Los otros lodos que dejó el vendaval habrán de salpicar al gobernador
y al alcalde. Pronto, cuando la solidaridad de los sinaloenses haya
hecho la titánica labor que el Gobierno no pudo o no quiso, la misma
fuerza cívica resolverá qué hacer con un aparato público diestro en
fabricar nuevos ricos pero fallido en estructurar un mandato eficiente y
confiable.
Por lo pronto las interrogantes flotan en las anegadas irritaciones
de un Sinaloa ocupado hoy en resolver desde las bases aquello que los
gobernantes provocaron, o bien complicaron. Esforzados en repartir
despensas y tapar baches, gobernador y alcalde van tomados de la mano
hacia el juicio social sin más estrategia de defensa que el endeble
escudo de medios que los solapan en el más rancio regreso del
oficialismo.
¿Nadie pagará por la torpeza con la que el Gobierno manejó la alerta y
la emergencia? ¿Será el silencio el sello de la impericia y la
corrupción que dio origen a la devastación en Culiacán, Angostura y
Navolato? ¿En verdad puede dormir tranquilo Aarón Rivas después de ver
en lo que acabó el Desarrollo Urbano Tres Ríos que él dirigió? ¿Podría
el alcalde siquiera callarse en vez de proponer la ofensa de ponerle a
una calle el nombre del niño que resultó ahogado porque nadie lo pudo
rescatar? ¿Por qué el gobernador desplegó prematuramente todo el auxilio
hacia Topolobampo y descuidó la zona centro abandonando a miles de
familias ante el embate del meteoro? ¿Qué lo llevó a decir, la mañana
del jueves crítico que los ríos no representaban peligro para la
población? ¿Los hogares destruidos y los ciudadanos en riesgo de muerte
son el precio de la protección que Malova le da al empresario Antonio Sosa, el “rey Midas” de los negocios?
Alguien debe responder. Y pagar. No es posible que vagando entre las ruinas que dejó Manuel
pretendan el gobernador y el alcalde —la mancuerna del elogio mutuo—
sanar sus propias responsabilidades. Cualquier atisbo de estado de
derecho los haría, al menos, renunciar a sus cargos y si de plano
Sinaloa y Culiacán habrán de padecerlos hasta el último día de sus
mandatos, que usen la lógica de cortar de tajo a funcionarios que error
tras error han llevado a la entidad a pagar costos altísimos.
De Malova, ya se sabe, la impericia le ha valido a Sinaloa
retrocesos en materia económica, la corrupción se ha detonado, la
rendición de cuentas es un mito y el aparato de seguridad pública es
eficiente únicamente al contar a los muertos. Pero en el caso de Aarón
Rivas la herida de Culiacán será luego cicatriz que marcará a la urbe y
se estampará en el semblante de aquel hombre de vertiginosa carrera
política que de ser proveedor del Gobierno un día amaneció siendo
presidente municipal.
Y sí, es aleccionadora la unidad popular hacia los damnificados, no
hacia el Gobierno. Pero no es nueva. Que nadie se sorprenda por la
súbita articulación social en pro de sectores que perdieron hasta lo que
no tenían; ya desde antes los sinaloenses se habían tomado de la mano
para ensayar un cambio, una alternancia que les repusiera la confianza
en las autoridades. ¿Lo recuerda, gobernador?
Queda mucha agua por correr. Bastante lodo por limpiar. Cuando las
miles de familias lastimadas estén completamente de pie, cuando no haya
un solo niño damnificado, cuando la comunidad sinaloense grite ¡misión
cumplida!, entonces vendrá el desfogue de culpas y la asepsia de
gobiernos que en sus incompetencias son más devastadores que el huracán Manuel.
Re-verso
Fue la gente, codo a codo,
que detentó el poder,
y el Gobierno, en su lodo,
no supo ni qué hacer.
La sopa y el pelo
La encomiable aportación de los empresarios radiofónicos hubiese sido
doblemente loable si en este tipo de causas se alejara a los políticos
de los micrófonos. El radiotón fue tomado por asalto (¿o era parte del
objetivo?) por el gobernador Malova, pero el que se fue de paso
en un intento por lavar sus culpas fue el alcalde de Culiacán, Aarón
Rivas, que se creía dueño de la patente de la solidaridad ciudadana. Fue
excesivo el espacio que le concedieron. A pesar de ellos, el excelente
trabajo de locutores, conductores de noticieros y reporteros logró
motivar el ya sensibilizado espíritu humanitario de los sinaloenses.
Oportunismo vil
El huracán descubrió a los vividores del drama ajeno. Patético ver a
la fauna política en toda su dimensión especuladora. No tienen
vergüenza. Tampoco madre. Eso de ir a tomarse la foto con familias con
el agua hasta el cuello es como contar chistes en un velorio. Es la risa
de las hienas. Es la burla en plena desgracia.
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