Saltillo.- Todos por igual. En la Sexta Zona Militar, ubicada en la colonia Bellavista en Saltillo, hay 14 mujeres enlistadas a las fuerzas castrenses. Conviven diariamente con más de 30 varones y juntos, realizan los servicios con las mismas responsabilidades.
En un sitio dominado por hombres, disciplina y armas, las mujeres no se
detienen a pensar en lo peligrosa que pudiera resultar esa senda de la
milicia. No se arrepienten de haber cambiado los zapatos por las botas
de militar.
Un día cotidiano en el cuartel, hombres y mujeres pasan lista, rinden honores a la Bandera nacional y limpian su arma de cargo en equidad con los hombres. Gozan de respeto y después guardan su armamento para dirigirse a sus diversas actividades en las áreas administrativas.
Al medio día se unen para realizar el acondicionamiento físico. Luego de una hora, se concentran en las actividades de sus áreas para después recibir indicaciones para el día siguiente. Hasta hace poco, la Secretaría de la Defensa Nacional, Sedena, abrió las puertas a la equidad de género.
Durante las horas que permanecen en el cuartel general, las mujeres se rigen por las mismas reglas de disciplina y exigencias del servicio que sus compañeros varones, criticadas o no, fue una decisión que tomaron por voluntad propia. Sus vidas fueron marcadas, después de entrar a la milicia.
Sueños de infancia: soldado Martínez
Estaba frente a la televisión cuando observó en un noticiero unas imágenes de adiestramiento en el cuartel de Temamatla, en el Estado de México. Entonces supo que quería dedicarse a la milicia, recuerda 10 años después.
Una sonrisa amplia, producto del buen humor, sobresale por debajo de la gorra camuflada. No ha pensado en desertar. A sus 19 años se prepara para ingresar a la Escuela Médico Militar, no es prioridad la maternidad y desea llegar a un alto mando dentro del Ejército Mexicano.
Martínez, de cuerpo menudo, sabe que el sacrificio que está haciendo valdrá la pena. El haber dejado a su familia, sus amigos y su vida de civil para enlistarse en la milicia tendrá recompensa al transformarse por completo en un alto mando.
Terminó una carrera técnica y pensaba inscribirse en el Instituto Tecnológico de Saltillo, cuando un día la idea de la milicia se ancló nuevamente en su cabeza: “Cuando vi la convocatoria, dije de aquí soy y me puse aa buscar todo lo que tenía que hacer para entrar, junté mi papelería y entré”.
Un año y un mes han transcurrido desde que cambió su vida civil por la militar. Su trabajo ahora, después de recibir el adiestramiento básico individual, consiste en diversas actividades, entre ellas resguardar la entrada principal de la Sexta Zona, con sus compañeros.
Martínez cambió las faldas, las blusas justadas y jeans que usaba diariamente por el uniforme militar. Ahora, sobre su camisa recargada lleva a su amiga: un rifle FX. Son pocas las veces que se cuelga collares de piedras de colores, ahora carga entre siete y 15 kilos sobre su pecho y espalda cuando se pone el chaleco blindado para hacer su servicio.
Nunca había tomado un arma en sus manos, hasta que entró al Ejército. Cuando la tuvo por primera vez sintió orgullo. “Sentí muy bonito, porque sabes que debe ser usada con responsabilidad, nunca había disparado hasta que estuve en mi entrenamiento”, cuenta con su voz aguda.
“Al principio mi familia se preocupaba, pensaban que qué iba a hacer una mujer en el Ejército, pero ahora ya se sienten orgullosos de mí, porque además aquí he aprendido mucho, he madurado con la disciplina que me ponen”.
-¿Cómo es la relación con tus compañeros?
“No, ya sabía más o menos cómo estaba adentro. Al principio ellos no se acostumbraban a trabajar con nosotros, pero la jurisdicción militar no cuestiona el género y ahora convivimos bien, cada quien haciendo sus deberes”.
Martínez lleva las uñas de las manos con pedicure, cuidadas. Contrastan con el negro del arma corta, que momentos antes desenfundó de la cubierta que lleva en el muslo derecho. La toma y apunta con cuidado, se prepara para la fotografía. Le ha perdido el miedo al arma, la sabe usar con responsabilidad.
La primera vez que lloró en el Ejército fue un día de los dos meses que duró su adiestramiento en Chihuahua. Iba a más de la mitad y aún no superaba el haberse separado de su familia, era muy unida a sus padres y su hermana.
“Lloré porque ya no aguantaba, me quería regresar, pero después con todos los ejercicios, el acondicionamiento se me olvidó y ahora estoy muy orgullosa de eso, de haberme quedado y de seguir teniendo a mi familia, aunque no la veo muy seguido como antes”
No sabe si vendrá una guerra o un desastre natural al que apoyar. La soldado Martínez está entrenada mental y físicamente para cualquier riesgo. Sus mandos superiores la acompañan y orientan aunque no le dan trato preferencial por ser mujer.
“Entiendes que la disciplina es así para todos, que al principio te tocaba bañarte con agua fría, vivir en un ambiente de hombres, pero después te da mucho orgullo saber que eres parte de esta familia”, dice Martínez, mientras ajusta la gorra en su cabeza.
Matrimonio y milicia: soldado Esquivel
El día en que se realizó esta entrevista, la soldado auxiliar dactiloscopista Esquivel cumplía su quinto aniversario de bodas. No tendría una celebración cotidiana, se encontraba en servicio en la Sexta Zona Militar.
Pero a esto ya se ha acostumbrado, ha tenido que pasar navidades y fiestas de fin de año lejos de sus familiares y su esposo. A veces le gana el llanto, añorando la vida de civil que tuvo que modificar luego de su decisión de enlistarse al Instituto Armado.
“He llorado muchas veces, es porque extrañas, pasan cumpleaños, momentos en que todo mundo convive y tú estás trabajando, esto te hace fuerte… la forma de ser cambia, porque valoras tu vida, tu servicio en el Ejército, valoras todo”, cuenta.
Sus pestañas son largas y tupidas, lleva el cabello recogido a la altura de la nuca y la boca pintada con un color claro. “Cuando salí de preparatoria mi idea era entrar a la escuela médico militar, luego empecé a hacer mi carrera en la vida civil, soy abogada, pero quise formar parte del Ejército”.
Tiene 28 años y se enlistó a la milicia cuando tenía tres de haberse casado. La vida de Esquivel no se acomoda en el patrón de la mujer ama de casa que se dedica únicamente a las labores del hogar, su plan de vida es otro.
“Desde el principio tienes retos muy grandes, dejas muchas cosas atrás, tu familia, tu tiempo, tu individualidad como persona porque no tienes privacidad, aquí se trabaja en equipo, en espíritu de cuerpo”.
Lo más duro de su formación fue la transición de la vida civil a la militar. Cuando tuvo que ir al adiestramiento individual a Chihuahua le costó separarse de su esposo, pero con los años confirma que tomó la decisión correcta, pues la vida le ha permitido combinar su desarrollo profesional con el personal.
“Ha sido gratificante, pero yo como persona y como profesionista he sacado valor no sé de dónde; este trabajo me ha dado la oportunidad de ampliar mis conocimientos, hay oportunidad de superarte, el mando siempre te apoya porque lo que se requiere es gente preparada”.
Esquivel pertenece al equipo del Ministerio Público del Ejército, que se dedica a vigilar y atender los asuntos legales relacionados con la disciplina militar. Se convirtió en una mujer disciplinada, segura de lo que quiere de su vida.
Le gusta la fuerza, la vida de las armas, el combate, pero también le gusta pasar tiempo con su marido y sus padres. La disciplina la lleva a todos lados, es inevitable perder un hábito que se practica en una institución como el Ejército.
Los amaneceres de Esquivel fueron distintos desde su ingreso al Ejército, la vida es más rápida y ordenada si se está en servicio y es difícil acoplarla a la vida civil, fuera del cuartel. Pero nada es imposible y con el apoyo de su familia ha podido adaptarse.
“El valor de la disciplina se lleva hasta la casa, cuando llego a mi casa le digo ‘¿por qué eres tan desordenado, por qué no te organizas?’. Luego reacciono y me doy cuenta que estoy en casa, no en el cuartel”.
Su voz suave contrasta con el arma larga que lleva a su costado, con su uniforme camuflado y las botas relucientes. Se percibe pacífica, discreta. Quiere ser madre, planea su embarazo a corto plazo, desea pasar más tiempo con su esposo.
“Como matrimonio buscamos estabilidad, él decía: yo ya quiero tener un hijo, y yo le dije, espérame, pero él ha estado conmigo siempre, creo que siempre que haya respeto todo irá bien”.
Las cosas no han sido fáciles para el marido. Al inicio tenía celos –como cualquiera pudiera tenerlos, explica Esquivel–, al saber que su mujer conviviría encerrada por meses con hombres desconocidos.
Pero el tiempo se encargó de disipar las dudas. “Los dos hemos aprendido mucho, él sabe que mi formación es profesional y que requiere de mucha preparación mental y disciplina y que implica darle prioridad a muchas cosas”.
“Cuando estamos aquí en el encierro, formas otra familia, también es tu hogar y te divides, la verdad a mí me ha dado mucho el Ejército, sé que tengo oportunidades de crecimiento y que los mandos me apoyarán para mi crecimiento personal”.
-¿Te arrepientes de haberte enlistado en el Ejército?
“No, al contrario, creo que tengo una gran oportunidad por estar aquí, por tener un esposo y una familia que me apoya en todo”.
Esquivel ha puesto su granito de arena y voluntad para mostrar que la mujer también puede ser como un soldado.
-¿Te pesa la disciplina castrense?
“Es dura al principio, pero después la entiendes, si hay un trato por igual nadie recibe menos, nadie recibe más, se debe respeto a los mandos, pero te deja valores para toda tu vida y estás entrenado bajo una disciplina que así tiene que ser”.
No tiene vicios, pero le gusta hacer lo que a cualquier persona, ver la televisión, escuchar música, descansar. Aunque a veces se le olvide que tiene que parar, en ocasiones come tan rápido cuando está fuera del cuartel que su esposo le reprocha, cuenta entre risas.
Esquivel se considera una mujer fuerte, con futuro en la milicia, tiene ganas de luchar por su país, de ayudar desde su uniforme para dejar un mejor México a sus hijos.
Un día cotidiano en el cuartel, hombres y mujeres pasan lista, rinden honores a la Bandera nacional y limpian su arma de cargo en equidad con los hombres. Gozan de respeto y después guardan su armamento para dirigirse a sus diversas actividades en las áreas administrativas.
Al medio día se unen para realizar el acondicionamiento físico. Luego de una hora, se concentran en las actividades de sus áreas para después recibir indicaciones para el día siguiente. Hasta hace poco, la Secretaría de la Defensa Nacional, Sedena, abrió las puertas a la equidad de género.
Durante las horas que permanecen en el cuartel general, las mujeres se rigen por las mismas reglas de disciplina y exigencias del servicio que sus compañeros varones, criticadas o no, fue una decisión que tomaron por voluntad propia. Sus vidas fueron marcadas, después de entrar a la milicia.
Sueños de infancia: soldado Martínez
Estaba frente a la televisión cuando observó en un noticiero unas imágenes de adiestramiento en el cuartel de Temamatla, en el Estado de México. Entonces supo que quería dedicarse a la milicia, recuerda 10 años después.
Una sonrisa amplia, producto del buen humor, sobresale por debajo de la gorra camuflada. No ha pensado en desertar. A sus 19 años se prepara para ingresar a la Escuela Médico Militar, no es prioridad la maternidad y desea llegar a un alto mando dentro del Ejército Mexicano.
Martínez, de cuerpo menudo, sabe que el sacrificio que está haciendo valdrá la pena. El haber dejado a su familia, sus amigos y su vida de civil para enlistarse en la milicia tendrá recompensa al transformarse por completo en un alto mando.
Terminó una carrera técnica y pensaba inscribirse en el Instituto Tecnológico de Saltillo, cuando un día la idea de la milicia se ancló nuevamente en su cabeza: “Cuando vi la convocatoria, dije de aquí soy y me puse aa buscar todo lo que tenía que hacer para entrar, junté mi papelería y entré”.
Un año y un mes han transcurrido desde que cambió su vida civil por la militar. Su trabajo ahora, después de recibir el adiestramiento básico individual, consiste en diversas actividades, entre ellas resguardar la entrada principal de la Sexta Zona, con sus compañeros.
Martínez cambió las faldas, las blusas justadas y jeans que usaba diariamente por el uniforme militar. Ahora, sobre su camisa recargada lleva a su amiga: un rifle FX. Son pocas las veces que se cuelga collares de piedras de colores, ahora carga entre siete y 15 kilos sobre su pecho y espalda cuando se pone el chaleco blindado para hacer su servicio.
Nunca había tomado un arma en sus manos, hasta que entró al Ejército. Cuando la tuvo por primera vez sintió orgullo. “Sentí muy bonito, porque sabes que debe ser usada con responsabilidad, nunca había disparado hasta que estuve en mi entrenamiento”, cuenta con su voz aguda.
“Al principio mi familia se preocupaba, pensaban que qué iba a hacer una mujer en el Ejército, pero ahora ya se sienten orgullosos de mí, porque además aquí he aprendido mucho, he madurado con la disciplina que me ponen”.
-¿Cómo es la relación con tus compañeros?
“No, ya sabía más o menos cómo estaba adentro. Al principio ellos no se acostumbraban a trabajar con nosotros, pero la jurisdicción militar no cuestiona el género y ahora convivimos bien, cada quien haciendo sus deberes”.
Martínez lleva las uñas de las manos con pedicure, cuidadas. Contrastan con el negro del arma corta, que momentos antes desenfundó de la cubierta que lleva en el muslo derecho. La toma y apunta con cuidado, se prepara para la fotografía. Le ha perdido el miedo al arma, la sabe usar con responsabilidad.
La primera vez que lloró en el Ejército fue un día de los dos meses que duró su adiestramiento en Chihuahua. Iba a más de la mitad y aún no superaba el haberse separado de su familia, era muy unida a sus padres y su hermana.
“Lloré porque ya no aguantaba, me quería regresar, pero después con todos los ejercicios, el acondicionamiento se me olvidó y ahora estoy muy orgullosa de eso, de haberme quedado y de seguir teniendo a mi familia, aunque no la veo muy seguido como antes”
No sabe si vendrá una guerra o un desastre natural al que apoyar. La soldado Martínez está entrenada mental y físicamente para cualquier riesgo. Sus mandos superiores la acompañan y orientan aunque no le dan trato preferencial por ser mujer.
“Entiendes que la disciplina es así para todos, que al principio te tocaba bañarte con agua fría, vivir en un ambiente de hombres, pero después te da mucho orgullo saber que eres parte de esta familia”, dice Martínez, mientras ajusta la gorra en su cabeza.
Matrimonio y milicia: soldado Esquivel
El día en que se realizó esta entrevista, la soldado auxiliar dactiloscopista Esquivel cumplía su quinto aniversario de bodas. No tendría una celebración cotidiana, se encontraba en servicio en la Sexta Zona Militar.
Pero a esto ya se ha acostumbrado, ha tenido que pasar navidades y fiestas de fin de año lejos de sus familiares y su esposo. A veces le gana el llanto, añorando la vida de civil que tuvo que modificar luego de su decisión de enlistarse al Instituto Armado.
“He llorado muchas veces, es porque extrañas, pasan cumpleaños, momentos en que todo mundo convive y tú estás trabajando, esto te hace fuerte… la forma de ser cambia, porque valoras tu vida, tu servicio en el Ejército, valoras todo”, cuenta.
Sus pestañas son largas y tupidas, lleva el cabello recogido a la altura de la nuca y la boca pintada con un color claro. “Cuando salí de preparatoria mi idea era entrar a la escuela médico militar, luego empecé a hacer mi carrera en la vida civil, soy abogada, pero quise formar parte del Ejército”.
Tiene 28 años y se enlistó a la milicia cuando tenía tres de haberse casado. La vida de Esquivel no se acomoda en el patrón de la mujer ama de casa que se dedica únicamente a las labores del hogar, su plan de vida es otro.
“Desde el principio tienes retos muy grandes, dejas muchas cosas atrás, tu familia, tu tiempo, tu individualidad como persona porque no tienes privacidad, aquí se trabaja en equipo, en espíritu de cuerpo”.
Lo más duro de su formación fue la transición de la vida civil a la militar. Cuando tuvo que ir al adiestramiento individual a Chihuahua le costó separarse de su esposo, pero con los años confirma que tomó la decisión correcta, pues la vida le ha permitido combinar su desarrollo profesional con el personal.
“Ha sido gratificante, pero yo como persona y como profesionista he sacado valor no sé de dónde; este trabajo me ha dado la oportunidad de ampliar mis conocimientos, hay oportunidad de superarte, el mando siempre te apoya porque lo que se requiere es gente preparada”.
Esquivel pertenece al equipo del Ministerio Público del Ejército, que se dedica a vigilar y atender los asuntos legales relacionados con la disciplina militar. Se convirtió en una mujer disciplinada, segura de lo que quiere de su vida.
Le gusta la fuerza, la vida de las armas, el combate, pero también le gusta pasar tiempo con su marido y sus padres. La disciplina la lleva a todos lados, es inevitable perder un hábito que se practica en una institución como el Ejército.
Los amaneceres de Esquivel fueron distintos desde su ingreso al Ejército, la vida es más rápida y ordenada si se está en servicio y es difícil acoplarla a la vida civil, fuera del cuartel. Pero nada es imposible y con el apoyo de su familia ha podido adaptarse.
“El valor de la disciplina se lleva hasta la casa, cuando llego a mi casa le digo ‘¿por qué eres tan desordenado, por qué no te organizas?’. Luego reacciono y me doy cuenta que estoy en casa, no en el cuartel”.
Su voz suave contrasta con el arma larga que lleva a su costado, con su uniforme camuflado y las botas relucientes. Se percibe pacífica, discreta. Quiere ser madre, planea su embarazo a corto plazo, desea pasar más tiempo con su esposo.
“Como matrimonio buscamos estabilidad, él decía: yo ya quiero tener un hijo, y yo le dije, espérame, pero él ha estado conmigo siempre, creo que siempre que haya respeto todo irá bien”.
Las cosas no han sido fáciles para el marido. Al inicio tenía celos –como cualquiera pudiera tenerlos, explica Esquivel–, al saber que su mujer conviviría encerrada por meses con hombres desconocidos.
Pero el tiempo se encargó de disipar las dudas. “Los dos hemos aprendido mucho, él sabe que mi formación es profesional y que requiere de mucha preparación mental y disciplina y que implica darle prioridad a muchas cosas”.
“Cuando estamos aquí en el encierro, formas otra familia, también es tu hogar y te divides, la verdad a mí me ha dado mucho el Ejército, sé que tengo oportunidades de crecimiento y que los mandos me apoyarán para mi crecimiento personal”.
-¿Te arrepientes de haberte enlistado en el Ejército?
“No, al contrario, creo que tengo una gran oportunidad por estar aquí, por tener un esposo y una familia que me apoya en todo”.
Esquivel ha puesto su granito de arena y voluntad para mostrar que la mujer también puede ser como un soldado.
-¿Te pesa la disciplina castrense?
“Es dura al principio, pero después la entiendes, si hay un trato por igual nadie recibe menos, nadie recibe más, se debe respeto a los mandos, pero te deja valores para toda tu vida y estás entrenado bajo una disciplina que así tiene que ser”.
No tiene vicios, pero le gusta hacer lo que a cualquier persona, ver la televisión, escuchar música, descansar. Aunque a veces se le olvide que tiene que parar, en ocasiones come tan rápido cuando está fuera del cuartel que su esposo le reprocha, cuenta entre risas.
Esquivel se considera una mujer fuerte, con futuro en la milicia, tiene ganas de luchar por su país, de ayudar desde su uniforme para dejar un mejor México a sus hijos.
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