Lo que se hace mal no puede
salir bien. Este podría ser lo inscrito en la lápida del Acuerdo para el
Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar, que ni
siquiera sobrevivió toda su pomposa ceremonia de presentación en Los Pinos
porque un organismo empresarial, el más importante, ideológico y político, la
Coparmex, declinó firmarlo. La Coparmex esgrimió sus razones para no hacerlo,
donde incluye un punto que toca el corazón del fiasco: “Urge un acuerdo, sí, pero
es más importante que dicho acuerdo sea fruto de un verdadero y amplio consenso
social, y no sólo sirva como estrategia de comunicación o imagen pública”. Este
Acuerdo, en efecto, sólo buscó tranquilizar al graderío y que sus protestas en
las calles empezaran a amainar. Pero como ha sucedido cada vez que el
Presidente utilizó el mismo método en el pasado, falló.
El Acuerdo forma parte de la
improvisación con la que actúa el Gobierno del Presidente Peña Nieto que es
reactivo, no preventivo. Nunca estuvo dentro del plan de amortiguamiento social
que acompañó el gasolinazo el primero de enero, porque no tenían idea de que
habría una reacción social. Tomó al Gobierno y a sus órganos de inteligencia
política desprevenidos, y todavía no han terminado de encontrar con precisión
las fuentes que dispararon la protesta. Aún así, sin tener claridad sobre la
dialéctica del descontento, se elaboró un documento en 14 horas, y entregado a
quienes iban a suscribir el acuerdo dos horas antes. Esta es otra de las
razones por la que la Coparmex, el órgano patronal con una historia de
beligerancia, no firmó.
El objetivo final del
Gobierno, sugirió la Coparmex, fue propagandístico. Es decir, transmitir el
mensaje que el Presidente está preocupado por el bienestar de los mexicanos,
desde un escenario montado para mostrar un encuentro de Estado que atiende las
demandas ciudadanas. Todas las ceremonias para anunciar cosas trascendentales
son acompañadas de escenarios que muestren fuerza, unidad y consenso. Se
necesita que todos los actores involucrados parezcan unidos y que alcanzaron un
consenso, por lo que alguien de los protagonistas exprese públicamente su
desacuerdo, es inverosímil. Eso sólo le puede pasar a quien es incompetente -no
amarró el apoyo de las partes invitadas al evento-, o que tiene tanta urgencia
por controlar los daños -en este caso mediante la comunicación política-, que
descuidó garantizar el consenso.
La insinuación de la Coparmex
que todo se trató de cuidar la imagen presidencial y de una estrategia de comunicación
tiene mucho sentido, cuando se revisan otros momentos que tuvieron una
evolución similar. El más importante fue cuando después de haberse mantenido
casi dos semanas al margen por la desaparición de los 43 normalistas de
Ayotzinapa en Iguala el 26 de septiembre y la crítica lo acribillaba por no
hacer nada, sus asesores le recomendaron que invitara a Los Pinos a los
familiares de los estudiantes para enviar el mensaje a la Nación que sí era
sensible a este crimen. La reunión fue el 29 de octubre y no sirvió para nada.
Peña Nieto se involucró tarde y de una forma tan desarticulada, que haberlos
invitado a Los Pinos logró el objetivo contrario, atrajo hacia él todo el caso.
Voceros oficiales y oficiosos
del Presidente se han quejado desde entonces del por qué un crimen realizado
por delincuentes y autoridades municipales, se convirtió en un crimen de
Estado, cuyo responsable directo fue Peña Nieto. El Presidente quiso lucrar
políticamente con los familiares de los normalistas para transmitir la imagen
de estar atento y preocupado, pero resultó un búmeran. La comunicación política
no se reduce a una imagen -en la actualidad, en los eventos del Presidente
establecen un espacio de tiempo para que se tome selfies con quien lo
solicite-, sino pretende que la información que se difunde influya en actores
políticos, medios y sociedad.
El otro ejemplo donde el
método que llevó al Acuerdo es semejante, es el de la caída de David Korenfeld,
ex director de Conagua, quien se vio involucrado en un escándalo al difundirse
fotografías de cómo utilizaba un helicóptero de la dependencia para fines
privados. Las gráficas aparecieron en las redes sociales el 29 de marzo de
2015, que era domingo. El miércoles primero de abril, Korenfeld habló con el
entonces jefe de la Oficina del Presidente, Aurelio Nuño, a quien le dijo que
iba a renunciar. Nuño le dijo que aguantara, porque para el fin de semana el
tema desaparecería. El escándalo no amainó. De las redes sociales se trasladó
de manera masiva a los medios convencionales, donde el desgaste ya no era para
Korenfeld, sino para el Presidente Peña Nieto, criticado por no cesar a su
colaborador atrapado en una irregularidad. Diez días después renunció.
La reacción de Peña Nieto
ante las protestas sociales por los gasolinazos evocan aquellos episodios,
donde la primera reacción en Los Pinos ante un evento súbito que los coloca a
la defensiva es guardar silencio, monitorear el avance del escándalo en las
redes sociales y en los medios de comunicación, con la lógica siempre de que
sólo que no desaparezca, actuarán. Como se aprecia en los tres casos, se han
equivocado en el método. El caso del Acuerdo es más grave, no sólo porque
repitieron el mismo error, sino porque la aplicación de su modus operandi fue
tan desaseado políticamente, que la Coparmex lo denunció y le dio un disparo al
corazón a tan adornado pacto.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
Raymundo Riva Palacio/ 11/01/2017 | 01:00 AM)
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