Raymundo
Riva Palacio
Todos
los días, en el arranque de su columna en Milenio, Joaquín López Dóriga publica
un aforismo bajo el seudónimo de Florestán. El viernes, frente a las versiones
de que por la denuncia de extorsión contra su esposa y la acusación de que
quiso chantajear a la empresaria María Asunción Aramburuzabala, una de las
empresarias más importantes de México, sus días como conductor del noticiero
estelar de Televisa estaban contados, escribió, burlón y desafiante: “Los hay
que, en su miseria humana, andan por la vida repartiendo falsos certificados de
defunción”. Para el buen entendedor, López Dóriga aseguró que su patrón lo
respaldaba.
El
primer revire al reto público de López Dóriga vino en Proceso, en la pluma de
Jenaro Villamil, en un reportaje de portada que tituló: “Los negocios de López
Dóriga”. Villamil describió cómo a través de varias empresas el conductor y su
esposa recibieron contratos de gobiernos federal y estatales entre 2001 y 2015
por casi 240 millones de pesos, y habló de entrevistas que fueron pagadas por
políticos y comentarios que, en ambos casos, son el equivalente en papel de
gacetillas –o propaganda- disfrazada de información. López Dóriga dijo que un
cheque que mostró Villamil era falso, pero no desmintió el resto del contenido.
Quiso descalificar a través de un documento la acusación directa. Tampoco, por
cierto, ha desmentido que haya amenazado y buscado chantajear a la señora
Aramburuzavala.
Este
tema no es sobre dimes y diretes, ni se refiere a un diferendo entre
periodistas. Tampoco se trata realmente de un periodista. El asunto no es de
egocentrismos. Tiene que ver con la estrecha relación de los medios y el poder
en México y de la institución políticamente más retrasada en México y que menos
rinde cuentas a la sociedad.
La
radiografía sobre el cuestionamiento de la ética profesional de López Dóriga no
es una crítica a él solo, sino a quienes le pagan y quienes lo contratan.
Obliga, por tanto, a preguntar: 1) Por qué Televisa, la más grande empresa de
comunicación en el segundo nivel de los gigantes mundiales, lo mantiene al aire
pese a las acusaciones brutales –por lo que significan– de la señora
Aramburuzabala de un intento de extorsión por parte de su esposa –cuyo caso se
está ventilando en tribunales–, y de amenazas de López Dóriga en su contra para
que se desista de su demanda, donde le dijo que la acabaría mediáticamente.
López Dóriga no tiene mejor espacio para destruirla que la pantalla del Canal 2
a las 10:30 de la noche, y en segundo lugar, el micrófono de Radio Fórmula de
1:30 a 3:30 de la tarde de lunes a viernes. Si se piensa en sus palabras, López
Dóriga afirmó que Televisa y Radio Fórmula son instrumentales para su venganza.
Ninguno de los dos medios le ha permitido ventilar los problemas judiciales de
su esposa en sus espacios.
2)
Por qué si el conductor está en medio de un escándalo que envuelve corrupción,
extorsiones y amenzas, que incluye delitos perseguidos de oficio y que pueden
significar cárcel para la esposa de López Dóriga, en caso de probarse las
acusaciones de la empresaria, la política de comunicación social de Los Pinos
sigue teniéndolo como eje de su estrategia, y el presidente Enrique Peña Nieto
come con él regularmente. La oficina de prensa de Los Pinos suele filtrar a
través de él información y adelantos antes que sus propios canales de
comunicación.
La
forma como sus patrones y en Los Pinos han tratado de distanciarse y
deslindarse de el caso llama poderosamente la atención. Los medios de
comunicación se sustentan en la calidad ética de sus criterios editoriales, el
profesionalismo, la responsabilidad y la honestidad del medio y de sus
periodistas. Radio Fórmula, incluso, presume el “talento, credibilidad y
prestigio” de sus colaboradores.
Las
denuncias contra López Dóriga –en el contexto de las imputaciones de la señora
Aramburuzabala se han recordado anteriores casos de amenazas y extorsión de
políticos y empresarios-, lastiman precisamente su prestigio y credibilidad, y
desmontan todo criterio ético que pueda argumentar. El daño a su persona
tendría que significar un daño a las empresas para las cuales trabaja, que como
evidentemente no han visto su afectación ni en el campo de sus audiencias, ni
en sus ingresos, han preferido cerrar los ojos. La moral, pareciera su axioma, sí
es el árbol que da moras.
El
caso de López Dóriga es un gran ejemplo de que en México no pasa nada.
Realmente no pasa nada. Sus patrones miran para otro lado bajo el argumento de
que es un asunto entre particulares, escondiendo la cabeza como avestruces
porque lo que no ven no existe. El Gobierno igual. Qué importa la calidad moral
de su mensajero en una sociedad que no castiga con el rechazo.
Los
actores políticos ni ven ni oyen. Siguen buscando que los entreviste y los
colaboradores del conductor, no dejan de estar a su lado. El hecho es de gran
alta relevancia para la salud pública, porque la relación del poder y los
medios es toral en una democracia. Es decir, por lo que atraviesa López Dóriga
no es el centro del todo. Lo fundamental es la forma como lo procesen sus
patrones y el Gobierno, y que manden la señal de que en México las cosas no
pasan hasta que pasan.
(ZOCALO/
COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 30 DE SEPTIEMBRE
2015)
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