domingo, 23 de abril de 2017

‘MAZATLÁN FUE UN GRAN LUGAR PARA VIVIR’

Orgulloso de su familia, de su trabajo y del lugar que le permitió hacer fortuna, Don Julio creo su propio estilo de vida y lo defendió hasta el fin, tuvo pocos lujos y uno de esos fue elegir el puerto para vivir

 ‘Mazatlán fue un gran lugar para vivir’ Foto: Noroeste

Don Julio contaba que en una ocasión lo visitaron representantes de Hacienda y le confesaron que habían buscado cuentas en dólares a su nombre en Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y otros países, pero no habían encontrado nada.

Los funcionarios recibieron una carcajada de don Julio, él no creía en amasar una fortuna en efectivo, incluso criticaba a los empresarios que mantenían cuentas en dólares en el extranjero.

“Para qué descapitalizar los negocios, si me dijeran que me fuera a vivir a Estados Unidos, ni loco… mucha gente ni ha empezado a ganar cuando ya está viendo cómo llevarse el dinero a Estados Unidos”, comentaba.

Hablaba con orgullo de sus reinversiones en suelo mexicano.

“Todo el dinero que hemos generado en este negocio, que ha sido mucho, muchísimo, con las ventas de terrenos, de casas, de tiempo compartido… no sé si miles, pero cientos y cientos de millones de dólares, en los últimos 30 o 40 años, todo está reinvertido en México”.

Su capacidad para crear nuevos proyectos le impedía tener liquidez, antes de ganarlo el dinero ya estaba destinado para invertirlo en nuevas empresas o en pagar los eternos créditos donde conseguía dinero para seguir construyendo.


Durante 20 años manejó un chevrolet viejo que le llamaban el “batimovil” y cuando no pudo conseguirle una defensa, porque era muy viejo, le mandó hacer una de madera de guanacaxtle.

Presumía que en la agencia de autos de los Coppel habían prometido un premio al vendedor que le pudiera vender un carro nuevo.

Sus gastos personales los cubría con un sueldo mensual mediano que se había puesto él mismo y ahorraba como cualquier ciudadano para irse de viaje.

Claro que tenía sus lujos, la comida era uno de ellos.

“Yo soy un gran gourmet y un gran comedor, me gusta mucho comer, me gusta la chorcha de comida con amigos, me gusta mucho juntarme con mis amigos que me van quedando, tomarme una buena botella de vino tinto”, decía.

Al hablar de sus preferencias se explayaba.

“Me gusta la comida española… la comida japonesa, me gusta también la comida china, la comida tailandesa me encanta. Me gusta mucho la comida francesa, las salsotas esas que hacen. Me gusta mucho la comida mexicana, pero sin chile”.

Lo que no le gustaba también lo dejaba claro.

“No me gusta la comida muy ornamentada, esa que le ponen un pedacito de carne y un montón de pend… que no se comen, me gusta ir a comer, no a hacerme pend..”.

Le gustaba comer con su familia o con sus amigos, era común verlo sentado en una esquina del restaurante Villa Italia y rodeado por su esposa, hijos y nietos.



OTRO DE SUS LUJOS ERA VIAJAR

Había visitado los cinco continentes, sólo sentía pesar por no haber visitado nunca la India y de sus sitios favoritos recordaba Turquía, las enormes llanuras de su meseta central y la misteriosa Capadocia, ahí se quedó un mes, fascinado por ese país rodeado por once países amenazantes.

“Me gusta mucho viajar, he viajado mucho con los Madero, con Jaime Coppel y su mujer, con los Johnson”.

Mostraba con orgullo una fotografía de un viaje al Polo Norte, junto a su esposa Dolores. En la gráfica aparece completamente abrigado, con cierto aire de esquimal. Explicaba que un avión los había llevado hasta el círculo polar ártico.

También contaba las malas, el capítulo más difícil de su vida fue, sin lugar a dudas, los meses que don Julio estuvo detenido en la cárcel, primero en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México y después en la cárcel de Tampico, de donde fue liberado.



Don Julio aceptó hablar de esa época a pesar de que sabía el dolor que el tema le causa a su esposa Dolores, pero quiso revelar sus recuerdos con la intención de que no se continúen deformando las razones de su detención.

Todo sucedió en los años 70, cuando el Gobierno federal poseía dos barcos para pescar bacalao en asociación con una empresa española y convence a don Julio para que se los compre a un precio simbólico, don Julio acepta a pesar de que era evidente que el gobierno tenía problemas con su sociedad con los españoles.

Don Julio pagó un peso por el 60 por ciento de las acciones de barcos que habían costado 4 millones de pesos, sin saber nada del negocio del bacalao, salvo que se consumía en el centro del país en la temporada navideña.

De entrada se dio cuenta de lo difícil que era la relación con los españoles y la imposibilidad de llevar a sus pescadores mexicanos a los mares del norte, donde sólo los gallegos soportan las bajas temperaturas y las extremas condiciones del mar más peligroso del mundo.

Don Julio se embarcó una semana sólo para darse cuenta que las agujas de hielo que traspasaban sus chamarra le iban a hacer imposible mantener un mínimo de control, en un negocio totalmente dominado por sus socios españoles.

Sin embargo el bacalao que llegaba a México a un dólar el kilo, se vendía en Cuaresma a 20 dólares el kilo, lo que convenció a don Julio de seguir en el negocio.

En la primera temporada vendió 10 millones de dólares que inmediatamente reclamaron los españoles, lo que desató el primer enfrentamiento entre don Julio y sus socios que presentaron gastos de los barcos que superaban las ganancias.

Pero el problema vino de otro lado, los comerciantes que tradicionalmente distribuían el bacalao en México vieron en don Julio al responsable de quitarles el mercado.

“A los gachupines de La Merced se les estaba yendo el pu.. negociazazo que estaban haciendo”, relataba entre carcajadas y palabrotas.

Los comerciantes demandaron a don Julio y en su intento por bloquearlo lo acusan de comprar bacalao en Canadá y traerlo a vender a México como contrabando.

Don Julio negaba rotundamente la acusación de los comerciantes de La Merced, explicando detalladamente el largo trabajo que hacían para capturar, transportar y salar el pescado en México, con todos los permisos en regla.

Atendiendo a una llamada de funcionarios de Hacienda para intermediar en el caso, don Julio acude a la Ciudad de México, donde es detenido.

El empresario pasa tres meses en el Reclusorio Norte y seis o siete meses en la cárcel de Tampico, donde un juez que revisa el caso lo libera, al no encontrar delito que castigar.

A su salida de la cárcel, don Julio se dirige directamente a España para traerse los barcos y entregarlos a Banpesca, cerrando lo que el consideraba su peor negocio.


De su relación con los mazatlecos hablaba siempre con admiración, le sorprendió siempre su carácter para trabajar en el turismo, le gustaba  la mezcla de vocación para servir, pero sin ser serviles, conservando un orgullo que les permitía responder con valor a un visitante grosero.

Incluso transportó a cientos de trabajadores de sus hoteles en Cancún para que fueran capacitados por los mazatlecos.

Sobre los pescadores se quejaba de que eran pendencieros y borrachos, pero encontraba la razón en generaciones de hombres valientes que nunca sabían si iban a comer al día siguiente.

Le gustaba leer, leía normalmente cuatro periódicos durante el día y tenía una predilección por los libros de temas históricos.

“He leído bastante sin decir que soy un literato, ni mucho menos, pero he leído mucho”.

Le preocupaba la ecología, pero a su modo, no creía en una defensa radical de la naturaleza, su corazón de empresario lo hacía preferir una explotación equilibrada de los recursos que permitiera conservar y hacer negocio.

En el complejo de El Cid creó un sistema de reciclado de basura, viveros, calentadores solares para el agua de las albercas y protegía la fauna que habita en el Fraccionamiento.

En Cancún mantiene un programa de regeneración del mangle afectado por el paso de los huracanes.

Pero lo que más protegía era a su familia, hablaba con devoción de su hijo mayor, Julio, de quien admiraba su capacidad de lectura, su memoria y su vasta cultura.

A Carlos y Fernando los consideraba tan capaces como él para llevar sus negocios adelante y presumía que su hijo menor, Mariano, se labraba un futuro fuera de Mazatlán.

Para su mujer tenía un sitio especial, la consideraba la gran responsable de sus éxitos y la voz que lo convenció de quedarse en Mazatlán cuando los negocios no iban bien y pensaba en regresar a la Ciudad de México.

Quería a sus empleados que lo habían acompañado durante muchos años, construyó una colonia para darles casas y muchos de los gerentes todavía viven en El Cid.

Para el puerto tuvo los mejores deseos y al final se mostró agradecido.

“Mazatlán fue un gran lugar para vivir”, dijo don Julio Berdegué Aznar.


ASÍ TE LO CONTAMOS HACE 10 AÑOS




(NOROESTE/ Ariel Noriega/ 21/04/2017 | 04:00 AM)   

No hay comentarios:

Publicar un comentario