El
Rosario.-De manera casi sigilosa y clandestina, unas ocho familias han
abandonado en las últimas semanas su lugar de origen para emprender la aventura
de empezar de cero en cualquier lugar del sur de Sinaloa.
No
es para menos. Las células delictivas que se desplazan en la sierra rosarense
no dan tregua. Y la misma condición viven los pobladores “de Santa María
pa´rriba”, mientras que por el lado de Cacalotán, tierra caliente por donde ha
corrido sangre, el accidentado ingreso a la sierra también está controlado.
Los
retenes permanentes que instalan, por “ley” propia el grupo de civiles, no han
hecho eco en las autoridades, que no se dan por enteradas y desestiman su
existencia.
Don
José “N” —así prefiere ser mencionado antes de revelar su identidad— se dice
desesperado. Bajó de la sierra y ya no puede regresar, allá dejó a su familia
compuesta por lo menos por 10 personas, y pide el apoyo del Ejército y de la Marina
para ofrecerles un lugar seguro en
cualquier parte del sur de la entidad.
Las
familias que han dejado sus pueblos buscan un lugar lejos de El Jumate, Palos
Blancos y Sitio de Picachos, así como Matatán, Santa María, Perleros y
Plomosas.
Ahí
no hay tranquilidad, dicen, los grupos armados son constantes, van y vienen con
semilla, materia prima, insumos y pasan largas temporadas resguardando
celosamente su guarida, hasta que llega el tiempo de la cosecha.
Nadie
se mete con ellos, ni los cuestionan, pero la convivencia se vuelve cada vez
más peligrosa e insostenible.
Hacer
una llamada telefónica desde el único servicio comunitario que hay en el pueblo
es imposible, relatan algunos desplazados que han logrado salir, “uno siempre
tiene a alguien por un lado escuchando lo que dice, han de pensar que los vamos
a delatar”.
Las
llamadas se limitan a asuntos familiares urgentes. No más.
Si
las autoridades federales “se animan” a subir, saben que habrá por lo menos
cuatro familias que pedirán lo mismo: ayuda para abandonar el pueblo.
Algunas
versiones relacionan a los grupos armados de la sierra con los que colocan
retenes en las carreteras estatales que llevan a las sindicaturas y principales
comisarías de El Rosario.
La
intención, dicen, es verificar quién entra y quién sale, no importa edad, sexo,
condición social ni económica, pues no permiten que se filtre nadie de grupos
ajenos a su territorio.
Pero
esos filtros no han tenido buen fin. Las dos balaceras, una el 26 de agosto y
otra el 15 de octubre, con nueve y dos muerto respectivamente, dan cuenta de
ello.
Los
reportes oficiales no registran los “levantones”, esos de los que nadie en el
pueblo de Cacalotán quiere hablar, pues después de la balacera dos hombres
fueron privados de su libertad ante la mirada atónita de los vecinos.
Habían
pasado apenas dos días del segundo enfrentamiento, cuando alrededor de las 11
de la noche corrió como reguero de pólvora, “entraron camionetas como de las
ganaderas con sicarios vestidos de pintos”.
Cinco
días después, a este clima se le sumó la colocación de mantas en la ciudad. La
consigna era la misma que la que exigían en las que fueron colgadas en el
centro y norte de Sinaloa: cese a los abusos de la Marina hacia los niños y
mujeres, al saqueo de casas y violación constante a los derechos humanos.
La
Marina mantiene sus rondines en este municipio, que a lo largo del año ha
registrado balaceras, muertes, secuestros y es calificada de bajo perfil, sin
que las autoridades de los tres niveles de gobierno ofrezcan el resguardo y
seguridad que les fue encomendada.
(RIODOCE/
REDACCION/ 25 octubre, 2015)
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