viernes, 12 de julio de 2013

FRENTE COMÚN DE LAS IZQUIERDAS

PORFIRIO MUÑOZ LEDO

Fui distinguido hace unos días con un homenaje organizado por la delegación de Iztacalco con motivo de mi próximo aniversario.
 Ahí se dieron cita antiguos amigos y compañeros de lucha entre los que se encontraba un nutrido contingente de quienes estrenaron su primera juventud en el movimiento de 1988. 
Era ocasión para reflexionar conjuntamente sobre los haberes y deberes de la izquierda contemporánea de México. 
 Ciertamente, el enorme esfuerzo que hemos desplegado desde entonces –incluyendo el sacrificio de numerosos militantes- logró transformaciones definitivas como el colapso del sistema de partido hegemónico, la ampliación de las libertades públicas, la instauración del pluralismo político y la relativa autonomía de la que goza el Distrito Federal. 

Pero nuestro propósito iba mucho más lejos; queríamos evitar que se instalara en el país el régimen neoliberal y sus consecuencias naturales: la disminución de la soberanía nacional y la profundización de las desigualdades. 

Es menester admitir que en esos objetivos fundamentales hemos fracasado, 

Si bien se abrieron espacios para la representación política, estos han significado también ocasiones para el oportunismo y la corrupción. 

Perdimos lo más y ganamos lo menos, a pesar de los muy honrosos ejercicios del poder público que hayamos tenido. 

Después de 25 años de experiencias, aciertos y errores las izquierdas necesitan un balance, una introspección y una nueva hoja de ruta. 

La cuestión del petróleo y el debate sobre la energía podrían señalar nuevos senderos de convergencia para emprender acciones comunes. 

 Este parece ser el cuarto embate en los últimos catorce años contra los principios constitucionales en la materia- Zedillo, Fox, Caderón y el que se avecina. 

Logramos detener los anteriores en sus consecuencias últimas mediante movilizaciones y unidad de acción política. Estamos obligados a detener el propósito para tejer una estrategia de futuro. 
 
Se ha perfilado la coincidencia de muy relevantes segmentos y personalidades de la izquierda que rechazan la privatización, pero la convocatoria ha de ser incluyente. 

No podríamos dilapidar la ocasión emprender acciones coordinadas que comprendan a todos. 

Según las encuestas el 65% de los ciudadanos también la rechazan. 

Se trata de una oportunidad inmejorable para restablecer nuestro liderazgo social. 

La agenda de las reformas que se pretenden es larga tanto en la esfera económica como en la política y la social. 

Habríamos de intentar ejercicios semejantes, cuando menos en los asuntos cruciales y adelantarnos con propuestas propias capaces de unificarnos. 

Puntos de programa los hemos tenido desde hace tiempo y los debates han abundado. Es hora de compaginarlos, actualizarlos y presentarlos públicamente. 

Lo esencial es formar un frente común respecto de los problemas fundamentales del país y sostener conductas políticas congruentes que realcen el perfil democrático de las izquierdas y contribuyan a su autonomía de acción respecto del gobierno y los poderes fácticos. 

La transparencia se convierte en requisito indispensable para nuestra credibilidad. 

Lo primero sería levantar un listado de las prioridades del país, se encuentren o no en las agendas pactadas. 

Los temas del salario, la distribución del ingreso, la democracia participativa, una estrategia renovada de seguridad, la reforma educativa en profundidad, la política exterior y la nueva inserción de México en un mundo global no podrían estar ausentes. 

En seguida habría que discernir el método para alcanzar acuerdos que comprometan a todos. 

He recordado a menudo el Congreso de Oaxtepec donde debatimos propuestas encontradas sobre el futuro de la izquierda y sus relaciones con el gobierno. 

Ahí obtuvimos conclusiones que habilitaron el diálogo del que surgieron los cambios que dieron origen la transición política del país, luego traicionada por los resabios del autoritarismo que nunca hemos derrotado. 

Un pronunciamiento esencial de la izquierda se refiere a la estabilidad del orden jurídico y a los remiendos constantes al texto constitucional. 

Al paso que vamos éste sería modificado en casi la mitad de sus artículos durante el presente sexenio. 

No sería más sabio proponer, en el horizonte del centenario de 1917 la elaboración de una nueva Constitución para la República.

 Ella podría ser la condensación de los afanes históricos de la izquierda.

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