domingo, 21 de mayo de 2017

TELEVISIÓN



Imagen: Archivo

 “Los secretos no duran siempre”. A Stanley McCombe le salieron esas palabras con una pronunciación muy, pero muy triste. Este señor perdió a su esposa y la adoraba mucho. Murió con otras 28 personas en un desgraciado ataque terrorista en Omegh, Irlanda del Norte en 1998. Esta frase de McCombe fue seguramente de las más lapidarias, luego de emitirse el documental de Panorama, un importante programa televisivo de la Cadena BBC de Londres que reveló nombres de los principales sospechosos. Para lograrlo, sus reporteros trabajaron varios meses. Realizaron investigaciones muy cuidadosas y videograbaciones demasiado atrevidas. Con el paso de los días se fueron perfilando certeramente al secreto hasta dar con la identidad de los terroristas.

La emisión causó sobresalto. Todos ubican en Irlanda a Omegh como la pequeña ciudad norteña, pero sacrificada por la más desdeñable acometida terrorista de los últimos treinta años. “Nadie ha podido eludir la impresión causada por una hora de televisión que desvelaba la identidad de los supuestos terroristas”. Eso escribió Isabel Ferrer desde Leicester, Inglaterra al diario español El País.

El programa Panorama está considerado como una excelencia de investigación periodística. Pero tuvo problemas antes de transmitir la del terrorismo. Tratando de impedir su proyección, opositores enterados acudieron formalmente a un juez buscando la censura. Mediante orden judicial el juzgador lo solicitó a la televisora. Lo vio, meditó y sentenció: “Esta bien”. A las dos horas el documental estaba en las pantallas. Dolidos los pretendientes advirtieron amargados “el reportaje no ayuda a las víctimas en busca de sentencia sino todo lo contrario”. Otros fueron más determinantes: “Este capítulo de Panorama no invalidará juicio alguno en el futuro”. Y el señor McCombe, viudo por obra del terrorismo simplemente comentó “…programas como éste habrán contribuido”.

La misma Isabel Ferrer, innegable excelente reportera, nos ofreció otra revelación importante: Pilotos de jets comerciales, acostumbrados a consumir alcohol más de la cuenta antes de treparse a la cabina. Un ejemplo clásico en materia de aviación es el del Capitán John Ralph. En 1997 llegó al aeropuerto de Los Ángeles, California –como decimos los mexicanos– hasta atrás. Debía pilotar un jet Boeing 747-400 de British Airways para transportar exactamente a 350 pasajeros hasta Londres. Cuando el señor se presentó al pie del aparato, era notable la embriaguez. No podía ni con su alma y por eso lo dejaron en tierra. “Los pasajeros solo supieron del peligro que podían haber corrido, cuando la noticia apareció publicada”.

Pero los reporteros del programa Dispatchs de Londres resucitaron este problema. Especializados en reportajes de investigación, normalmente causan gran polémica con sus transmisiones y por eso tienen enorme audiencia. Ahora utilizaron la famosa cámara secreta, para videograbar en diversos bares ingleses los jolgorios jaibolizados con música y los señores pilotos como protagonistas. Las reglas de la aviación les prohíben beber licor ocho horas antes del vuelo “y aconsejan un consumo moderado durante las 16 horas que preceden al despegue”.

Para empezar, confirmaron con la videograbación que diez de los 12 miembros de la tripulación estuvieron bebiendo como romanos antiguos en una noche de locura, a pesar de tener programado vuelo internacional un día siguiente. Los reporteros viajaron inclusive a Barcelona guiados por el infaltable tip. Allá encontraron a toda la tripulación de un British Airways recorriendo bares, centros nocturnos y discotecas. Nada más el capitán se despachó por lo menos veinte tragos. Los demás no llegaron a esa cantidad, pero terminaron como si trajeran humo en los ojos. Aunque era su día de descanso, al siguiente debían volar a Londres llevando por lo menos unos 200 pasajeros.

Los reporteros compraron boletos para ese viaje corriendo el riesgo sabido, y se enteraron: El señor Capitán en cuanto entró a la cabina, incapaz de manejar la nave entregó el mando al primer oficial. Colgó su saco. Se acomodó en el asiento a dormir y no se dio cuenta ni cuándo despegaron ni cómo aterrizaron. Lo increíble –como acto de magia–, el suplente pudo realizar el vuelo, pues según las documentadas pesquisas de los reporteros, llegó a tomarse 16 copas.

Los ejecutivos de British Airways vieron el documental. Me imagino algunos con la boca abierta, otros apretando las quijadas, y de cuando en vez los ojos, pero todos se encolerizaron. Aturdidos por Dispatches, no tuvieron más salida: Suspendieron a toda la tripulación y ordenaron una investigación. Enseguida solicitaron a la televisora la cinta, pero naturalmente no se las entregaron. El abogado de la televisora simplemente confirmó la veracidad y explicó: Ni emboscaron a la tripulación, ni la engañaron. La Asociación Británica de Pilotos de Líneas Aéreas, emitió otro criterio: Debieron entregarles primero la videograbación a ellos antes de transmitirlos. ¿Su argumento? “Normalmente los periodistas buscan el sensacionalismo y no el interés del público”.

Hechos de TV Azteca primero y Televisa después, presentaron videograbaciones trucadas. La primera descubierta como una falsedad absoluta. Fingieron el asalto callejero a una mujer cuando le arrebataban su bolso. El camarógrafo persiguió al ladrón. Todo parecía tan real. Pero accidentalmente se descubrió como una trampa. Televisa transmitió una pequeña serie sobre narcotráfico en Monterrey. La primera parte fue excelente. Descubrieron a un funcionario policíaco corrupto. Estaba puestísimo para venderles droga a los reporteros, cuando se hicieron pasar como interesados. Pero la segunda parte cayó en el desastre. Presentaron a contraluz un testigo secreto que resultó no serlo. Le pagaron. Declaró precisamente lo deseado por el periodista. Fue un fiasco. Cuando lo anunciaron: “Es un ex-narcotraficante”, inmediatamente pensé. No conozco uno capaz de abrir la boca. Y difícilmente los hay retirados de la mafia en santa paz. Casi todos están prisioneros o tres metros bajo tierra. Una y otra televisoras ya no volvieron a tratar los asuntos. No informaron sobre el destino de los autores del chanchullo. Éticamente fallaron. Lo transmitido fue mentira en Hechos y media verdad o media mentira lo de Televisa.

El caso de Joaquín López Dóriga difundiendo la cinta grabada es otra cosa. Quien la hizo fue ilegalmente y su problema es con la ley. Pero no creo indebido haberla puesto en manos del periodista. Estoy seguro que Joaquín comprobó su autenticidad y por ello la pasó al aire. Se trató de un hecho consumado. De interés público. Nada de trucos. Yo he recibido documentos importantísimos. Pero no conocí al remitente. O dejan un sobre en el buzón o lo deslizan por abajo de la puerta. Pero verificada su legitimidad, las he publicado. Por eso muchas ocasiones fui citado por el Ministerio Público. Cuando me pidieron copia se las entregué para que continúen su averiguación. Desde notas de compra para efectos personales de funcionarios o de sus esposas, copias de actas oficiales sobre confiscación de droga, cartas dirigidas a mafiosos y, para no seguir, las más recientes, órdenes para dejar libres a secuestradores.

Normalmente los referidos por los documentos y descubiertos en su falta, piensan como los representantes de los pilotos británicos: “Los periodistas lo único que buscan es el sensacionalismo y no el interés del público”. Es la costumbre de responder con una mentira a la verdad.


Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez el 14 de junio de 2013.


(SEMANARIO ZETA/Dobleplana / Jesús Blancornelas /Lunes, 1 Mayo, 2017 12:00 PM)

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