lunes, 10 de junio de 2013

EXPEDIENTE: EL PRIMO...


 Saltillo.- Perturbado por el fantasma de los celos, Amador trepó el muro de la casa y llegó al techo, desde donde lo vio todo, y con destreza felina saltó hacia el patio para concretar la tragedia que lo convirtió en el verdugo de una familia.

Impulsado por las presiones sociales que lo acechaban, sacó un cuchillo de entre sus ropas para lavar la afrenta que creyó sufrir a la vista de todos, porque encarando a los conversadores, apuñaló a su esposa, para luego abalanzarse contra su amigo, creyendo que lo engañaban.

Tras herir de muerte a Mario, el iracundo albañil fue sometido por los invitados de la fiesta, que tras golpearlo brutalmente, decidieron entregarlo a las autoridades, que ya lo sentenciaron bajo el delito de homicidio calificado con premeditación alevosía y ventaja.

Amanecer de ilusiones

Con la ilusión de ver a sus primos casados, Angélica abrió con suavidad la puerta del ropero donde guardaba el vestido que usaría, y contemplando fijamente la ropa elegida para la ocasión, descansó sus andanzas mentales en el objeto con el que alcanzaría su felicidad, que sin imaginar le resultaría efímera.

Evocando al tiempo que parecía diluirse entre las carreras con que pretendía liquidar sus pendientes antes de que anocheciera, la joven mujer multiplicó sus bríos, enfocándose en los detalles, que como por arte de magia borraron sus problemas sentimentales.

A unas cuadras de la calle Jalpa, Amador daba sentido a su vida embriagándose con el furor de un hombre soltero, mientras su mente divagaba, creando seres en su cabeza que simplemente no existían, pero que lo animarían a cometer la barbarie que ni él mismo tenía presupuestada.

Pero mientras el destino alcanzaba a los infortunados, el ritual de la celebración se encargaba de impregnar a los potenciales asistentes, que alistaban todo para no perder ni un segundo de su tiempo en pos de la felicidad que compartirían en familia.

Corriendo de un lado para otro, Angélica imaginó su entrada triunfal en el sitio donde el pariente con prisas matrimoniales daría el sí a la novia, por lo que motivada derrochó en arreglos físicos las horas mañaneras del reloj que pendía en la renovada pared de su cuarto.

Y es que sometida a sus prioridades del momento, dio rienda suelta al ataque de imaginación que provechó al máximo, mientras el ambiente se enrarecía con la esencia de la maldad imperceptible, que convertiría el festejo en tragedia.

Despampanante para la ocasión, la mujer que arrebató la calma de su ex pareja, salió de casa y junto a sus hermanos se dirigió a la iglesia para escuchar la misa en honor de los novios, que con dolor observarían la triste escena que marcó su primer día como esposos… para siempre.

Prolongado festejo

Bajo los rayos del atardecer que se morían con la llegada de la noche, los Hernández dejaban el recinto sagrado para enfilarse al casino, donde la estridente música grupera inundaba el ambiente del lugar, dejando de lado las preocupaciones cotidianas que los asistentes minimizaron pronto.

Mientras “El Venado” movía a los invitados por todos los rincones del salón, Angélica recordaba los viejos tiempos con sus parientes lejanos, trenzándose en las charlas interminables que fructificaban con la promesa de un futuro encuentro.

Así sucedió cuando por la puerta de vidrio que resguardaba el acceso del club apareció un tipo delgado de buen ver, que con su camisa de cuadros e imagen vaquera cautivó la atención de la fémina, cuyas andanzas mentales la ubicaron un momento exacto del pasado.

Se trataba de Mario, el hombre con quien había vivido pasajes de felicidad infantil en las terregosas calles de Ramos Arizpe, y que por decisión del destino se había encontrado entre la multitud de gente copetona que se divertía sin mirar el entorno.

Convencida de que podría tener una fantástica noche de reencuentro, decidió abordarlo, y al darse cuenta de que era “Beto”, dejó escapar una sonrisa de complicidad con éste, guiándolo hasta la mesa donde inundaron con anécdotas el instante que prometía intensificarse.

Ya entrado el domingo, los efectos del alcohol hicieron efecto y la diversión se prolongó, por lo que los fiesteros encaminaron sus parrandas hasta la casa de la Analco, donde rematarían la maratónica jornada de celebraciones que los había rebasado.

Entre risa, música y cantos, los asistentes a la boda se dejaron llevar por el exceso de la bacanal en la que se habían sumido, aunque optaron por mantener el destello de la sobriedad para no cometer algún error del que pudieran arrepentirse.

Pero mientras la tornaboda transcurría sin contratiempos y bajo el preludio de un final feliz, la muerte paseaba por la calle Jalpa, buscando el lugar exacto para arremeter con su hoz de manera letal en la primera oportunidad.

Repentinamente, los acordes de las melodías norteñas perecieron interesar a la “dama de negro”, que sin tanto batallar eligió el domicilio donde haría de la suyas sin encontrar impedimentos, mientras el objetivo se entretenía bailando huapangos, ajeno a la visita que los merodeaba.

Trágica visita

Sin dejar de pensar en su eterno amor, Amado deambuló por las populosas calles blindadas de perros, que con locura ladraban, como presagiando la sin intenciones de un hombre que pretendía recobrar las caricias de la mujer que ya lo había olvidado.

Tras varios minutos de sortear la maleza del complicado barrio, el pegabloques reconoció el rumbo de sus pasos, y a lo lejos divisó la que poco antes había sido una residencia familiar, donde la promesa de un futuro se le negó por su apestoso carácter.

Pero la añoranza de los tiempos que se fueron invadió su mente por completo, sintiéndose atraído por el ambiente de la casita que para entonces estaba convertida en una sucursal de discoteca, invitado sugerentemente a propios y extraños con el sonar de las rolas que estremecían el rumbo.

Animado por la nublazón de la borrachera que se estaba dando, Amado llegó hasta la propiedad donde el festejo seguía sin parar y repentinamente vio lo que no esperaba, en el porche estaba Angélica platicando con alguien.

Sintiendo que Cupido le había dado la peor de las puñaladas, el enfermizo sujeto intentó gritar, pero sus palabras se ahogaron en el silencio del vino, y manoteando con furia quiso evitar que su mujer siguiera socializando, pero no lo logró.

Con el orgullo lastimado en lo más profundo, el treintón sacó su amor propio y tambaleando por la embriaguez que lo atacaba miró a su alrededor, haciendo cálculos para fabricar la odisea que lo llevara a evitar un potencial romance de su ex enamorada y el desconocido que supuso la estaba cortejando.

Sacando a relucir sus dotes de Hombre Araña, escaló la pared para llegar al techo desde donde lo vio todo, y con el hálito de la esperanza muerto por lo que sus ojos miraban decidió dar el brinco más osado que jamás hubiera podido imaginar.

De un solo salto, el marido “engañado” llegó al patio, donde sorprendió a los dos platicadores, quienes asustados enmudecieron, mientras éste sacaba la cólera que lo invadía e ignorando las consecuencias buscó entre sus ropas el cuchillo que sacó para enfrentar a los amigos.

Enfurecido empuñó la daga y decidido a todo arremetió contra Angélica, propinándole una herida en el brazo, que la hizo retroceder temerosa, mientras le decía a su agresor que se tranquilizara porque estaba imaginando situaciones erróneas.

Sin escuchar razones, el tipo dejó de lado sus intentonas contra la mujer para embestir a Mario, que tras recibir dos piquetes en el tórax se desvaneció, cayendo en el charco de su propia sangre y con la vida en suspenso.

Fatídico escape

Al ver que sus oponentes se teñían de rojo, el color de la tragedia, Amado salió corriendo del domicilio para evitar la furia de los invitados, que al darse cuenta de lo ocurrido intentaron detenerlo sin éxito.

Extasiado por su mala obra, el individuo se perdió entre los rincones de la Analco, pero fue alcanzado por sus perseguidores en un parque cercano, donde le llovieron los golpes de Édgar y su amigo Abel, que enfurecidos lo vapulearon hasta el cansancio.

Desesperado, Amado logró zafarse de la paliza que le daban y corrió para defender su integridad, pero fue sometido metros adelante por su cuñado, que con la mente puesta en su hermana le recetó otra golpiza, que terminó cuando agentes municipales llegaron para sofocar la gresca.

Por su parte, Mario era atendido por los socorristas de Bomberos, quienes lo trasladaron en calidad de urgente al hospital, donde murió minutos después, tras no soportar las heridas que le dio su pariente lejano en la aparatosa confusión que lo mandó sin escalas al otro mundo.

Minutos más tarde, el sol se asomó en pleno, y los estragos de la batalla relucieron al máximo con un saldo trágico de muerte, destrucción y detenciones, en cifras tomadas por las autoridades ministeriales que se encargaron del caso en un principio.

Posteriormente, el futuro de Amado quedó en manos de las instancias penales, ante las que rindió su declaración preparatoria y quedó formalmente preso bajo el delito de homicidio calificado premeditación alevosía y ventaja.

Fue ante el juez segundo del ramo penal donde vertió sus palabras de odio, dando los motivos que lo orillaron a convertirse en asesino, según él, por no saber que el hombre con quien estaba platicando su mujer era pariente.

“Los malditos celos me llevaron a enterrarle el cuchillo a ese pendejo, la verdad lo hice porque lo vi hablando con mi esposa y eso no lo iba a permitir, por eso hice lo que hice y es que la verdad yo andaba bien pedo.

“Pos pa’ que platicaba (ella) con ese güey, me dio mucho coraje, y por eso me busqué el cuchillo, primero le di a ella y después me fui sobre el otro cabrón, se lo encajé hasta el fondo, para que no se vuelva a meter con ella”, dijo en sus primeras declaraciones.

Ahora, el asesino purga una condena que podría variar, dependiendo de los resultados que arrojen las reconstrucciones de hechos que se hacen en el lugar del crimen, por lo que su futuro sigue siendo incierto, aunque por lo pronto deberá pagar su delito con rejas, esas que lo vestirán de culpable durante mucho tiempo.


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