como a vivir ya no, oiga, desde que bajamos aquí nos hemos estado.
- ¿Qué encontró allá en La Mesa?
- Pos no, nada, no dejaron nada… todo solo ya.
La tristeza y el miedo le cierran la garganta a Fortino. Le es
difícil ofrecer detalles y en su interior siente temor a las
represalias, a pesar de los kilómetros de distancia que existen desde
aquel lugar hasta el toldo donde ahora vive. Ese techo, cuenta al
cambiar la plática de manera abrupta, fue el refugio de él y su familia,
durante las lluvias del huracán Manuel y de la tormenta Sonia, y
resistió como su voluntad hoy lacerada por las dificultades que la
pobreza y el desarraigo les propinó a causa de la violencia.
Falta de voluntad
Cuando el problema de los desplazados se dio conocer en Sinaloa, la
primera reacción del gobernador Mario López Valdez fue negarlo, e
incluso lo criminalizó tras asegurar que se trataba de grupos delictivos
que se disputaban el poder y los territorios de la sierra. Malova tuvo
entonces que meter reversa cuando supo a detalle el problema, incluso
sobrevoló la sierra de Sinaloa para atender directamente a los grupos de
desplazados que se encontraban en Mazatlán, Concordia, Badiraguato,
Sinaloa, Mocorito, Choix y El Fuerte.
Desde aquel recorrido, a mediados de mayo de 2012, el gobernador y sus promesas no regresaron, heredando el problema a los municipios, cuyas autoridades no tienen recursos y mal atendieron la situación con algunas despensas. No les alcanzó para más.
Juan Ernesto Millán Pietsch, secretario de Desarrollo Social y Humano del Gobierno estatal, brinca en cada declaración en las cifras reales de personas desplazadas, el último número se ubicó en 25 mil en diez años.
El funcionario insiste en argumentar que el estado no cuenta con recursos suficientes para atender el problema, pero las declaraciones contrastan al descubrir que para los presupuestos estatales del 2013 y 2014 no se incluyeron cantidades para establecer programas directos a este sector de la sociedad.
El Congreso también ignoró el problema y no reasignó recursos. No existe en Sinaloa un programa de atención directa a familias desplazadas por la violencia. Mientras tanto, el gobierno federal se ha enfocado a otras prioridades e ignoró los reportes de organismos internacionales, como el de Internal Displacement Monitoring Centre, que registró en México 160 mil desplazados, de los cuales 26 mil 500 se atribuyen —según el estudio emitido en el 2012— a la violencia generada por los cárteles de la droga que operan en el país.
El presidente Enrique Peña Nieto, muy a lo contrario, redujo y eliminó del presupuesto para el 2014 rubros económicos y sociales que se destinaban a la atención de refugiados y desplazados y le apostó a su Cruzada contra el Hambre, programa que resulta selectivo en su aplicación.
Las necesidades de la familia Hernández
Pero la familia Hernández, como la de muchos desplazados de Sinaloa,
no entiende de números y presupuestos. A ellos lo único que les queda es
la voluntad propia, las ganas de salir adelante. Sus necesidades
inmediatas, como calzado, ropa, escuela, comida e identidad, son
secundarias frente al riesgo latente de convertirse de nuevo en
errantes.
- Faustino, ¿Qué estarían pidiendo ustedes?
- Pos como le digo, ya ve a uno todo le hace falta. Pero como le estaba diciendo, tener donde estar uno, cualquier pedacito de terreno, de perdida con un solarcito fuera conforme yo, ya pos al no andar pa allá, pa acá, con eso estuviera yo bien.
- ¿Tienen miedo que un día llegue el dueño de la casa?
¬- Si oiga. Y a dónde nos vamos a ir, pues.
Faustino guarda silencio y observa hacia el horizonte. A su alrededor
hay muchos terrenos y fraccionamientos con casas de interés social.
Pero todo es ajeno.
Redacción/ enero 27, 2014)
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