miércoles, 16 de enero de 2013

LA ALCANTARILLA


    
Javier Valdez  
Dormía a pesar de ese ruido que producía el paso de los vehículos por la alcantarilla que estaba frente a su casa. Dormía quizá por eso: arrullado, entretenido, confiado, acostumbrado a ese ruido de siempre, ese arrullo rítmico de tras, ese acompañamiento musical de cada noche y madrugada.

Su recámara estaba en un segundo piso y daba a la calle. Tenía ese ventanal que casi abarcaba toda la pared, con cortinas blancas que no traspasaban la luz porque eran dobles y una lámpara tímida que aluzaba solo un rincón de la recámara. Él rentaba ahí porque era céntrico y porque le gustaba la vista y era barato.

En tiempo de calor abría las ventanas y entraba un aire fresco que parecía haber aguardado durante la noche para ingresar a bañar y renovar todos los intersticios del cuarto, y entonces las cortinas bailaban y el viento inundaba todo como si fuera un viento de mar. Y él disfrutaba despertar así, saludando al sol y a ese aire risueño.

Una madrugada de verano lo alertó un ruido inusual. La alcantarilla estaba ahí, con esa tapadera dislocada que lo acompañaba y serenaba mientras dormía. Movió las sábanas. Se acomodó el chor que usaba como piyama y se puso una camiseta para que no le hiciera daño el sereno.

Abajo había un vehículo estacionado y otro que le había cerrado el paso. Un hombre bajó del que había quedado adelante. Traía una pistola en la mano. Con una serenidad impresionante y cuatro pasos de película avanzó hacia el conductor del otro automóvil, levantó el arma y le disparó. Pum pum pum.

Miró a su víctima de más cerca, inclinándose un poco. Apuntó de nuevo pero ya no disparó. Regresó sobre sus pasos, lentamente. En esa escena criminal sus pies habían dejado una estela escarchada. Se metió y puso sus manos al volante. Se alejó de ahí sin prisas. Ninguna patrulla ni peatón ni vehículo. Minutos después aquello era un pandemónium.

Ya no pudo dormir. El sueño lo abandonó: el viento le pareció enfermo y maloliente, él se sintió triste y solo, las cortinas no bailaban sino renegaban de todo y esa luz emigró a hiriente y malhumorada. Se sentó en el filo de la cama. Se paró. Fue al baño. Salió de ahí rebobinando su cabeza: el arma, los escupitajos de fuego, el asesino como esquimal.

Esa mañana, antes de salir a trabajar, decidió cambiarse de departamento. Extrañaría todo, pero se sentiría a salvo y trataría de borrar esa escena del crimen. Malos olores y humores y esa madrugada echada a perder no volverían más. Encontró uno no muy lejos de ahí, con ventana a la calle pero no tan grande.

Sin la alcantarilla molacha ni ese ruido, empezó a padecer insomnio. Y cada noche, a deshoras, se asomaba despierto y lagañoso: veía al hombre aquel, la pistola encendida y esa mirada de congelador.

11 de enero de 2013. / RIODOCE.COM.MX/COLUMNA MALAYERBA / Javier Valdez   /Domingo 13 de enero de 2013

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