1ER. TIEMPO:
Las risas de la complicidad. El momento que define el cumplimiento más
importante, hasta ahora, de una oferta de campaña, la cancelación del Nuevo
Aeropuerto Internacional de México en Texcoco, no podía haber sido más
ilustrativo que la fotografía del lunes, en la conferencia de prensa donde el
presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ratificó la liquidación de ese
proyecto y el nacimiento de Santa Lucía como terminal comercial alterna,
sonriendo con José María Riobóo, su constructor preferido desde que era jefe de
gobierno en la Ciudad de México, y que lo ha acompañado como asesor de cabecera
en materia de infraestructura. Riobóo fue el gran ganador con la cancelación de
Texcoco, donde se cobró políticamente una derrota que le propiciaron como
empresario. En enero de 2015, Riobóo perdió la licitación para la construcción
de pistas, rodajes y plataformas en el NAIM, que fue adjudicada al consorcio
encabezado por la compañía holandesa Netherland Airport Consultants, que
construyó el aeropuerto Schipol de Ámsterdam, y en los espectaculares
aeropuertos de Beijing y Kuala Lumpur. Riobóo sufrió una importante
transformación. El 15 de noviembre de ese mismo año, Riobóo y un topógrafo,
Sergio Samaniego, presentaron la propuesta de cancelar Texcoco y habilitar como
terminal comercial la Base Aérea Santa Lucía, en nombre del entonces aspirante
a la Presidencia. Habría cinco pistas, costaría 30 mil millones de pesos y se
terminaría en 30 meses. Operaría junto con el aeropuerto Benito Juárez y no habría
problemas en la simultaneidad, como decían los expertos. En ese entonces, como
ahora, no había ningún proyecto ejecutivo, sino trazos sobre papel cebolla. En
la campaña presidencial desaparecieron tres pistas, y ya no costaría 30 mil
millones, sino 70 mil, y se culminaría en 36 meses. Pequeños detalles, de los
que nunca explicó su transformación. Riobóo acompañó a López Obrador cuando se
presentó sin previo aviso en la obra de Texcoco durante la campaña
presidencial, donde le dieron una amplia explicación del proyecto. El entonces
candidato se mostró sorprendido y le preguntó a su asesor por qué no le había
informado sobre los datos que le estaban dando. Actualízalos, instruyó. Nunca
lo hizo, ni lo necesitaba. Cancelar Texcoco era una promesa de campaña; realizar
un proyecto ejecutivo de Santa Lucía, podía esperar. La venganza sabe mejor con
la sangre fría. Tres años después, lo logró.
2O. TIEMPO:
El ausente en la fiesta de las risas. Una vez pasada la elección presidencial,
Andrés Manuel López Obrador comenzó a integrar su equipo de gobierno. Uno de
los primeros nombramientos fue el de Carlos Urzúa, que había sido su secretario
de Finanzas durante la primera parte del gobierno en la Ciudad de México, y que
llevaría a la titularidad de Hacienda. Urzúa regresó de las aulas y comenzó a
trabajar. Una de las cosas que hizo fue hablar con Fernando Patiño, el director
general del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México, el hombre del hoy
canciller Luis Videgaray a quien se responsabilizó de la obra del NAIM en
Texcoco, quien le detalló la ingeniería financiera y el modelo de negocios.
Urzúa se lo explicó al presidente electo, con detalles de cómo estaba
financiada la obra durante los próximos años con la Tarifa de Uso de
Aeropuerto, y cómo el retorno de utilidad, de aproximadamente 42%, iba a
recuperar toda la inversión del gobierno y a convertirse en una caja
registradora de ganancias. Tras esa explicación, López Obrador modificó su
discurso, cuando en lugar de la sentencia definitiva de cancelar la obra, habló
de la posibilidad de concesionarlo al sector privado y, todavía más fino, de
quizás sólo concesionar una parte y quedarse el gobierno con la otra parte.
Urzúa parecía haber ganado la batalla hasta que a principios de octubre, en una
reunión del equipo del presidente electo con pobladores de los municipios
colindantes con la obra, declararon su oposición tajante a Texcoco. A partir de
entonces, el discurso de López Obrador regresó al de la campaña presidencial.
La consulta para determinar el sitio donde se establecería el nuevo aeropuerto
sepultó a Texcoco, pero también a Urzúa, la gran figura ausente en todo el
proceso y su secuela. Urzúa ya estaba herido desde hace tres semanas, cuando se
pidieron recursos fiscales por 88 mil millones de pesos para Texcoco, por
ampliaciones no previstas ante el incremento del flujo de pasajeros en 2017.
“Se hablaba de que no se iban a necesitar estos fondos, cuando me presentaron a
mí el dictamen de la comisión de Gobierno”, se quejó López Obrador. “Me dijeron,
entre ellos Carlos Urzúa, que una de las ventajas que tiene la construcción del
nuevo aeropuerto en Texcoco es que es autofinanciable, se puede concesionar, no
se requiere de dinero del presupuesto, y ahora resulta que sí”. El beso del
Diablo. Urzúa había quedado descalificado por su jefe. Arrumbado en sus
oficinas, ignorado para la toma de decisión final. Degradado antes, incluso, de
que llegara a su nuevo despacho en Palacio Nacional, si es que finalmente
llega.
3ER. TIEMPO:
Qué risas tan incómodas, ¿verdad? Nadie podía haberse sentido más incómodo el
lunes pasado, cuando en la casa de la transición, el presidente electo Andrés
Manuel López Obrador, fijó su posición sobre la cancelación del NAIM en
Texcoco. A su derecha estaba Alfonso Romo, quien ha sido nombrado como el
próximo jefe de Oficina de la Presidencia, y después, apretándolo como
sándwich, el constructor y asesor de López Obrador, José María Riobóo. Estos
dos no dejaron de intercambiar sonrisas, las de la victoria de Santa Lucía
sobre Texcoco, mientras Romo, normalmente con una sonrisa en la cara, no podía
ocultar la dureza en su rostro. Junto con el futuro secretario de Hacienda,
Carlos Urzúa, había sido uno de los grandes promotores de Texcoco. Urzúa no fue
invitado a la conferencia de prensa, con lo cual le evitó López Obrador el mal
sabor de boca, pero Romo tuvo que poner su cara y apretarse el hígado. Qué
pensaba, aún nadie lo sabe, pero qué significaba lo que estaba viviendo, era la
pérdida de toda la credibilidad ante sus interlocutores. Le había costado mucho
a Romo vencer —con el apoyo de López Obrador—, las resistencias del Grupo
Monterrey, donde lo conocen bien, de ser su ventanilla para hablar con el
Presidente electo. No le ha ido bien dentro del equipo en transición porque se
ha quedado aislado en medio de las intrigas del primer círculo del poder
venidero, pero se mantenía con vida política por la funcionalidad para el
presidente electo con un sector que pocos conocen como él en ese entorno. Romo
fue quien habló con los empresarios, y los bancos, y las instituciones
financieras e inversionistas extranjeros para darles garantías que el proyecto
de Texcoco iba para adelante, generando confianza y credibilidad en su palabra.
Que la decisión haya ido por el camino opuesto, no sólo liquidó Texcoco, sino
su confiabilidad como interlocutor con el presidente. Romo se quedó vacío de
legitimidad ante los ojos del sector privado como un enlace eficiente. Acceso
tiene, está claro, pero influencia no. A un mes de que inicie el nuevo
gobierno, quien está designado para ocupar el segundo cargo más importante de
la Presidencia, que sería el jefe de Oficina, quedó mutilado. Santa Lucía y sus
promotores lo liquidaron antes de entrar en funciones y provocaron un reacomodo
en la correlación de fuerzas alrededor de López Obrador. La pregunta que muchos
se están haciendo es si no será la primera renuncia de muy alto nivel del
gobierno en transición.
twitter: @rivapa
(EJE CENTRAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ AYUDA DE MEMORIA/
31 DE OCTUBRE DE 2018)
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