MÉXICO, D.F. (apro).- No se necesita ser un experto en economía y menos en marketing para darse cuenta que el Mexican moment (“el
momento mexicano”) pasó a mejor vida después de una efímera campaña de
expectativas, impulsadas desde el gobierno de Enrique Peña Nieto en
medios internacionales como The Wall Street Journal o The Financial Times.
Bastan
las portadas de algunos de los periódicos de mayor circulación en el
Distrito Federal para darse cuenta de las dimensiones de una recesión
económica que ahora quiere maquillarse con términos como
“desaceleración”, “bache económico”, “decrecimiento” etc.
Por ejemplo, El Universal publica
como nota principal un balance muy crítico de los principales
especialistas y agencias de análisis financiero: “Se acentúa bache
económico del país. A la baja, crédito al consumo y recursos fiscales y
petroleros”.
A su vez, La Jornada le da las ocho columnas
al Consejo Coordinador Empresarial: “CCE: la reforma fiscal de Peña
Nieto es recesiva” y la acompaña del reciente informe de la Secretaría
de Hacienda que da cuenta de una caída de 113 mil millones de pesos en
ingresos petroleros y tributarios.
Reforma advierte que la
parálisis del gobierno de Barak Obama, ante la falta de acuerdo entre
demócratas y republicanos que dominan cada cámara del Congreso,
respectivamente, afectará a la economía mexicana.
El lunes 30 de
septiembre, el titular de Economía, Ildefonso Guajardo, admitió ante el
Senado que lo más grave para el panorama es la crisis fiscal en Estados
Unidos, ya que México depende en un más de 80% de su comercio de
exportaciones e importaciones del vecino del norte.
Guajardo negó
llamarle “recesión” al panorama en el que estamos inmersos, pero sí
admitió que se trata de una desaceleración muy grave. Dos días antes, el
titular de Hacienda, Luis Videgaray volvió a hacer un ajuste a la baja
sobre el índice de crecimiento del país: de 1.8 a 1.7 por ciento y
atribuyó esta disminución al efecto sobre la productividad que tendrán
las afectaciones de las tormentas Manuel e Ingrid en el campo mexicano.
En
el Senado, el propio Guajardo trató de minimizar el impacto de las
declaraciones de Videgaray, pero lo cierto es que ambos funcionarios
admitieron que la administración de los priistas que “sí saben” cómo
hacerla, se equivocó al pronosticar un crecimiento original mayor al 3.5
por ciento y quedaremos en menos de la mitad.
Nadie en el
gobierno quiere admitir no sólo la gravedad del “error de Videgaray”,
sino del fracaso monumental de haberle apostado los primeros diez meses
de gobierno a la construcción de expectativas alimentadas de forma
mediática y política a través de reformas estructurales que sólo se han
quedado en cambios constitucionales incompletos y tardarán más de tres
años en tener un impacto en la vida cotidiana del país.
Mucho
menos han querido reconocer que el subejercicio del gasto público —que
alcanza niveles de escándalo en dependencias claves para impulsar la
inversión pública y privada como la Secretaría de Comunicaciones y
Transportes— será el causante de que caigamos en la recesión. Estamos,
de nuevo, ante los “errores” de septiembre —como aquellos errores de
diciembre de 1994— que provocaron una de las peores crisis económicas
del modelo salinista.
En declaraciones a El Universal, el
presidente del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas, Jonathan
Heath, lo dijo claramente: “Si bien el gasto público no es el único
factor, sí es uno de los más importantes que empujó a que hoy la
economía se encuentre en recesión”. Ojo, dijo recesión, no desaceleración.
Como en el caso de los huracanes Ingrid y Manuel, los
responsables de la tormenta económica reciente no pueden decir que no
se les advirtió, que no hubo suficientes indicios para indicar que el
camino de la recesión venía con toda su carga y que el gobierno federal
decidió seguir construyendo castillos de arena sobre el Pacto por México
y su dinámica de control político sobre el Congreso.
En la edición no. 1922 de Proceso, el
consultor Rogelio Ramírez de la O sustentó con muchos datos su
diagnóstico sobre el error fundamental de un “gobierno de obsesiones”:
“La
concentración de la atención gubernamental en un pacto político que
impuso 95 acuerdos fue un primer error, pues distrajo al gobierno y al
Congreso de las tareas esenciales; primero, para mantener y de
preferencia acelerar el crecimiento y segunda, para hacer cambios muy
selectivos en donde más se requiere.
“Por lo demás se planteó un
número excesivo de reformas. Quizá todas son necesarias, pero son
demasiadas: casi en su totalidad constitucionales, acabaron por
traslaparse entre sí, como hoy se observa con la energética y las leyes
secundarias en materia financiera y de telecomunicaciones, igual que con
los nombramientos de los comisionados para los nuevos cuerpos
regulatorios”.
Y eso que el director de la firma Ecanal no
mencionó la reciente reforma fiscal que naufraga ante el veto de los
sectores empresariales y financieros, los supuestos aliados del Mexican Moment de Peña Nieto.
Toda
la estrategia de inducción de odio y linchamiento mediáticos contra la
CNTE –recetada durante todo el mes de septiembre- tuvo como eje defender
la “gran reforma educativa” y endilgarle a los maestros de la
disidencia del SNTE el papel de conservadores, flojos, retrógrados que
están en contra de la espiral ascendete de las reformas estructurales.
Ahora,
los 15 días de información sobre el desastre político y administrativo
concurrente con las tragedias de los huracanes también demostraron que
en lo elemental, en protección civil y manejo de desastres naturales, el
gobierno de Peña Nieto quiere lavarse las manos y darle el peso de la
responsabilidad a los gobiernos estatales y a los municipios. En casos
como Guerrero o Veracruz evidentemente hay negligencia de las
autoridades estatales, pero ese no es el problema. ¿Por qué Peña Nieto
es tan vulnerable a los efectos adversos de su imagen abollada frente al
fracaso de las expectativas?
En octubre escucharemos desde el
gobierno de Peña Nieto que el desarreglo en el Congreso norteamericano y
las batallas de Obama serán seguramente las responsables de las
tormentas recesivas en la economía mexicana. Igual lo hicieron Salinas,
Zedillo y Calderón. Siempre hay un responsable exterior: la
globalización fallida, los capitales especuladores, los errores del
Sudeste Asiático, la codicia de Lehman Brothers, etc.
Sin embargo,
exportar las responsabilidades no ayudará ni a crear los empleos ni
impulsar el consumo ni la productividad que reclaman un país que ya
vivió inundaciones de spots de autocelebración anticipada de lo que no sucedió: el Mexican Moment.
Twitter: @JenaroVillamil
/ 1 de octubre de 2013)
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