lunes, 31 de diciembre de 2012

EL EXPEDIENTE: EL PACTO...

Rosendo Zavala


Saltillo, Coah.- Sin dejar de mirar a su dama, Luis César le clavó el puñal con la euforia de los amantes enloquecidos, mientras le susurraba el pacto de amor que se habían prometido durante años y que sellarían como estaba previsto… con sangre.
Tan sólo un instante bastó para que la historia de los enamorados terminara cruelmente en el baño de una residencia, donde el destino tiñó de rojo la existencia de la mujer, cuyo único pecado fue haberse fijado en el hombre equivocado.
En medio del reproche y el asombro de una comunidad aturdida, el asesino decidió alcanzar a la mujer de su vida ahorcándose en la celda del Cereso que lo guardaría durante el resto de sus días, poniendo fin a uno de los expedientes que se ha convertido, por mucho, en uno de los más trágicos en la historia de Saltillo.
Inesperado encuentro
Aquella tibia mañana, Nancy deambulaba por los pasillos del Metro, intentando llegar a su cita con el destino: la grandeza de la capital la había deslumbrado pero dejando de lado su esencia coahuilense, se postró a un lado de las vías, aguardado el arribo del gigante naranja.
Desde días antes, la mujer de aspiraciones altas y mirada visionaria había llegado a la gran ciudad como retando a la suerte, sabiendo que entre el mar de caras desconocidas que se topaba en cada esquina podría estar el futuro, su futuro.
Respirando hondo para no caer en la desesperación, volteó a su alrededor extrañada y, repentinamente ahí estaba, era Luis César, que con la tibieza de sus movimientos aguardaba el tren que irónicamente lo llevaría al mismo destino de la que luego sería su amada.
Como por obra de la causalidad, ambos cruzaron miradas y con un hola se rompió el hielo que daría paso a la tormentosa relación que los ataría durante años, con el vaivén agridulce del amor que nunca terminó por fraguar.
Agitada por el encuentro que pareció idílico, Nancy contestó al saludo del farmacéutico que, de manera natural, la envolvió en su charla, mientras ella le confiaba su estancia en la urbe que tomaría como nido sus futuros amoríos.
Tras una efímera charla donde revelaron confidencias y una intimidad que validarían como única, Nancy regresó a Saltillo convencida de que había encontrado el amor, mientras construía el principio de su final sin darse cuenta.
Y es que al tratar de cambiar el amor de su esposo por el de un desconocido, abrió las puertas al mundo de la incertidumbre, que la cegó con el elíxir del deseo, dando paso a una aventura que terminó por convertirse en tragedia.
Un tórrido amor
Ajenos al triste final que el destino les deparaba, los amigos siguieron frecuentándose hasta convertirse en amantes, utilizando a la Santa Muerte como amuleto de su unión, para pedir que los “bendijera” en el camino que habían decidido emprender juntos.
Casi sin darse cuenta, el tiempo voló, alimentando la pasión de ambos en los furtivos lugares que hicieron suyos, congraciando la relación que desde su primer encuentro fue prohibida porque ella estaba casada con Tomás.
Sin embargo, lo que había comenzado como un romance casual se transformó en una obsesión, al grado de que Nancy se vio afectada en su matrimonio y poco después le pidió a su esposo que se divorciaran, luego de un sinnúmero de peleas maritales.
Fue así como, la para entonces trabajadora de la Procuraduría, decidió cambiar de entorno, y en un acto de franca rebeldía pidió a su enamorado que la siguiera en sus andanzas por la vida, mientras éste obedecía la petición cegado por la lujuria.
“La conocí en México en el 2005 y nunca perdimos contacto, pero en el 2008 ella me dijo que se había separado y me pidió que me viniera a vivir aquí a Saltillo, pues ya había comenzado los trámites de divorcio”, dijo Luis César en uno de sus tantos interrogatorios penales.
Con la encomienda de ser feliz a costa del propio universo, Luis viajó a la capital de Coahuila, donde puso en práctica sus artes medicinales para sobrevivir, todo con tal de alimentar el deseo que desfogaba en la humanidad de su amante, cada que la ocasión lo permitía.
Mientras la dulzura invadía sus corazones, blindándolos de toda maldad, en su entorno la situación empeoraba, fabricando el escenario que daría paso a la desgracia, esa que los alcanzó irremediablemente en forma de cuchillo.
Pacto suicida
Aunque Tomás había logrado convencer a Nancy de que vivieran juntos para no desintegrar su familia, la profesionista ya tenía escrita la línea de intereses afectivos y sigilosamente siguió la figura del erotismo que su “amigo” le marcaba.
Pero el desenfreno clandestino la llevaría hasta el abismo de lo indecible, cuando su fervor por la “señora de la oscuridad” la hizo llegar demasiado lejos con su enamorado, porque juntos se verían envueltos en el escándalo que mató el amor de golpe.
Esto porque aquel amanecer de marzo, Luis César llegó a la casa de Nancy y en una demostración de amor enfermizo comenzó a cortejarla, creando el preámbulo que cambiaría el destino de ambos para siempre.
Según la versión del propio asesino, ambos se enfrascaron en el diálogo que se prolongó durante varios minutos, mientras los suspiros ahogados los llevaban entrelazados hasta el baño de la residencia, donde consumarían el pacto acordado años antes.
Cegados por la pasión que sentían, la fémina habría tomado un arma blanca para utilizarla como parte del juego amoroso, incrustándola en su cuerpo mientras ofrecía el acto a quien la veía entusiasmado sin perder detalle.
“En ese momento se clavó el cuchillo, pero cuando intenté sacárselo se lo enterré más, así que sólo recordé el pacto de amor y le enterré el cuchillo otra vez en el estómago, luego en el pecho y finalmente en el cuello”, declararía Luis ante las autoridades.
Al ver que su amada se había entregado a la voluntad del deseo, Luis sintió miedo y ya no pudo culminar el pacto de seguirla, por lo que huiría a Monterrey, para después retornar a su tierra, imaginando que la distancia curaría sus heridas de amor y perdonaría su pecado.
Tomás, el esposo de Nancy, llegó a la casa y sintió extrañeza al ver uno de sus hijos en la calle, por lo que tras abrir la puerta entró presuroso imaginando lo peor, llegando hasta la regadera, donde encontró la aterradora escena que validó su presagio.
Tras percatarse de que su mujer yacía tirada en un charco de sangre, el adolorido esposo llamó a los Bomberos, pero cualquier intento de ayuda resultaría inútil, porque su mujer había perecido de cuatro puñaladas que resultaron mortales.
Acorralan al homicida
Fabricando las hipótesis que los llevaron hasta el centro del país, agentes ministeriales de Coahuila entraron en contacto con sus similares capitalinos, buscando cada detalle del presunto agresor que podría andar suelto en la gran ciudad.
Como primera recompensa a sus habilidades caninas, los policías norteños supieron que Luis César era buscado en el Distrito Federal por haber asesinado a la hermana de una ex pareja meses atrás, lo que validó las sospechas de ambas autoridades en relación con la existencia de un multihomicida.
Bajo esa premisa, la entonces FGJE buscó incesantemente al farmacéutico, que capturarían días después, dejándole caer la culpa del crimen que cargó en la conciencia hasta el último día de su vida.
Una vez en la cárcel, Luis César se dio a la tarea de limpiar su conciencia… sin conseguirlo, pues aunque intentaba disfrazar su delito de bondad, la realidad de los hechos lo atormentaba sobremanera a cada instante.
Casi tres años después de su captura, un juez penal le dictó la sentencia condenatoria de 34 años de prisión bajo el delito de homicidio calificado por haberse cometido con traición, en contra de su enamorada.
Devastado por la noticia, el decepcionado criminal optó por seguir a su amada cruzando la puerta falsa para concretar su deseo fatalista, ahorcándose en el interior de su celda para buscar pagar con la vida el castigo que le impuso la justicia, según él, injustamente.
Repentinamente, el proceso legal que seguiría Luis en el reclusorio se extinguió para dar paso a la controversia social, dejando en el aire la incógnita de si habría sido él quien acabó con la vida de Nancy tan sádicamente, o prefirió morir antes que ver diluir su existencia tras los barrotes de la jaula penitenciaria que lo guardaría para siempre.
El detalle:
Luis César fue sentenciado por un juez penal a 34 años de prisión, por el delito de homicidio calificado por haberse cometido con traición, pero al no soportar la condena decidió ahorcarse en la celda del reclusorio donde estaba preso.

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