Vivía en lo alto don Chano. No era el cacique pero se le
parecía. Era más bien el hombre fuerte: al que se acudía cuando había
conflictos entre los campesinos, el de mayores influencias y liderazgos,
el que tenía poder y dinero pero no parecía porque mantenía la
sencillez del resto de los pobladores.
Donde vivía operaba una de las bandas de los narcos del lugar. Eran
conocidos por todos y no se metían con nadie si nadie se metía con
ellos. La yerba que cosechaban era de ellos y podían venderla solo en
ciertas poblaciones. El negocio estaba repartido y así funcionaba más o
menos bien.
Pero vinieron los trancazos y la precaria unidad estalló: arriba, los
jefes, tuvieron serias diferencias y hubo hombres de confianza
aprehendidos como resultado de las delaciones, el golpeteo arriba y
debajo de la mesa, envidias, rencores, negocios que habían salido mal y
que no cauterizaban sino expulsaban sanguaza maloliente del odio y las
cuentas por cobrar.
Don Chano siguió ahí. Se sintió ajeno a las pugnas porque él
andaba en lo suyo. Además les había dado guarida, alimentos, dinero y
apoyo en gestiones, siempre y sin compromisos. Su estatus de jerarca
estaba más allá de la mariguana y las alfombras rosas en que se
convertían los florecientes plantíos de amapola. Él solo les había
echado la mano porque los conocía desde plebitos, porque eran casi sus
hijos o les había bautizado el más morro o había sido padrino de primera
comunión.
Siguió mirando todo desde sus apacibles alturas. El viento helado
coloreando su rostro, haciendo temblar su sombrero, peleando con los
maizales y el frijolar. Lejos, ajeno, tranquilo, en sus aposentos. A
pesar de que la droga se quedó en las bodegas y patios de las casas
porque el pleito provocó broncas entre los compradores y entre estos y
los distribuidores. Y las llagas purulentas y en cáncer terminal estaban
alcanzándolo todo: derrumbes, inundaciones, atropellos e incendios
pudrieron la convivencia aquella. Y lo devastaron todo. También a él.
Le reclamaron lo que no había hecho y le cobraron lo que no debía. En
un descuido ya tenía la mirada oscura del “cuerno de chivo” a distancia
de abeja. Rodeado de las alimañas que antes eran sus ahijados,
cuasisobrinos y preparientes, vecinos otrora distantes y cercanos, y
ahora inevitables.
Le reclamaron amistades y nexos y relaciones que para él eran
normales. Le recordaron negocios bien concluidos con los que ahora eran
enemigos de los matones locales. Él dijo sí a todo porque así era,
honesto y generoso y transparente. Se lo llevaron sin deberla y apareció
machacado a tiros. Cuando reclamaron el cadáver se negaron a
entregarlo. Querían seguir cobrando cuentas que él no debía.
13 de septiembre de 2013.
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