jueves, 19 de septiembre de 2013

DON CHANO

Vivía en lo alto don Chano. No era el cacique pero se le parecía. Era más bien el hombre fuerte: al que se acudía cuando había conflictos entre los campesinos, el de mayores influencias y liderazgos, el que tenía poder y dinero pero no parecía porque mantenía la sencillez del resto de los pobladores.

Donde vivía operaba una de las bandas de los narcos del lugar. Eran conocidos por todos y no se metían con nadie si nadie se metía con ellos. La yerba que cosechaban era de ellos y podían venderla solo en ciertas poblaciones. El negocio estaba repartido y así funcionaba más o menos bien.

Pero vinieron los trancazos y la precaria unidad estalló: arriba, los jefes, tuvieron serias diferencias y hubo hombres de confianza aprehendidos como resultado de las delaciones, el golpeteo arriba y debajo de la mesa, envidias, rencores, negocios que habían salido mal y que no cauterizaban sino expulsaban sanguaza maloliente del odio y las cuentas por cobrar.

Don Chano siguió ahí. Se sintió ajeno a las pugnas porque él andaba en lo suyo. Además les había dado guarida, alimentos, dinero y apoyo en gestiones, siempre y sin compromisos. Su estatus de jerarca estaba más allá de la mariguana y las alfombras rosas en que se convertían los florecientes plantíos de amapola. Él solo les había echado la mano porque los conocía desde plebitos, porque eran casi sus hijos o les había bautizado el más morro o había sido padrino de primera comunión.

Siguió mirando todo desde sus apacibles alturas. El viento helado coloreando su rostro, haciendo temblar su sombrero, peleando con los maizales y el frijolar. Lejos, ajeno, tranquilo, en sus aposentos. A pesar de que la droga se quedó en las bodegas y patios de las casas porque el pleito provocó broncas entre los compradores y entre estos y los distribuidores. Y las llagas purulentas y en cáncer terminal estaban alcanzándolo todo: derrumbes, inundaciones, atropellos e incendios pudrieron la convivencia aquella. Y lo devastaron todo. También a él.

Le reclamaron lo que no había hecho y le cobraron lo que no debía. En un descuido ya tenía la mirada oscura del “cuerno de chivo” a distancia de abeja. Rodeado de las alimañas que antes eran sus ahijados, cuasisobrinos y preparientes, vecinos otrora distantes y cercanos, y ahora inevitables.

Le reclamaron amistades y nexos y relaciones que para él eran normales. Le recordaron negocios bien concluidos con los que ahora eran enemigos de los matones locales. Él dijo sí a todo porque así era, honesto y generoso y transparente. Se lo llevaron sin deberla y apareció machacado a tiros. Cuando reclamaron el cadáver se negaron a entregarlo. Querían seguir cobrando cuentas que él no debía.

13 de septiembre de 2013.
(RIODOCE/  Columna Malayerba de Javier Valdez/

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