En
las últimas semanas, varios funcionarios mexicanos han hablado en Estados
Unidos con banqueros, inversionistas y analistas sobre el impacto de las
acciones económicas que ha anunciado Donald Trump en contra de México. La
respuesta colectiva ha sido que una cosa es el candidato y otra el Presidente,
por lo que han buscado tranquilizar a los mexicanos con el mensaje que todo lo
que escuchan no necesariamente se convertirá en realidad. Los planteamientos
tienen que ver con los contrapesos en Estados Unidos -el Capitolio, los
gobernadores, las empresas y los grupos de interés-, que creen aportarán
racionalidad a las relaciones bilaterales. Pero si de cordura se trata, Trump
tendría que modificar buena parte de sus planes, así como matizar el tono de
sus amenazas.
Un
reciente estudio del Centro de Investigación Automotriz (CAR por sus siglas en
inglés), el tanque de pensamiento de la industria que se encuentra en Ann
Arbor, Michigan, señala que un incremento del 10 por ciento promedio en el
empleo de una armadora afiliada a las estadounidenses genera un incremento de
1.3 por ciento en el empleo en ese país, mientras que uno de 1.7 por ciento en
las exportaciones estadounidenses, producen un aumento de 4.1 por ciento en
investigación y desarrollo, que es la principal razón por la que ese país es
superior al resto del mundo, al generar valor agregado a los avances
tecnológicos, que son los que les dan supremacía industrial y en donde entran
los grandes márgenes de utilidad.
Trump,
por alguna razón desconocida hasta ahora, ha enfocado sus guerras comerciales
en la industria automotriz, bajo el supuesto de que reubicando las inversiones
de México a Estados Unidos, el impacto económico y laboral en aquella nación va
a ser positivo. Sin embargo, las cosas son bastante distintas, de acuerdo con
el reporte del CAR. “El comercio no es de un solo lado”, apuntó. “Estados
Unidos está alimentando a la industria automotriz con miles de millones de
dólares de materiales. “En 2013, Estados Unidos tuvo un superávit comercial con
México de casi 7 mil millones de dólares exportando plásticos. También tuvo
grandes superávit en otras materias primas, incluido el acero y el aluminio”.
En
el mediano y largo plazo, esos sectores resultarían perjudicados y traería
consecuencias para el sector laboral. Por ejemplo, el traslado de ensamblaje de
una futura planta de Ford en San Luis Potosí a Michigan, con la pérdida de dos
mil 800 nuevos empleos durante un periodo de cuatro años, creará en aquél
estado que votó por Trump por la promesa de que crearía nuevas fuentes de
empleo, 700 nuevos trabajos con una inversión que es la cuarta parte de lo que
iba a inyectar en México. Si se ve en forma mecánicamente inversa, por más que
Ford compense con su inversión el impacto del traslado de esa planta a Estados Unidos,
¿cuánto tiempo podrá sostener el costo antes de transferirle el incremento de
sus gastos al consumidor?
Ford
había llevado sus plantas a México para mantenerse en competencia, al ser una
de las empresas que más han sufrido la crisis automotriz. En septiembre del año
pasado tuvo que recortar 13 mil plazas -9 mil de ellas en Estados Unidos y el
resto en México-, ante la caída de sus ventas. La diferencia salarial con
México le permite mantener sus precios competitivos en el mercado doméstico,
pero las presiones de Trump afectarán a la empresa. El tema de los salarios lo
ha manejado tramposamente. El CAR reportó que los trabajadores en las plantas
armadoras en México ganan en promedio 5.64 dólares la hora, mientras que en
Estados Unidos obtienen 27.78 dólares. En la cadena productiva, los
abastecedores de autopartes ganan 2.47 dólares la hora en México, contra 19.65
dólares en Estados Unidos. “La pregunta -planteó el Centro-, es si la reubicación
de las plantas es completada, cuánto afectará el precio de cada unidad y cuánto
costará un automóvil en Estados Unidos”. Si fuera un incremento lineal, el
costo por unidad costaría cuatro veces más que en la actualidad, lo que
llevaría esos modelos de Ford a estar fuera, por completo, de la competencia en
el mercado.
Las
armadoras estadounidenses han ido doblegándose ante Trump, pero tienen razones
objetivas para subordinarse a su próximo Gobierno. Al final de su
administración, el Presidente George W. Bush inyectó 17 mil 600 millones de
dólares a Chrysler y a General Motors -el 32 por ciento de la empresa es hoy
propiedad del Gobierno estadounidense- para salvarlas, y al arrancar la de
Barack Obama, su intervención para fortalecer el rescate evitó un colapso de la
industria. Aunque Ford no participó en aquél paquete, en 2015 recibió un apoyo
de 5 mil 900 millones de dólares que evitó su bancarrota.
Hasta
dónde llegarán o aguantarán las armadoras de Michigan no se sabe. Hasta dónde
llegará Trump con sus amenazas de gravar con 35 por ciento a las compañías que
decidan mantener sus operaciones en México y exportar a ese mercado, tampoco se
sabe. Los lances de Trump han tambaleado a la industria automotriz, que desde
2010 anunció inversiones por más de 24 mil millones de dólares en México.
¿Cuántas de ellas serán canceladas? Por lo pronto, casi un 10 por ciento de
ellas se detuvieron, incluso con plantas prácticamente terminadas. En Estados
Unidos insisten a los mexicanos que las cosas serán diferentes cuando llegue a
la Casa Blanca, pero como dijo una funcionaria que ha hablado con ellos, “lo
mismo nos decían hace más de un año que Trump no iba a ganar y ganó”.
Ciertamente, no hay razones para estar tranquilos.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
Twitter:
@rivapa
(NOROESTE/
ESTRICTAMENTE PERSONAL/ Raymundo Riva Palacio/ 20/01/2017 | 01:00 AM)
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