Rosendo Zavala
Saltillo.- Decidido a callar los reclamos de su suegro para
siempre, Homero sacó el revólver que guardaba en la cintura y le apuntó a
la cabeza, ultimándolo sin piedad para extinguir el remolino de quejas
con que lo había atormentado durante años.
Tras escuchar las detonaciones que espantaron la tranquilidad de la noche, Mary corrió hasta el terreno baldío donde vio la escena que jamás imaginaría, ahí estaba su marido empuñando la pistola con que destruyó la felicidad de la familia para siempre.
Sin darse cuenta, el albañil se vio rebasado por las circunstancias, en las que el alcohol se encargó de mandarlo al abismo de la violencia, desde donde ahora paga con el encierro penitenciario que podría prolongarse durante décadas bajo el delito de homicidio doloso.
Azaroso matrimonio
Con el fastidio de una relación que desde el principio pareció monótona, el especialista de la pala y la cuchara veía pasar el tiempo sumergido en la frustración de lo que nunca pudo ser, porque desde que unió su destino al de la mujer que creyó amar desencajó su perspectiva del futuro.
Rodeado de las escenas berrinchosas que él mismo provocaba, cambió los detalles de un incipiente romance por el de la detestable violencia familiar, tatuada como signo de una personalidad que mostraba inquebrantable.
Simulando ser el hombre maduro que prometía una casta perfecta, Homero llegó a la vida de Mary sin que ésta presupuestara la tormenta emocional que se aproximaba, porque escondido en su falsa careta comenzó a construir el castillo de ilusiones que se derrumbaría sin que nadie pudiera evitarlo.
Y es que los constantes roces con la familia política convirtieron al contratista en el más irritable de los parientes lejanos, empujándolo a fabricar la enemistad que derivó en el asesinato, donde Pedro pagó las consecuencias.
Durante años, el albañil repitió la escena de las visitas incómodas a casa de sus suegros, alimentando el rencor que almacenó en sus entrañas hasta sacarlo con las discusiones triviales ante los conocidos que a cada momento subían de tono.
Sin darse cuenta, también convirtió la intimidad de su residencia en el averno terrenal que compartía con su mujer, padeciendo el mar de quejas que lo atormentaban traduciéndolo en la violencia que le atacó como víctima perfecta de las circunstancias.
En medio del trajín emocional que lo angustiaba en silencio, el albañil soportó su realidad ignorando que el tiempo le jugaría la peor de las bromas aquella calurosa noche de agosto, cuando el estruendo de las balas finiquitó la historia donde se sentía el más despreciado de los personajes.
Un fin de semana
Relajando sus pensamientos con las banales imágenes del televisor, Homero sintió que el fin de semana valía la pena, pero repentinamente, una voz femenina lo sacó de concentración y lo que hasta entonces parecía un descanso ideal se derrumbó como por arte de magia.
Mientras el balón recorría cada centímetro de la pantalla donde el despreocupado cuarentón checaba el futbol, la petición que escuchó le hizo sentirse en el único perdedor del partido que vivía diferido, apagando la caja de las ilusiones falsas para armar uno más de escándalos caseros.
Con movimientos torpes que denotaban sus ganas de perderse entre la indiferencia del domingo, el contratista evadió el acoso de Mary, que durante toda la mañana se empeñó en persuadirlo de sostener el encuentro que resultaría fatal.
Tras padecer el alegato de salvación que resultó infructuoso, el decaído marido se sometió a los designios de su esposa que le exigió una reunión familiar que sirviera para fortalecer los lazos de unión tan largamente desgastados entre la parentela.
Sin mucho que decir en su defensa, el perdedor de la batalla verbal se metió a una de las recámaras para cambiarse, mientras la eufórica señora tomaba el teléfono anunciando a sus padres lo que hasta entonces ideaba como la mejor de las noticias.
Con el arribo de la tarde, la casa de los González pasó de la tediosa tranquilidad al ruidoso festejo que ensordeció cada rincón de la colonia Lázaro Cárdenas, mientras la estridencia de la música retumbaba en el ánimo de los fiesteros ocasionales.
Esforzado en no perder la paciencia, el yerno incómodo entró a la sala con el atavío de una camisa holgada que cubría el revólver celosamente resguardado entre su menuda figura, evocando a la desgracia que sin pensar había llevado a la reunión.
Al fondo de la estancia, don Pedro lo miraba extrañado aunque la ligereza del evento no le permitió divisar la maldad, por lo que indiferente lo saludó con la efusividad fingida que dio paso a la muerte disfrazada de convivio.
En la cocina, Mary dialogaba con las otras invitadas haciendo de la tarde el momento preciso para romper la tensión que existía entre los hombres del clan, matando el transcurrir del reloj con las bocanadas de cerveza que fortalecían una amistad efímera.
Así, el suegro de pantalones cortos y su yerno de palabras grises se enfrascaron en el incidente que decidió el futuro de ambos, porque mientras uno tenía la existencia escrita, el otro perdió la calma para convertirse en criminal deliberadamente.
Nefasta discusión
Redoblando esfuerzos para arreglar lo que ya no tenía arreglo, don Pedro brindó con el albañil hasta muy entrada la noche, cuando los efectos del alcohol nublaron sus mentes hasta enfrentarlos acaloradamente.
Y es que recordando los pasajes de crueldad que Homero ejercía contra su “pequeña”, el frustrado padre de la tercera edad sacudió al hijo político con la ferocidad de la justicia reprimida, encontrando la frenética respuesta que lo sorprendió al momento.
En un arrebato de furia, el encrespado yerno lo encaró intercambiando miradas de odio, que se cristalizaron cuando su suegro le mentó la madre al no soportar los aires de grandeza que prodigaba desde que empezaron a embriagarse.
Decididos a todo, los rijosos salieron de la casa y con paso firme cruzaron la calle, llegando hasta el cordón de la acera frontal para introducirse en el terreno baldío donde acrecentaron sus diferencias con los gritos que alarmaron a los vecinos de la Cárdenas.
Cuando más entretenido estaba regañando a su oponente, el ofendido vio cómo aquel se distanciaba y en un movimiento extraño sacar el arma con que lo amagó violentamente, accionando el gatillo que terminó con la relación de parentela forzada en campo abierto.
Con un balazo en la cabeza, otro en el corazón y uno más en el abdomen, don Pedro cayó con la vida en suspenso, mientras su rival lo contemplaba con el alma relajada por haber tramitado un deseo largamente anhelado.
Sobresaltados por las detonaciones, los invitados a la fiesta llegaron hasta el cruce de Maclovio Herrera con 21 de Marzo sólo para percatarse de la trágica escena, movilizándose para exigir el auxilio que de nada serviría porque el baleado había muerto.
Incrédulos por la pesadilla que vivían despiertos, los deudos apoyaron a las autoridades en las diligencias primarias, mientras agentes de la Procuraduría sometían al agresor que voluntariamente entregó el revólver narrando también la forma como se desarrolló la tragedia.
En la escena de los hechos, peritos recogieron cinco plomos regados sobre la terracería del baldío, aunque determinaron que el victimado había sufrido sólo tres impactos que le arrancaron la vida al momento del ataque.
Horas después, el asesino rindió su declaración preparatoria ante la juez penal encargada de las diligencias, aceptando el delito que se le imputaba, pero dando motivos específicos, argumentando que su suegro lo había retado a pelear y decidió saldar cuentas callándolo para siempre, cansado de que interviniera en su relación con Mary.
Las palabras del homicida fueron ratificadas por la autoridad tras efectuar una reconstrucción de hechos en el sitio del crimen, siendo entonces cuando el albañil recibió el auto de formal prisión que desde entonces lo mandó al olvido.
Esto porque desde que decidió ultimar al padre de su esposa con alevosía y ventaja, el amor que le prodigaba su gente se acabó por completo, como respuesta a la bajeza que concretó con la pistola en contra de su propia familia.
Ahora, Homero espera que la fiscal asignada al caso tome la decisión que lo podría reafirmar como un interno más del reclusorio varonil, si la sentencia condenatoria no le resulta favorable cuando conozca el futuro de su libertad.
Tras escuchar las detonaciones que espantaron la tranquilidad de la noche, Mary corrió hasta el terreno baldío donde vio la escena que jamás imaginaría, ahí estaba su marido empuñando la pistola con que destruyó la felicidad de la familia para siempre.
Sin darse cuenta, el albañil se vio rebasado por las circunstancias, en las que el alcohol se encargó de mandarlo al abismo de la violencia, desde donde ahora paga con el encierro penitenciario que podría prolongarse durante décadas bajo el delito de homicidio doloso.
Azaroso matrimonio
Con el fastidio de una relación que desde el principio pareció monótona, el especialista de la pala y la cuchara veía pasar el tiempo sumergido en la frustración de lo que nunca pudo ser, porque desde que unió su destino al de la mujer que creyó amar desencajó su perspectiva del futuro.
Rodeado de las escenas berrinchosas que él mismo provocaba, cambió los detalles de un incipiente romance por el de la detestable violencia familiar, tatuada como signo de una personalidad que mostraba inquebrantable.
Simulando ser el hombre maduro que prometía una casta perfecta, Homero llegó a la vida de Mary sin que ésta presupuestara la tormenta emocional que se aproximaba, porque escondido en su falsa careta comenzó a construir el castillo de ilusiones que se derrumbaría sin que nadie pudiera evitarlo.
Y es que los constantes roces con la familia política convirtieron al contratista en el más irritable de los parientes lejanos, empujándolo a fabricar la enemistad que derivó en el asesinato, donde Pedro pagó las consecuencias.
Durante años, el albañil repitió la escena de las visitas incómodas a casa de sus suegros, alimentando el rencor que almacenó en sus entrañas hasta sacarlo con las discusiones triviales ante los conocidos que a cada momento subían de tono.
Sin darse cuenta, también convirtió la intimidad de su residencia en el averno terrenal que compartía con su mujer, padeciendo el mar de quejas que lo atormentaban traduciéndolo en la violencia que le atacó como víctima perfecta de las circunstancias.
En medio del trajín emocional que lo angustiaba en silencio, el albañil soportó su realidad ignorando que el tiempo le jugaría la peor de las bromas aquella calurosa noche de agosto, cuando el estruendo de las balas finiquitó la historia donde se sentía el más despreciado de los personajes.
Un fin de semana
Relajando sus pensamientos con las banales imágenes del televisor, Homero sintió que el fin de semana valía la pena, pero repentinamente, una voz femenina lo sacó de concentración y lo que hasta entonces parecía un descanso ideal se derrumbó como por arte de magia.
Mientras el balón recorría cada centímetro de la pantalla donde el despreocupado cuarentón checaba el futbol, la petición que escuchó le hizo sentirse en el único perdedor del partido que vivía diferido, apagando la caja de las ilusiones falsas para armar uno más de escándalos caseros.
Con movimientos torpes que denotaban sus ganas de perderse entre la indiferencia del domingo, el contratista evadió el acoso de Mary, que durante toda la mañana se empeñó en persuadirlo de sostener el encuentro que resultaría fatal.
Tras padecer el alegato de salvación que resultó infructuoso, el decaído marido se sometió a los designios de su esposa que le exigió una reunión familiar que sirviera para fortalecer los lazos de unión tan largamente desgastados entre la parentela.
Sin mucho que decir en su defensa, el perdedor de la batalla verbal se metió a una de las recámaras para cambiarse, mientras la eufórica señora tomaba el teléfono anunciando a sus padres lo que hasta entonces ideaba como la mejor de las noticias.
Con el arribo de la tarde, la casa de los González pasó de la tediosa tranquilidad al ruidoso festejo que ensordeció cada rincón de la colonia Lázaro Cárdenas, mientras la estridencia de la música retumbaba en el ánimo de los fiesteros ocasionales.
Esforzado en no perder la paciencia, el yerno incómodo entró a la sala con el atavío de una camisa holgada que cubría el revólver celosamente resguardado entre su menuda figura, evocando a la desgracia que sin pensar había llevado a la reunión.
Al fondo de la estancia, don Pedro lo miraba extrañado aunque la ligereza del evento no le permitió divisar la maldad, por lo que indiferente lo saludó con la efusividad fingida que dio paso a la muerte disfrazada de convivio.
En la cocina, Mary dialogaba con las otras invitadas haciendo de la tarde el momento preciso para romper la tensión que existía entre los hombres del clan, matando el transcurrir del reloj con las bocanadas de cerveza que fortalecían una amistad efímera.
Así, el suegro de pantalones cortos y su yerno de palabras grises se enfrascaron en el incidente que decidió el futuro de ambos, porque mientras uno tenía la existencia escrita, el otro perdió la calma para convertirse en criminal deliberadamente.
Nefasta discusión
Redoblando esfuerzos para arreglar lo que ya no tenía arreglo, don Pedro brindó con el albañil hasta muy entrada la noche, cuando los efectos del alcohol nublaron sus mentes hasta enfrentarlos acaloradamente.
Y es que recordando los pasajes de crueldad que Homero ejercía contra su “pequeña”, el frustrado padre de la tercera edad sacudió al hijo político con la ferocidad de la justicia reprimida, encontrando la frenética respuesta que lo sorprendió al momento.
En un arrebato de furia, el encrespado yerno lo encaró intercambiando miradas de odio, que se cristalizaron cuando su suegro le mentó la madre al no soportar los aires de grandeza que prodigaba desde que empezaron a embriagarse.
Decididos a todo, los rijosos salieron de la casa y con paso firme cruzaron la calle, llegando hasta el cordón de la acera frontal para introducirse en el terreno baldío donde acrecentaron sus diferencias con los gritos que alarmaron a los vecinos de la Cárdenas.
Cuando más entretenido estaba regañando a su oponente, el ofendido vio cómo aquel se distanciaba y en un movimiento extraño sacar el arma con que lo amagó violentamente, accionando el gatillo que terminó con la relación de parentela forzada en campo abierto.
Con un balazo en la cabeza, otro en el corazón y uno más en el abdomen, don Pedro cayó con la vida en suspenso, mientras su rival lo contemplaba con el alma relajada por haber tramitado un deseo largamente anhelado.
Sobresaltados por las detonaciones, los invitados a la fiesta llegaron hasta el cruce de Maclovio Herrera con 21 de Marzo sólo para percatarse de la trágica escena, movilizándose para exigir el auxilio que de nada serviría porque el baleado había muerto.
Incrédulos por la pesadilla que vivían despiertos, los deudos apoyaron a las autoridades en las diligencias primarias, mientras agentes de la Procuraduría sometían al agresor que voluntariamente entregó el revólver narrando también la forma como se desarrolló la tragedia.
En la escena de los hechos, peritos recogieron cinco plomos regados sobre la terracería del baldío, aunque determinaron que el victimado había sufrido sólo tres impactos que le arrancaron la vida al momento del ataque.
Horas después, el asesino rindió su declaración preparatoria ante la juez penal encargada de las diligencias, aceptando el delito que se le imputaba, pero dando motivos específicos, argumentando que su suegro lo había retado a pelear y decidió saldar cuentas callándolo para siempre, cansado de que interviniera en su relación con Mary.
Las palabras del homicida fueron ratificadas por la autoridad tras efectuar una reconstrucción de hechos en el sitio del crimen, siendo entonces cuando el albañil recibió el auto de formal prisión que desde entonces lo mandó al olvido.
Esto porque desde que decidió ultimar al padre de su esposa con alevosía y ventaja, el amor que le prodigaba su gente se acabó por completo, como respuesta a la bajeza que concretó con la pistola en contra de su propia familia.
Ahora, Homero espera que la fiscal asignada al caso tome la decisión que lo podría reafirmar como un interno más del reclusorio varonil, si la sentencia condenatoria no le resulta favorable cuando conozca el futuro de su libertad.
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