lunes, 2 de septiembre de 2013

TRAICIONAR A CARO QUINTERO COSTÓ LA VIDA A ENRIQUE CAMARENA

México, DF.- En la papelería de la familia Carrejo, en el centro de la ciudad de Jiménez, Chihuahua, aún recuerdan los tiempos en que Caro Quintero era el “narco de narcos” Lo recuerdan porque la calle que cruza frente al local estaba recién pavimentada, la tienda de ropa “La Sensación” daba empleo a unas 20 personas, y la Papelería Carrejo nunca estuvo como hoy, habitada sólo por la propietaria y un par de moscas.

Lo mismo recuerda Jorge, el dueño de la Barbacoa González. Y Ernesto, el de la carnicería dos locales más adelante.

Fue esta ciudad de 38 mil habitantes la que dio de comer y de vestir a los 7 mil obreros de Rafael Caro Quintero forzados a trabajar en un rancho que como mínimo medía mil hectáreas.

Erróneamente llamado Rancho Búfalo, este extenso terreno donde ahora se siembra chile jalapeño, cebolla y nuez, jamás tuvo nombre. El Búfalo es el nombre del pequeño poblado sin pavimentar, de apenas unas 80 casas viejas, que está unos 20 kilómetros antes de encontrarse con la gigantesca planicie.

Este pueblo, de unos 300 habitantes, está a unas cuatro horas al sur de la ciudad capital de Chihuahua, entre las ciudades de Camargo y Jiménez.

Tras las últimas casas de adobe del poblado, se extiende el campo entre los senderos de terracería. Hay que recorrer unos 20 minutos cruzando un ancho río y dando izquierdas y derechas que sólo un local puede adivinar, para llegar a uno de los dos ranchos que fueron propiedad del “narco de narcos” Rafael Caro Quintero.

EL RANCHO DE MANZANAS

Cuentan los jimenenses que todos los días bajaban camiones desde esas montañas para abastecerse de carne, tortillas y ropa para los trabajadores que “colectaban manzanas”.

Jorge González es un hombre de algunos 45 años, de cuerpo grande y dueño del local de barbacoa que lleva su apellido, establecido por su padre en 1951. Lo que más recuerda de aquel entonces es la cantidad de carne que pedía la gente de Caro Quintero: “Todos los días bajaban, cargaban de aquí unas cinco cajas de carne, y de otras dos o tres tiendas más, lo mismo. Cerrábamos temprano porque sacábamos lo del día en unas horas”.

El local que heredó Jorge es de apenas unos cuatro metros cuadrados más una pequeña cocina. Aún conserva la fachada histórica afrancesada. Pero a pesar de su pequeñez, es la barbacoa más consumida en Jiménez.

“Llegaban a las tortillerías y compraban todo lo que tenían. En los abarrotes también arrasaban con todo, igual en las tiendas de botas y cintos. Los vaciaban, les compraban todo. Entonces los vendedores tenían que resurtir otra vez”, dice emocionado, como viendo el tiempo regresar.

Hace 28 años, en estas mil hectáreas vendidas a Caro Quintero por hombres de apellido Muriel y Monarrez, comenzó el final de la vida de un hombre y de la carrera de otro.

El primero era Enrique ‘Kiki’ Camarena, un agente estadounidense de la Agencia Antidrogas (DEA) que, a la vez que descubrió este rancho, encontró su muerte. El segundo era Rafael Caro Quintero, dueño de estas tierras que hasta el frío noviembre de 1984 olían a la fresca mata de la mariguana, y acabó su carrera cuando mandó matar al primero.

Un hombre que prefiere que en el texto se le llame sólo con su inicial, D, trabajó estas tierras para “el narco de narcos”. Confiesa que nunca lo vio en persona, pero que lo admiraba como se admira a un cantante de pop o a un escritor.

LOS COMPaDRES

“La traición se paga, y fue por el rancho y no por nada más que mataron a Kiki”, afirma con un tono severo, renegando de la pregunta de por qué decidió Caro Quintero asesinar al agente.

“Se llevaban de compadres. Le dio su confianza, igual que (Miguel) Félix Gallardo y (Ernesto) “El Neto” (Fonseca)”. Lo vuelve a decir: “la traición se paga caro”.

Enrique Camarena, era un mexicoamericano nacido en Baja California, naturalizado estadounidense y miembro de la Marina norteamericana. En 1981 la DEA lo asignó a Guadalajara, Jalisco, con la tarea de infiltrar las redes del narco. Tres años más tarde, el mismo Caro Quintero le llamaba “compadre”. Camarena le había prometido impunidad desde el sur hasta el centro del país y se lo cumplió en suficientes ocasiones para ganarse también a los socios de Quintero, Miguel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca.

Pronto le contaron de los dos ranchos, del avanzado sistema de riego, del proceso de empaquetado, de los 12 camiones diarios y de los 8 millones de dólares que se ganaba en cada viaje a los Estados Unidos. Camarena avisó a sus jefes, Phil Jordan uno de ellos, director del Centro de Inteligencia de El Paso, en Texas (EPIC). “Kiki Camarena sabía que los narcos seguían sus pasos mediante la DFS (Dirección Federal de Seguridad). Yo supervisé sus investigaciones en México y nos vimos nueve meses antes de que lo mataran, y me dijo: no pasa nada, son agentes de la DFS que quieren ver qué andamos haciendo”, relata Jordan. Pero no era tan sencillo. Quintero ya sospechaba de algo.

Camarena sobrevoló el rancho junto al piloto Alfredo Zavala. La DEA dio aviso al Ejército Mexicano y para noviembre de 1984 el negocio entero estaba en llamas. Se quemaron más de 10 mil toneladas de droga en los predios de El Búfalo, y se destruyó el costoso equipo de riego instalado en el Rancho El Álamo.

Quintero estaba en su natal Badiraguato cuando se enteró de la pérdida. El primero que vino a su mente fue Kiki, “el compadre”. Mandó llamar a Juan Ramón Matta Ballesteros, un hondureño que servía como contacto en Colombia para el tráfico de cocaína.

“Caro Quintero le dijo que investigara por qué el Ejército sabía tanto de ese rancho y de todo el dinero que se movía”, relata Jordan.

Y luego la confirmación: es él, es un espía de la DEA. Caro Quintero pidió que fuera secuestrado, torturado y asesinado. Y así fue.

Ordenan aprehender a Caro Quintero

Por: Reforma

Un juez federal giró ayer una orden de detención provisional con fines de extradición en contra del capo Rafael Caro Quintero, por delitos de narcotráfico y lavado de dinero que se le atribuyen en una Corte Federal de California, Estados Unidos, informó la PGR.A partir de este miércoles, cinco días después de que fuera liberado por un tribunal de Jalisco, Caro Quintero nuevamente vuelve a ser fugitivo, ya que es buscado por la PGR y las diversas corporaciones federales, para ponerlo a disposición de un juzgado federal.

El expediente que el narcotraficante tiene pendiente en California es precisamente donde le atribuyen el crimen del agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar, en febrero de 1985, sin embargo, la PGR no precisó si en esta solicitud se pidió su extradición por el delito de homicidio.

La Procuraduría informó esta tarde en un comunicado que una vez que Caro sea detenido y puesto a disposición de un juez, el Gobierno norteamericano contará con 60 días para presentar la solicitud formal de extradición, en los términos que dispone el Tratado de Extradición celebrado entre los dos países.

Vieja acusación

En el texto no ofreció detalles de los delitos por los que es requerido el capo sinaloense, sin embargo, la acusación que existe desde 1989 en la Corte Federal del Distrito Central de California, con sede en Los Ángeles, imputa a Caro más de 20 cargos.

Entre otros ilícitos, le imputa crímenes violentos y conspiración para cometerlos como miembro del crimen organizado; conspiración para secuestrar y secuestro de un agente federal, complicidad y homicidio intencional de un agente federal, siendo este último delito por el que podría ameritar la pena de muerte.

En el pasado reciente, México negó las extradiciones de narcotraficantes porque serían sujetos a penas que la legislación nacional consideraba como inusitadas, como son el caso de la cadena perpetua o la pena de muerte.

Sin embargo, Estados Unidos cambió su estrategia y en algunos casos omitió en sus solicitudes de extradición los delitos que ameritaban esos castigos o, incluso, presentaba cartas compromiso que garantizaban que el extraditable no sufriría la aplicación de una pena prohibida por la Constitución mexicana.


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