“No tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda.
Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí”.
—Julio Cortázar.
José Luis Franco
¿Qué hubiera sido del mundo sin la mirada cruda y despiadada de una
niña que se lamentaba de lo que le ocurría? ¿Qué hubiera sido de él sin
esas manitas cariñosas que le ponían curitas en sus zonas dañadas por la
barbarie, la injusticia y la desigualdad? ¿Qué hubiera pasado si no
hubiéramos festejado y hasta coincidido con su irreverencia, su humor
cáustico, su manera tan sin inocencia de cuestionar con inocencia? ¿Qué
hubiera sido sin ella, que odiaba la sopa y le encantaban los Beatles y
dejaba flotar su alegría mientras los escuchaba en la radio? ¿Qué
hubiera sido sin Mafalda? ¿Un tango triste de una época sin guía? ¿Una balada amarga sobre una niña idealista que tanto queremos?
Hace años recibí por correo electrónico una carta que le dirige Miguelito a su gran amiga Mafalda.
En ella, el pequeño filósofo de esa pandilla bonaerense, que fue
nuestra delicia, y que nunca he podido imaginar como mexicana, ni verla
dar juicios sobre el 2 de octubre, le dice: “En este día tan especial me
acordé de tu cumpleaños… ¡Cómo pasa el tiempo! Nacimos en un país que
soñaba. ¡Cuántas utopías! ¡Cuántos deseos de crecer, de mejorar las
cosas!”.
El día de la redacción de la carta era el 29 de septiembre, pues un
día así, de 1964, es la fecha oficial del nacimiento de la niñita del
tupé, la melena esponjosa y ese dedito acusador que no respetaba
jerarquías. Mafalda cumplió este año 49, Miguelito le
mandó la carta cuando había llegado a los cuarenta, es decir, la carta
tiene nueve años de antigüedad, pero vigencia emotiva.
Miguelito Pitti, famoso para mi memoria por su afán de
trazarse metas sin recompensa evidente (por algo acabó como escritor,
según confiesa), como aquella en que se propone llegar antes que un
señor a la esquina de la calle. Asume su reto interno, acelera los
pasos, suda y a fin de cuentas logra su objetivo. Pero, ya en la
esquina, sentado, descansando tras el esfuerzo, se pregunta:
—¿Y?
En su carta se acuerda de Libertad, personaje diminuto y encantador con el que Mafalda coincide en una playa en la que la pregunta ¿de dónde habrá salido tanta agua? es contundente.
Libertad, lo sabríamos después, era hija de una traductora y
era encantador leerla decir que el último pollo que se habían comido lo
había escrito Simone de Beauvoir. Dueña de una “simplicidad sin
límites”, su concepción revolucionaria queda ¿clara? en este análisis:
“Para mí lo que está mal es que unos pocos tienen mucho, muchos tienen
poco y algunos no tienen nada, si esos algunos que no tienen nada
tuvieran algo de lo poco que tienen los muchos que tienen poco… y si los
muchos que tienen poco tuvieran un poco de lo mucho que tienen los
pocos que tienen mucho, habría menos líos… pero nadie hace mucho, por no
decir nada para mejorar un poco algo tan simple”.
Miguelito se pregunta qué habrá sido de ella, que si en verdad
la mataron durante la dictadura, que si fue cierto que la torturaron y
arrojaron su cuerpo al Río de la Plata. Leer eso, para los que conocimos
a Libertad, era espeluznante, pero así es la historia de los pueblos. Piensa y te arrepentirás.
¿Quién no recuerda a Susanita y sus precoces ansias de casarse y tener hijitos? Susanita Clotilde Chirusi. Miguelito
por supuesto la recuerda y la imagina viviendo en una ciudad argentina
de provincia, paseando del brazo del marido (un hombre bajo y calvo) en
una tarde de verano, contenta con sus hijitos y cuidando el primer
nieto, realizada como tantas mujeres.
A Manolito Goreiro, el de la cabellera rebelde y el cerebro de
teflón, el hijo de abarrotero que se soñaba en Wall Street con un
consorcio de mega abarrotes, no le va muy bien. En su carta, Miguelito
menciona que tras la crisis económica argentina pierde todo y luego de
andar hablando solo por las calles, acaba abandonado, como mendigo, en
una estación de trenes.
De Felipe nos dice que vive en La Habana, que probó con el
cine, que tiene un taxi y habla a los turistas de Fidel y la Revolución
con enorme entusiasmo. Felipe tenía un amor platónico, una niña llamada Muriel, pero Miguelito
no nos aclara qué cosa pasó con ella. También sabíamos que quería ser
ingeniero, como su padre, sin embargo, al parecer se le torció el
destino. Para eso pintaba Felipito, y no hubo llanero solitario que lo rescatara.
De Guille, el hermanito de Mafalda que era al mismo
tiempo una síntesis de la ternura y el conflicto, creador de una frase
que a muchos nos va como añillo al dedo: “¡Mecacho! Hasta ahora para lo
único que tengo poder adquisitivo es para la mugre”, Miguelito
nos dice que emigra en los últimos días de Raúl Alfonsín, es decir,
entre 1988 y 1989, que vive en Ginebra, que se ha vuelto a casar. En las
tiras cómicas, Guille era muy parecido a Miguelito en su personalidad, por tanto Guille también es artista, es músico, y Miguelito lo ha visto tocar en La Scala de Milán.
Mafalda, la destinataria de la carta, vive en París. Se reúne
en su casa con gente de ideas progresistas, se involucra en movimientos
sociales, es una activista frenética. Sigue confundida, inquieta, por el
futuro del mundo.
Miguelito remata su carta con la confesión de que sigue
escribiendo como siempre y que algunos días está triste y deprimido,
pero que siempre le puede más la alegría que la tristeza. Dice, de
manera textual: “A veces, cuando miro el globo terráqueo, encuentro tu
mirada, pienso en aquellos que lo miran como vos, en los ojos de los que
protestan, de los que no se conforman, y de los que viven en la
atmósfera del optimismo y la justicia”.
Mafalda, ahora que cumpliste 49 años este pasado 29 de
septiembre, y viendo el mundo como está —los gringos, los sirios, mi
propio país— me imagino, querida, que debes estar el triple o cuádruple
de regañona. Y por eso y más te extraño.
Tú dime qué disco de los Beatles ponemos.
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