lunes, 31 de octubre de 2011

¿QUIEN ES EL JEFE?


Javier Valdez   
Domingo 30 de octubre de 2011
Quería ser médico cirujano. Y ahí estaba, en las cumbres de la orografía, donde los cerros copulaban entre sí y no terminaban de acomodar sus faldas cuando tenían al otro encima.

Le dijeron que ahí querían mucho a los médicos. Por una razón muy sencilla: salvan vidas. Pero que debía cuidarse y si era posible, dejar de usar la bata blanca que tanto le gustaba portar porque las partes bajas de la prenda aleteaban cuando avanzaba de prisa por los pasillos del hospital.

Pero ahí, en esa lejanía, esa vida rupestre de tierra y piedras, de viento seco y proyectiles grises cayendo en lugar de hojas de los árboles, era diferente. Tienes que cuidarte, cabrón, de verdad. Ya te irás dando cuenta.

Aquella noche, de las primeras que lo estrenaban como médico, su compañero le ordenó que apagara la luz. Y antes de que le preguntara porqué, aquel se apuró y lo hizo por su cuenta. Vienen varias camionetas, buscan a alguien. Mejor que piensen que estamos dormidos o que no estamos.

De noche, las caravanas de camionetas pasaban y pasaban. Entraban a las casas y sacaban a los hombres. La mayoría aparecían muertos.

Uno de esos convoyes llegó de madrugada al pequeño dispensario médico. Casi tumbaban la puerta cuando uno de los doctores gritó desde dentro, Qué se les ofrece. Con voz de mando le dijeron que tenían que subir a un pueblito, nos balacearon a uno.

Él despertó al recién llegado y le dijo, Ve tú, te toca. No contestó, solo apuró sus movimientos, se puso la ropa, menos la bata, y unos tenis que no abrochó por las prisas. Tomó el maletín y se montó con aquellos desconocidos, en esa cuatro por cuatro.

Volteó para saludarlos. Todos llevaban el falo erguido del cañón oscuro entre las piernas. Uno de ellos nomás movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo. Él le contestó con la mano alzada y un qué tal. Los demás ni siquiera lo vieron. Traían los ojos cuarteados y las manos en los fusiles.

Llegaron y afuera los recibió una señora de baja estatura y regordeta. Ta dentro doctor, cúrelo por favor. Salió del espanto cuando vio al hombre tirado en la cama, con sangre en brazos y manos, pero una herida no tan grave en el muslo. Lo aparatoso de la lesión y los flujos venales los tenían tartamudeando.

Él tomó esto y aquello. Y en cosa de minutos ya estaban suturando. Es todo, cómprele esto en la farmacia y que no camine ni se levante. La señora casi le besó la mano. Aquellos ni las gracias la dieron.

Los volvió a ver de noche. Llegaron en esa troca y bajaron a tres heridos. Dos de ellos habían estado con él aquella madrugada. Los metieron violentamente al consultorio: traían balazos en tórax, abdomen y brazos. Dos de ellos muy graves. Uno de los sicarios dijo algo que no entendieron.

Su amigo, que tenía más experiencias en pacientes politraumatizados, les gritó:  ¿Quién es el jefe?, ¿quién es el jefe?. No lo dijo más cuando le contestaron. A ese salvó. Uno murió y el otro quedó recuperándose. A solas le preguntó porqué había salvado al jefe. Porque si se nos muere, nos matan.

28 de octubre de 2011.

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