lunes, 2 de septiembre de 2013

EL MIEDO

Rafa maneja un vehículo de reparto de mercancía. Sabe que de noche todos los gatos son narcos, más si es fin de semana. Por eso frena en cada esquina, aunque tenga preferencia y el semáforo diga que puede seguir su marcha. Conduce ese carro pequeño y puede hacerlo todo el día, para obtener algo más de lo que debe pagar por rentarlo.

Manejó por ese bulevar ancho, de camellones de alfombra verde y de vegetación casi selvática. Iba despacio, como suele manejar. Adelante iba un automóvil blanco: las luces de las lámparas del alumbrado público rebotaban en la carrocería y los accesorios cromados, como espejo reluciente. En la parte trasera no traía placa de circulación, solo el número 2013.

Hilillos de agua salían del camellón recién regado por las pipas del municipio. El del vehículo blanco disminuía notablemente la velocidad para no ensuciar ese lustrado espejo de cuatro llantas. En una de esas maniobras el conductor invadió el carril por el que circulaba Rafa y este no usó el pito porque no tiene, pero le hizo un cambio de luces.

En la densa negrura de noviembre, penetrando la espesa capa de niebla, el cambio de luces pareció un flachazo ofensivo. Y así lo tomó el otro conductor. Dejó que pasara por un lado y bajó aún más la velocidad. Lo miró y pareció dispararle con esos ojos de furia celestial. Metros adelante aceleró. Lo rebasó y le cerró el paso. Rafa alcanzó a frenar sin escándalo, pues no iba recio.

El hombre bajó. Traía un arma en la derecha y la empuñó no para disparar. Con las cachas golpeó el cristal de la puerta del conductor y lo quebró. Qué traes hijo de la chingada. Nada, nada. Trastabilló la voz desvelada del repartidor. Cálmese, amigo. Qué cálmese ni qué nada, le reviró. Encima de que me ensucias el carro me echas las luces, pendejo. Con quién crees que estás hablando.

Rafa se disculpó. Le repitió que no era para tanto pero que lo perdonara. Le bailaban las manos en el volante y no hallaba si bajarle el volumen a la música que transmitía esa estación de radio o prender las señales amarillas e intermitentes. El hombre le gritó, le echó de la madre, lo maldijo y amenazó.

Respiró profundo pero no lo abandonaba la versión entrecortada. Quedó acalambrado. Tomó el celular pero no marcó. Aplastó teclas y botones del tablero. La noche incita, oculta, cobija y encobija. Imaginó su luz como un disparo y esa pistola vomitando en su contra. La noche es propicia para eso y más.

Guardó el arma. Dio media vuelta y subió al automóvil. Adelante se lo volvió a encontrar: lo esperaba a mitad de la calle y cuando lo tuvo cerca le volvió a cerrar el paso. Le preguntó a Rafa quién era y a qué se dedicaba. Pidió que le entregara una identificación y se la dio.

Se retiró de ahí preguntándose quién teme más.

30 de agosto de 2013.

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