lunes, 5 de noviembre de 2018

¿DE QUÉ SE RÍE, SEÑOR PRESIDENTE?


1ER. TIEMPO: Las risas de la complicidad. El momento que define el cumplimiento más importante, hasta ahora, de una oferta de campaña, la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México en Texcoco, no podía haber sido más ilustrativo que la fotografía del lunes, en la conferencia de prensa donde el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ratificó la liquidación de ese proyecto y el nacimiento de Santa Lucía como terminal comercial alterna, sonriendo con José María Riobóo, su constructor preferido desde que era jefe de gobierno en la Ciudad de México, y que lo ha acompañado como asesor de cabecera en materia de infraestructura. Riobóo fue el gran ganador con la cancelación de Texcoco, donde se cobró políticamente una derrota que le propiciaron como empresario. En enero de 2015, Riobóo perdió la licitación para la construcción de pistas, rodajes y plataformas en el NAIM, que fue adjudicada al consorcio encabezado por la compañía holandesa Netherland Airport Consultants, que construyó el aeropuerto Schipol de Ámsterdam, y en los espectaculares aeropuertos de Beijing y Kuala Lumpur. Riobóo sufrió una importante transformación. El 15 de noviembre de ese mismo año, Riobóo y un topógrafo, Sergio Samaniego, presentaron la propuesta de cancelar Texcoco y habilitar como terminal comercial la Base Aérea Santa Lucía, en nombre del entonces aspirante a la Presidencia. Habría cinco pistas, costaría 30 mil millones de pesos y se terminaría en 30 meses. Operaría junto con el aeropuerto Benito Juárez y no habría problemas en la simultaneidad, como decían los expertos. En ese entonces, como ahora, no había ningún proyecto ejecutivo, sino trazos sobre papel cebolla. En la campaña presidencial desaparecieron tres pistas, y ya no costaría 30 mil millones, sino 70 mil, y se culminaría en 36 meses. Pequeños detalles, de los que nunca explicó su transformación. Riobóo acompañó a López Obrador cuando se presentó sin previo aviso en la obra de Texcoco durante la campaña presidencial, donde le dieron una amplia explicación del proyecto. El entonces candidato se mostró sorprendido y le preguntó a su asesor por qué no le había informado sobre los datos que le estaban dando. Actualízalos, instruyó. Nunca lo hizo, ni lo necesitaba. Cancelar Texcoco era una promesa de campaña; realizar un proyecto ejecutivo de Santa Lucía, podía esperar. La venganza sabe mejor con la sangre fría. Tres años después, lo logró.

2O. TIEMPO: El ausente en la fiesta de las risas. Una vez pasada la elección presidencial, Andrés Manuel López Obrador comenzó a integrar su equipo de gobierno. Uno de los primeros nombramientos fue el de Carlos Urzúa, que había sido su secretario de Finanzas durante la primera parte del gobierno en la Ciudad de México, y que llevaría a la titularidad de Hacienda. Urzúa regresó de las aulas y comenzó a trabajar. Una de las cosas que hizo fue hablar con Fernando Patiño, el director general del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México, el hombre del hoy canciller Luis Videgaray a quien se responsabilizó de la obra del NAIM en Texcoco, quien le detalló la ingeniería financiera y el modelo de negocios. Urzúa se lo explicó al presidente electo, con detalles de cómo estaba financiada la obra durante los próximos años con la Tarifa de Uso de Aeropuerto, y cómo el retorno de utilidad, de aproximadamente 42%, iba a recuperar toda la inversión del gobierno y a convertirse en una caja registradora de ganancias. Tras esa explicación, López Obrador modificó su discurso, cuando en lugar de la sentencia definitiva de cancelar la obra, habló de la posibilidad de concesionarlo al sector privado y, todavía más fino, de quizás sólo concesionar una parte y quedarse el gobierno con la otra parte. Urzúa parecía haber ganado la batalla hasta que a principios de octubre, en una reunión del equipo del presidente electo con pobladores de los municipios colindantes con la obra, declararon su oposición tajante a Texcoco. A partir de entonces, el discurso de López Obrador regresó al de la campaña presidencial. La consulta para determinar el sitio donde se establecería el nuevo aeropuerto sepultó a Texcoco, pero también a Urzúa, la gran figura ausente en todo el proceso y su secuela. Urzúa ya estaba herido desde hace tres semanas, cuando se pidieron recursos fiscales por 88 mil millones de pesos para Texcoco, por ampliaciones no previstas ante el incremento del flujo de pasajeros en 2017. “Se hablaba de que no se iban a necesitar estos fondos, cuando me presentaron a mí el dictamen de la comisión de Gobierno”, se quejó López Obrador. “Me dijeron, entre ellos Carlos Urzúa, que una de las ventajas que tiene la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco es que es autofinanciable, se puede concesionar, no se requiere de dinero del presupuesto, y ahora resulta que sí”. El beso del Diablo. Urzúa había quedado descalificado por su jefe. Arrumbado en sus oficinas, ignorado para la toma de decisión final. Degradado antes, incluso, de que llegara a su nuevo despacho en Palacio Nacional, si es que finalmente llega.

3ER. TIEMPO: Qué risas tan incómodas, ¿verdad? Nadie podía haberse sentido más incómodo el lunes pasado, cuando en la casa de la transición, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, fijó su posición sobre la cancelación del NAIM en Texcoco. A su derecha estaba Alfonso Romo, quien ha sido nombrado como el próximo jefe de Oficina de la Presidencia, y después, apretándolo como sándwich, el constructor y asesor de López Obrador, José María Riobóo. Estos dos no dejaron de intercambiar sonrisas, las de la victoria de Santa Lucía sobre Texcoco, mientras Romo, normalmente con una sonrisa en la cara, no podía ocultar la dureza en su rostro. Junto con el futuro secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, había sido uno de los grandes promotores de Texcoco. Urzúa no fue invitado a la conferencia de prensa, con lo cual le evitó López Obrador el mal sabor de boca, pero Romo tuvo que poner su cara y apretarse el hígado. Qué pensaba, aún nadie lo sabe, pero qué significaba lo que estaba viviendo, era la pérdida de toda la credibilidad ante sus interlocutores. Le había costado mucho a Romo vencer —con el apoyo de López Obrador—, las resistencias del Grupo Monterrey, donde lo conocen bien, de ser su ventanilla para hablar con el Presidente electo. No le ha ido bien dentro del equipo en transición porque se ha quedado aislado en medio de las intrigas del primer círculo del poder venidero, pero se mantenía con vida política por la funcionalidad para el presidente electo con un sector que pocos conocen como él en ese entorno. Romo fue quien habló con los empresarios, y los bancos, y las instituciones financieras e inversionistas extranjeros para darles garantías que el proyecto de Texcoco iba para adelante, generando confianza y credibilidad en su palabra. Que la decisión haya ido por el camino opuesto, no sólo liquidó Texcoco, sino su confiabilidad como interlocutor con el presidente. Romo se quedó vacío de legitimidad ante los ojos del sector privado como un enlace eficiente. Acceso tiene, está claro, pero influencia no. A un mes de que inicie el nuevo gobierno, quien está designado para ocupar el segundo cargo más importante de la Presidencia, que sería el jefe de Oficina, quedó mutilado. Santa Lucía y sus promotores lo liquidaron antes de entrar en funciones y provocaron un reacomodo en la correlación de fuerzas alrededor de López Obrador. La pregunta que muchos se están haciendo es si no será la primera renuncia de muy alto nivel del gobierno en transición.

twitter: @rivapa

(EJE CENTRAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ AYUDA DE MEMORIA/ 31 DE OCTUBRE DE 2018)

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