Berlín.-
La mayor sorpresa cuando uno se mezcla en los barrios berlineses es la desigualdad.
Hay zonas enteras abandonadas y pordioseros en las calles y el metro. Por las
calles se ven personas pidiendo dinero para comer y durmiendo en las estaciones
de trenes cubiertos por cartones. Berlín no refleja el resplandor del poderío
germano, cuyos recursos sostienen herculinamente a Europa, y tampoco es la
ciudad alemana con mayor riqueza. De hecho, un reciente estudio sostiene que
sin Berlín, donde el 17% de sus pobladores viven gracias a los programas
sociales, Alemania crecería un 0.2% anual más. El costo de casi un siglo
envuelta en crisis políticas y guerras, ha impedido que esta capital que se
reunificó con Berlín Oriental hace 25 años, empiece a despegar.
Berlín
no es para Alemania lo que Londres es para el Reino Unido o París para Francia,
ni se asemeja a ninguna otra capital europea que lejos de restarle puntos de
crecimiento, le aporta riqueza. Tampoco tiene la fuerza económica de Munich, ni
el poder financiero de Frankfurt. Incluso, sólo Dresde, que pertenecía a
Alemania Oriental, sufre un mayor desempleo que esta capital que, de no haber
sido restaurada como tal, sería una ciudad industrial más luchando por
sobrevivir, sin estar reconvirtiendo su economía hacia tecnología y servicios,
como lo hizo Manchester para reinventarse. Sin embargo, Berlín carga una
historia densa como muy pocas capitales tienen, y una personalidad que hace
imposible pensar que en esta Alemania unida no fuera su capital.
La
forma como comenzó a levantarse fue, precisamente, mediante la estrategia que
siguió como parte de la propaganda de guerra contra el régimen comunista en el
oriente, la cultura. Antes de que cayera el Muro de Berlín y con ello el fin de
los regímenes comunistas dependientes de Moscú en el otoño de 1989, Berlín era
una capital rota y dividida en dos, que vivía la dicotomía Este-Oeste, la luz y
la oscuridad, literalmente. Lo experimentó brutalmente desde el 12 de agosto de
1961, cuando tropas alemanas y soviéticas levantaron en una noche un muro que
rodeó las zonas estadunidense, inglesa y francesa de Berlín, dejando aislada su
parte occidental y separada de Alemania.
El
viejo Berlín Oriental era lúgubre en las noches, con luces pálidas en las
calles y poca iluminación en los edificios sólidos, masas grises de la
arquitectura estalinista, con pocos autos y casi sin gente en las calles,
contrastando con el Berlín Occidental, lleno de luces de neón y febril
actividad. La zona del muro, que se extendía 43 kilómetros como herida abierta
en Berlín, era una franja de la muerte –en el lado oriental, donde mataban a
quien quisiera escaparse por el muro– o económicamente deprimida –en el
occidental, donde aparecía la pobreza que no se veía en el resto del país–.
Pero la extensión de la Guerra Fría se daba en la infraestructura cultural que
construyeron ambos lados.
Juntos
tenían 17 museos, 17 teatros, tres óperas y ocho orquestas, que cuando se dio
la reunificación de las dos capitales en 1991, representó un problema práctico.
El largo acoplamiento económico y social también pasó por el cultural. Aunque
se mantienen instalaciones en lo que fueron los mundos oriental y occidental,
se optó que el centro de la cultura siguiera siendo la Isla de los Museos,
donde surgieron cinco instituciones nacionales entre 1830 y 1930 que durante la
Guerra Fría estuvieron bajo control comunista. Para regresar la vida a la
capital, se inyectaron mil millones de dólares para reconstruir sus templos de
arte, que albergan el Altar de Pérgamo –que da su nombre al museo– y la
restauración de una parte de la Puerta de Ishtar, la entrada a la esplendorosa
Babilonia, capital de Mesopotamia, o el Nuevo Museo, donde el arquitecto inglés
David Chipperfield mezcló las ruinas del viejo edificio destrozado por las
bombas en la Segunda Guerra Mundial con modernas edificaciones para dotar ahí de
casa al impecable busto de Nefertiti, la reina de Egipto. No fue lo único.
Cada
año, esta ciudad añade al arte, estética e imaginación a su horizonte, que a lo
lejos se ve sembrado de decenas de torres de construcción que se adentran en lo
que fue la zona comunista, que aún no termina de acoplarse al sistema político
y económico occidental. Una de esas zonas es donde está la Plaza Potsdam, que
se dudada florecería nuevamente porque la tenía moribunda el muro que dividía
los sectores estadounidenses y soviético. Ahí se levantó un microsistema
tecnológico con el Centro Sony, cubierto por una cúpula de cristal cuyo diseño
asemeja la Basílica de Guadalupe, y sede de la Berlinale, el festival de cine
internacional, como su eje.
El
Centro Sony no es Silicon Valley, pero una de las apuestas de Berlín, es que
además de la cultura, tenga una economía digital. Lo que ayuda a Berlín por
encima de otras ciudades alemanas son la calidad de sus universidades –aquí
estudiaron Albert Einstein y Max Planck, el fundador de la Teoría Cuántica– y
los casi 40 laboratorios de investigación y desarrollo que no están afiliados a
ellas, que les permitió enfocarse desde 2005 en las empresas digitales,
información y telecomunicaciones. Desde entonces ha crecido 58%. No es una subida
fácil, pero desde hace dos años se han visto resultados alentadores para
recuperar el resplandor en este Berlín que, como lo ha demostrado a lo largo de
la historia, está lleno de orgullo.
(ZOCALO/
ESTRICTAMENTE PERSONAL/ Raymundo Riva Palacio/ 02 ENERO 2017 - 4:00 AM)
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