Ismael Bojórquez
Más allá de las cifras, por lo menos en materia de seguridad y lucha
contra el narcotráfico, el primer año del sexenio de Enrique Peña Nieto
ha sido un fracaso. Podrán contabilizarse 10, 11, 12 mil muertos o más
—las cifras son solo una referencia—, eso no es lo más importante ahora
para medir la eficacia de una administración, porque al final de cuentas
el incremento de la violencia o los momentos de reflujo de esta no
dependen siempre de las acciones del Gobierno, sino que son, muchas
veces, derivadas de la propia dinámica interna del tejido criminal.
Basta asomarnos al país para darnos cuenta que no hay avances en esta
materia y no parece que esté en la agenda inmediata de ninguno de los
principales actores políticos —hombres, mujeres e instituciones—,
revisar lo que se está haciendo en este rubro a pesar de que es una de
las principales dolencias del país.
El Ejecutivo y los partidos están enfocados a las reformas acordadas en el Pacto por México,
avanzando un día y patinando al siguiente, desdeñando lo que en materia
de seguridad ocurre, a pesar de los signos en el sentido que, en muchos
aspectos, el problema empeora.
Pero lo más grave es que no se ve una estrategia del Gobierno federal para tratar el problema. Ha dado golpes importantes, sí, la aprehensión de Miguel Ángel Treviño Morales, Z-40, por ejemplo, y luego la del líder del cártel del Golfo, Mario Armando Ramírez Treviño, el X-20,
pero eso no marca una línea de acción a menos que quiera pensarse que
sigue la misma ruta de Felipe Calderón, quien se propuso acabar con los Zetas y lo que logró fue encender más al país por el sesgo que la estrategia implicaba.
En general el mapa criminal de México se sigue moviendo con la misma
lógica de hace décadas, pues cuando el Gobierno ataca el crimen en una
plaza, la violencia se traslada a otra. La referencia histórica por
excelencia fue el resultado de la Operación Cóndor —iniciada en
1977—, pues los sinaloenses salieron huyendo de aquí pero fundaron el
cártel de Guadalajara.
Ahora ya no es Chihuahua la entidad más violenta
después de la atención que le puso el expresidente Calderón, pero son
Guerrero y el Estado de México —nada más ni nada menos—, con niveles de
criminalidad escalofriantes. Con un elemento adicional: el surgimiento
de la narcoviolencia en la Ciudad de México, algo de lo que no
preocupaba a los capitalinos hace menos de un año.
Si se pone atención en las organizaciones una por una, veremos que casi todas, salvo los Zetas, están intactas y puede decirse que hasta fortalecidas. Y sus líderes, salvo los de los Zetas
y del cártel del Golfo, han sido hasta ahora intocables. Ahí están
Ismael Zambada García, Joaquín Guzmán Loera y Juan José Esparragoza
Moreno, del cártel de Sinaloa; Vicente Carrillo Fuentes, del cártel de
Juárez y Héctor Beltrán Leyva, que sigue al frente de la organización
que comandara Marcos Arturo Beltrán, muerto en diciembre de 2009.
En Michoacán sigue intacta la organización de los Caballeros Templarios y en Jalisco predomina —lo cual es una novedad del peñanietismo— la organización de Nemesio Oceguera Cervantes, el Mencho, el cártel de Guadalajara Nueva Generación, con una capacidad de fuego que en pocos meses le permitió sacar de la entidad a las fuerzas del Chapo Guzmán, lo cual no es poca cosa.
Los Zetas y el cártel del Golfo, a pesar de los golpes
recibidos, siguen operando en sus zonas de influencia, sobre todo en
Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Veracruz, controlando policías y
franjas del Ejército mexicano y de la Policía Federal, cobrando piso
hasta a los ayuntamientos —algo que ocurre en Coahuila— y enviando
drogas a los Estados Unidos y Europa.
Pero lo peor, en materia de imagen y en cuanto a las dudas sobre qué
trae Enrique Peña Nieto en el morral, ha sido hasta ahora la libertad
otorgada al legendario Rafael Caro Quintero, quien tenía ya una
sentencia de 40 años de cárcel y logró un amparo hace un mes. Caro
Quintero no salió para gastarse los cientos o miles de millones de
dólares que tiene. Como el viejo león que es —aunque más joven que el Mayo y el Azul, por cierto—, regresó al monte para hacer lo mismo.
Dicen, algunos que lo han visto, que decidió tomar un descanso de dos
o tres meses y que ya luego verá qué hacer. Nadie lo dude: Rafael Caro
Quintero es un capo vigente hoy día y ocupará un lugar —sin hacerle al
adivino— en el devenir del narcotráfico en el futuro inmediato.
Bola y cadena
OTRA NOVEDAD DE EPN en el tema del narcotráfico es el surgimiento de
los guardias comunitarios en Guerrero y Michoacán, que para el Estado
mexicano y para los gobiernos de esas entidades significa un problema
adicional… Por si alguien quiere presumir que se han logrado avances.
Sentido contrario
SI NO HAY RESPUESTA SOCIAL a la violencia que sigue campeando en
México —además de las policías comunitarias— es tal vez porque el
sexenio va empezando, alguna expectativa habrá en los que todavía creen
en un cambio, pero no tardan las voces que digan de nuevo que “estamos
hasta la madre”.
Humo negro
AL CIERRE DE LA EDICIÓN anunciaron el nuevo gabinete universitario,
la misma gata, revolcadita, pero la misma. En la bola va Carlos Alfonso
Ontiveros Salas, de nuevo como director del Jurídico rosalino,
implacable corretrabajadores de la UAS que narcos de tercera le hicieron
ver que es mejor enfrentar a los trabajadores administrativos rebeldes
que pelearse con los que realmente mandan en Culiacán.
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