Para cualquier Secretario de
la Defensa, la utilización de calificativos lanzados en lenguas de fuego como
“enfermos, insanos, bestias y criminales”, como llamó el General Salvador
Cienfuegos a quienes emboscaron a una patrulla en Culiacán este viernes con un
saldo de cinco soldados muertos, es inusual.
Pero que utilice una retórica
tan violenta, tan indignada, tan fuera de proporción al venir de quien viene,
el General Secretario, lleva a preguntar por qué está tan enojado el jefe de
las Fuerzas Armadas. En un año y medio, su estado de ánimo se ha modificado y
su lenguaje ha cambiado notoriamente.
El comparativo natural es con
el 2 de mayo de 2015, un día después de que criminales derribaran un
helicóptero en Jalisco donde murieron ocho militares y una policía federal,
cuando el General Cienfuegos habló en un homenaje con lenguaje enérgico pero no
desproporcionado.
Ese día expresó “nuestro
reconocimiento perene a ellos y nuestro apoyo incondicional para sus padres,
esposas e hijos, así como nuestro compromiso absoluto para continuar trabajando
sin descanso en la salvaguarda de los buenos mexicanos, siempre respetando la
ley y a las personas, y en coordinación estrecha con los entes de gobierno”.
En el homenaje a los soldados
emboscados en Sinaloa, el Secretario dijo el sábado: “Este artero y cobarde
ataque no es sólo una afrenta al Ejército o a las Fuerzas Armadas; es también
una afrenta a la naturaleza humana, a la convivencia colectiva, a los
principios sociales, a las leyes que nos hemos dado y al estado de Derecho.
Nuestros soldados fueron
emboscados por otro grupo... de enfermos, insanos, bestias criminales con armas
de alto calibre... Seres sin conciencia... sepan que vamos con todo, con la ley
en la mano y la fuerza que sea necesaria. Nadie por encima de la ley. Que la
fuerza que apliquen tendrá la respuesta que corresponda por parte de la
autoridad”.
El fraseo y el tono de los
discursos son totalmente diferentes, como si hubieran sido construidos por
distintas personas. ¿Qué ha pasado en un año? Muchas cosas. En el campo de la
política, el Presidente dejó al Ejército desamparado. Por ejemplo, no corrigió
al ex Procurador Jesús Murillo Karam cuando calificó el enfrentamiento con
criminales e inocentes en Tlatlaya en 2014 como “matanza”, y permitió que el
entonces Subsecretario de Gobernación, Luis Enrique Miranda, ofreciera a que
los padres y abogados de los normalistas de Ayotzinapa hablar con miembros del
Batallón 27 de Infantería y revisar su cuartel en Iguala.
Estas dos decisiones, que
afectaron el respeto del General al interior del Ejército y con los generales
retirados, fueron agotando la paciencia del Secretario con el poder civil.
El Presidente Peña Nieto pide
siemppre apoyo para las Fuerzas Armadas, pero en donde podía haber probado sus
dichos con hechos, no lo hizo. En el presupuesto de 2017, dejó que la
Secretaría de Hacienda las golpeara. Le quitó 45.7 por ciento para adquisición
de radares, aviones, helicópteros e instalaciones militares -a la Secretaría de
la Marina la dotó con recursos para un Centro de Entrenamiento y un nuevo
Sistema de Inteligencia-, y no autorizó compra de nuevo armamento para las
Fuerzas Especiales, que tiene 10 años de antigüedad, pese a que en ese campo
los criminales cada vez están mejor equipados.
Por otra parte, de los 91
proyectos y programas de inversión de las Fuerzas Armadas, sólo le otorgó
presupuesto para 14, dentro de los cuales se encuentra el pago del nuevo avión
presidencial, que se lleva el 70 por ciento de ese recurso.
El maltrato político y
presupuestal no reconoce el costo que han tenido que pagar los militares en la
guerra contra el narcotráfico. Informes internos de la Secretaría de la Defensa
revelan que hasta el primero de agosto de 2016, el total de militares caídos
durante los últimos nueve años de combatir al narcotráfico ascendía a 468, de
los cuales Tamaulipas, con 113 efectivos caídos, era la entidad donde más
violencia habían enfrentado, seguida de Michoacán con 53, y Sinaloa, donde se
dio la emboscada del viernes, con 50. De ese total, 43 por ciento cayeron en
ataques con armas de fuego y 7.3 por ciento fueron “ejecutados” por el crimen
organizado.
La mayor parte de los caídos, el 60 por
ciento, eran soldados; el 20 por ciento eran cabos, y el 12 por ciento
sargentos. Es decir, la tropa que trabaja en las carreteras y montañas del
país. El desgaste es mucho. De 2007 a agosto de este año, el total de ataques
que han sufrido es de tres mil 813.
Si el discurso del General
Cienfuegos cambió tan radicalmente en lo retórico en un año, también la
reacción táctica. Tras la emboscada del viernes, ordenó un despliegue militar a
Sinaloa de envergadura. La noche del mismo viernes llegaron a Culiacán un
centenar de miembros del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales, los llamados
GAFES, que son los comandos de élite del Ejército, para combatir a los
responsables del ataque.
La reacción del Secretario de
la Defensa no tiene precedente en lo que va de la administración, y es
contraria a la forma como Peña Nieto y su Gobierno han reaccionado ante los
desafíos criminales, llena de tonos duros pero abundantes en acciones laxas.
El General Cienfuegos se
apartó de la racional en Los Pinos, que lo dejó solo, según sugieren sus
acciones. Lo que le queda es recuperar el respaldo interno de sus oficiales y
de los generales retirados que tanto le criticaron su tibieza ante el poder
civil.
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ Estrictamente Personal/
Raymundo Riva Palacio/ 04/10/2016 | 04:08 AM)
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