miércoles, 11 de abril de 2012

LOS MOCHIS: BAJO EL YUGO DE LOS LOCOS






Luis Fernando Nájera   
De repente, la histeria colectiva de transeúntes estallo. Gritos, llantos, cruzaron por el aire caliente del centro comercial. Bastonazos, palos, tubos pasaron volando de un lado a otro.

Las mujeres a punto de desmayar, los oferentes comenzaron a cerrar las puertas de sus negocios, y los tiangusitas buscaban poner tierra de por medio.


Y es que un loco, uno de los muchos orates que viven en el centro comercial de la ciudad y que toman como su excusado privado los cajeros automáticos abiertos las 24 horas, sin que autoridad civil alguna los reprima o les reproche la conducta antisocial asumida, la emprendió a golpes contra peatón que se cruzara en su camino.


El estallido violento ocurrió casi a las siete de la tarde de hoy martes, sobre la acera poniente de la calle Ignacio Zarazagoza entre Álvaro Obregón y Rosendo G. Castro. Podría decirse que el centro comercial urbano, el área de mercado se convirtió en zona de histeria, bajo el yugo de los locos.


La primera victima fue una escuálida adolescente que despreocupadamente comía un mango enchilado y en cuya mano izquierda llevaba un vaso de agua fresca para reducir el sabroso picante que se quedaba en su boca.


Repentinamente, un puñetazo aplicado con fuerza sobre su abdomen la dejó sin aire. Casi al instante se dobló y eso evitó que otro golpe le tocara el rostro, al grado de fracturárselo o de perdida de haberle provocado una gran hemorragia.


Mientras la adolescente se retorcía de dolor, y su madre se quedaba petrificada con los ojos a punto de desorbitárseles, el loco se preparó para seguir la golpiza contra la indefensa muchacha.


Un joven señor, que pasaba justo por el lado de la vulnerable adolescente, alcanzó a reaccionar y tomando su bastón de aluminio le pico el pecho al orate, al tiempo que hacía a un lado a su esposa, que caminaba a su lado prendida del brazo izquierdo.


El loco se lanzó entonces sobre el minusválido a quien le dio una andanada de puñetazos, logrando esquivar algunos. Pero el orate no sintiò remordimiento alguno por el ataque y continuó su lucha desigual.


Cuando ya los peatones hacían campo para alejarse de la trifulca, otros peatones reaccionaron y recogiendo palos, tubos, escobar y todo objeto que tuvieran al alcance se lanzaron contra el perturbado, que ante la superioridad numérica dejó a sus víctimas.


Mientras todos pedían la presencia de las patrullas, el loco se alejó caminando entre la muchedumbre, que le habría paso.


Una patrulla, pedían los tenderos. Traigan a los èlites, secundaban los sorprendidos peatones.


Todos sacaron sus celulares y marcaron el 066. Los teléfonos repiquetearon una, dos, 10 veces, quince veces y nadie respondió en el teléfonos de emergencia. “Hijos de su pinche ma…, inservibles, cabrones”, fue la respuesta de todos.


Otros, escudriñaban los callejones y las calles, en busca de los policìas de a pie, “Las águilas”, como se les conoce en el argot policial. Nada, y nada se movía. Los azules, brillaban por su ausencia.


Finalmente, la madre con su hija golpeada abandonó su refugio. Buscó encaramarse en cualquier urbanmo para salir del cntro de la ciudad, mientras el buen samaritano del bastón sangraba del cráneo y se retiraba, en busca de su esposa.


El loco se perdió entre la gente. Y cuando ya todo hubo regresado a la normalidad se descubrió el destino de los azules. Los patrulleros estaban cazando borrachos en las cantinas del centro comercial y los “Águilas”, tiraban rostros con las jóvenes dependientes.
 

Este no era el primer ataque de los locos a la población civil, pues sólo hoy, tres casos más se habían reportado, contaron los locatarios. Y en ninguno, la policía había actuado.

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