lunes, 10 de junio de 2013

LA POLICÍA QUE DETUVO AL TIRADOR DE PALACIO

Claudia Olinda Morán
Saltillo.- A “la Comisión” no le gusta su nombre. Se llama María de la Luz Alfaro, “al-fa-ro”, dice marcando las sílabas y extendiendo el brazo simulando que apunta a una luminaria en lo alto de un poste. Y es que ella es bajita, sus 147 centímetros de estatura se estiran y encogen según los zapatos. Aunque después de todo, el nombre le viene bien a alguien que es candil de la calle y oscuridad, o al menos una luz tenue, en su casa.

El 9 de mayo, a las 8:30 horas, “Lucy” o la “Comisión” (por lo de Federal de Electricidad) como la llaman, caminaba con su compañero por la calle Zaragoza, junto a los arcos que bordean la cara norte de la Plaza de Armas cuando escucharon los disparos.

María de la Luz vio a dos personas que se tiraron al suelo, alguien le gritó que se agachara. No lo hizo.

19 años como guardia de seguridad privada, seis meses de entrenamiento en la Academia de Policía, pero sobre todo los años que aguardó para serlo, la impulsaron como un resorte. Ella y su compañero corrieron hacia un hombre que forcejeaba con un guardia de Palacio con el arma apuntando hacia arriba. El que después se supo que era militar ganó disparándole al policía.
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“Lucy o la Comisión”, como la conocen sus compañeros de la Policía Municipal, no llega a su casa impartiendo justicia sobre los tres hijos que le cuida su mamá, es más bien suave, tersa, las manos pequeñas que manejan esposas y un tolete para someter a delincuentes y carteristas, son más bien para acariciar a sus hijos; los sentidos alertas en la calle, la vista en los ojos que se pierden cuando sonríe, el olfato para saber si alguien está drogado o tomado, le sirven para aprisionar el olor y la imagen de tres hijos bien portados.

Es de Saltillo, vive en la colonia Pueblo Insurgente, 34 años, vive en unión libre, recita cual si reprodujera la ficha policial de alguien más.

Pero cuando habla de sus hijos la cosa cambia, tiene un varón de 15 años que va en tercero de secundaria y dos niñas, una de 12 que va en sexto grado y la pequeña de 8. La misma que dejó a los tres años encargada con su mamá para irse a la Academia de Policía.

Tendría un bebé más, pero lo perdió por ser un embarazo riesgoso. Cuando se enfrentó al tirador de Palacio recién volvía de una incapacidad que no quiso tomar al mes de que había abortado. Así es ella, no se está quieta, quería estar en la calle en lugar de su casa, nomás recordando lo que había perdido.

En eso se parece su papá, José Alfaro Padilla, el hombre que lleva más de 30 años en el crucero de Hinojosa y el Periférico LEA, frente al Seguro Social, vendiendo periódicos y mostrando un muñeco de ventrílocuo que ya ni habla, sólo hace muecas.

“Él prefiere estar ahí en el crucero que en la casa, si no se deprime”, cuenta Lucía.

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La “Comisión” cuida de sus hijos con la ayuda de su madre. Su esposo trabaja en el transporte de personal en la General Motors, sus horarios: incompatibles para la crianza. Él trabaja en la mañana, tarde y noche, Lucy de seis a seis de día, o de seis a seis de noche; se “juntaron” y se llevan bien, dice que no tiene broncas con su esposo y que sus hijos no son de los que andan en la calle. No son como los que ella enfrenta en las esquinas, los que ve y se pregunta por qué sus papás no les prestan atención, los educan.

Por eso no llega a su casa impartiendo justicia: “Mis hijos no son callejeros, no salen, piden permiso, su hijo mayor juega futbol en la calle, no se va a las esquinas. Desde chicos no los dejó andar en las esquinas, sólo en su casa”.

“Allá por mi casa, donde vivo yo, como tres cuadras para dentro es donde está el ambiente que se ven bolsas de resistol tiradas, mi esposo me dice que nunca me vaya uniformada, que me vaya de civil, pero me voy de civil y tengo que traer el chaleco en la mano, sale una cosa con otra, donde vivo son dos cuadras y ahí está tranquilo, nunca me han faltado al respeto”.

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El día que ocurrió el tiroteo caminaba junto a su compañero de la Policía Municipal por los arcos del OXXO en la calle Zaragoza, en la cara norte de la Plaza de Armas. Escucharon las detonaciones y ve a dos personas que se dejan caer en el piso.

Alguien le grita: ¡Agáchate!

No lo hace. Su suerte pudo haber sido la misma de las cinco personas a las que el ex militar José María Segura Gutiérrez ya les había disparado. Ella sólo vio a dos personas forcejeando por un arma con las manos extendidas hacia arriba. Cuando el arma baja, Segura Gutiérrez le dispara al oficial.

Ella sigue viendo a un sospechoso armado, el hombre corre en la dirección hacia donde ellos se acercan. Vira hacia Ocampo donde todavía le dispara a otra persona, tropieza y cae.

Los dos policías municipales se abalanzaron sobre él tratando de inmovilizarlo. “La Comisión” se aferró a sus piernas, no lo dejaría ir.

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Hasta antes del 9 de mayo, un día antes del Día de las Madres, María de la Luz Alfaro, a la que no le gusta su nombre, sólo había tenido oportunidad de intervenir en detenciones menores. Adictos, borrachitos, carteristas. Siempre que se enteraba de que había ocurrido algún incidente en su zona se preguntaba: “¿Por qué no me tocó estar a mí?”.

Así que cuando le tocó, ahí estaba ella. Cuando el ex militar José María Segura Gutiérrez se emocionó, siguió disparando hasta que hirió a cinco personas, cuando la policía municipal María de la Luz Alfaro se emocionó, se abalanzó hacia él y lo detuvo.

“Yo me emocioné, no tuve miedo, nada. Me dije ‘vamos a prestar el apoyo’. No pensé en el balazo, pensé en apoyar a mis compañeros de la (Policía) Estatal. Estuvimos los dos, mi compañero y yo, lo agarró de la cabeza y yo me agarré a sus piernas.

“Tratábamos de calmarlo, parecía drogado, tenía mucha fuerza, no podía ni esposarlo, luego lo esposaron los estatales y lo bajaron al estacionamiento de Palacio de Gobierno.

“La detención fue entre los dos, mi compañero trató de agarrarlo de la cabeza y yo me le fui a los pies, me quiso dar una patada pero me quité.

“Sabíamos que había más heridos, pero el que traía el balazo todavía forcejeaba con el cuando lo teníamos en el piso, se fue con nosotros caminando hasta que llegó a la rampa, de ahí ya no se pudo mover, luego nos fuimos a ver a los otros.

“A mí me encanta todo eso de ir a las broncas, a auxiliar”, se ríe restándole importancia al hecho de que un hombre armado, ex militar, en estado de confusión mental había herido a cinco hombres armados y fue detenido por un par de policías de a pie y sin armas.

Cuando fue sometido, José María Segura aún tenía una bala en el cargador.

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Cuando tenía 12 años, María de la Luz le dijo a un amigo de su papá, un albañil que le andaba “echando” unos cuartos a la casa familiar que ella quería ser policía. El hombre se rió. La niña era el sándwich en una familia de cinco hermanos. Y tuvo que esperar casi dos décadas para lograrlo. En el inter del querer ser al ser, trabajó en la seguridad privada, tuvo tres hijos y trabajó en dos maquiladoras.

Hace poco se lo encontró en la calle y la felicitó. Logró lo que quería.

Tiene 36 años, es policía desde 2010, antes de que la Administración municipal anunciara cambios en seguridad pública, exámenes de confianza y aumento salarial. Ella tenía más de 30 años cuando se presentó al reclutamiento, presentó los exámenes y se metió a trabajar a una maquiladora.

En esas estaba cuando la mandaron llamar. Con ella entraron 15 mujeres y 65 hombres, de los cuales ahora no quedan ni la mitad en servicio.

“Cuando entré a la academia, a los tres días yo quería salir corriendo, me ponía a pensar en mis hijos, mi niña tenía 3 años y soy muy sentimental, nomás me acordaba y se me salían las lágrimas, me decía yo quería esto y aquí estoy, lo voy a lograr. Aquí estoy.

“Los extrañaba, no los veía en toda la semana, estábamos encerrados pero me gustó todo, la práctica de todo, de acondicionamiento físico, defensa personal, armamento y tiro y todo eso.

“Nos levantábamos a las cinco de la mañana a bañarnos, luego salíamos a los honores, nos ponían a hacer calentamiento y a correr a las fábricas, al C-3 y en las carreteras, llegábamos y ya nos metíamos otra vez a bañarnos en 10 minutos, para estar abajo y almorzar en otros 10 minutos; salíamos y a las clases de las 8 al cuarto a la una, y empezaba otra vez de la 1:30 al cuarto a las 8 para ir a cenar. Así estábamos, almuerzo, comida y cena era lo único que teníamos, descansos de 10 minutos.

“Todavía no me juntaba con mi esposo, nomás nos veíamos, pero cuando entré como policía nos juntamos. Igual y si nos juntamos antes sí hubiera estado con él, a lo mejor no me hubiera dejado entrar, pero estaba sola y no tenía que pedirle opinión a nadie, nada más que a mi mamá y a mi papá.

“De hecho siempre viví con mi mamá, desde que tuve a mi primer niño me la pasé con mi mamá, ahí vivía con ellos, tengo cuatro años que me salí de ahí y los niños están más impuestos con ella que conmigo, conmigo están cuando ando de noche y a veces que se quedan conmigo, como anoche, estuvieron los tres”.

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Al día siguiente de la detención, Luz María, “la Comisión”, se presentó a trabajar como si nada. Siguió con su misma rutina en la Zona Centro de la ciudad y esperando que pronto la regresen a las cuatrimotos, y cuando escucha de un incidente con armas otra vez pensó: ¿cómo no me tocó cerca?

“Mi hijo me dice que por qué me enfrento así, sin arma, sin nada. Sabe muy bien que me gustan mucho las broncas, no meterme en ellas sino ir (a auxiliar) cuando se andan peleando”.

–¿No te da miedo?

“No, nada”.

–¿Eres muy religiosa?

“Pues sí. No digo que voy a misa cada ocho días, pero sí creo en Dios. Sí soy religiosa y lo que hago cuando me vengo a trabajar me encomiendo a san Juditas, y que Dios me ayude. Le digo a mi mamá que les doy beso a mis hijos porque como aquí dicen, salimos pero en este trabajo no sabemos si vamos a regresar. Nos lo decimos todos los días.

“Hay muchos que dicen que ya no quieren estar aquí porque se está poniendo muy feo, pero yo no me voy, el que nada debe nada teme, pero también hay peligro, por uno la llevamos todos, pero estamos bien aquí.

“Les digo a mis hijos que ahorita está muy feo, que no quiero que anden en la calle, pero como digo el que nada debe nada teme.

“Mi hijo tiene miedo de que yo esté aquí, se pone nervioso por lo que les ha pasado a otros compañeros, le digo que voy a trabajar, que sí estamos en el peligro, pero que ando bien; si pasa algo en el Centro le digo que se trata de resguardarnos porque no estamos armados”.

Ella sabe que lo que hizo no fue para menos, pero si no le hubiera tocado estar habría dicho: “¡Chin, por qué no me tocó a mí!”.


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