miércoles, 6 de febrero de 2013

SIRIA: LA HISTORIA DE UNA MAESTRA DE INGLÉS CONVERTIDA EN FRANCOTIRADORA




Témoris Grecko/ Reportaje Especial
LEPO, SIRIA (Proceso).- “¡Deja de matar, Bashar al Assad!”, exige Givara, una siria de 37 años que utiliza un fusil austriaco con mira telescópica para luchar contra el régimen. “Si dices que somos tu gente, deja de matar a nuestro pueblo, de destruir nuestro futuro. ¿Qué vamos a dejar aquí? Sólo muerte”.

Givara es una combatiente del Ejército Sirio Libre, en guerra con el gobierno del presidente sirio Al Assad. Maestra de inglés en tiempos de paz, hoy habla mientras acaricia su arma. Es una francotiradora. Pertenece a la katiba Al Waed (unidad militar La Promesa) del barrio de Salaheddine, uno de los que más han sufrido la destrucción de los seis meses que lleva la batalla de Alepo.

El de esta histórica ciudad es un frente que se ha estancado y en el que predominan dos tipos de ataques: el de las bombas y el de los tiros de precisión a distancia.

El trabajo de Givara es buscar posiciones de ventaja desde donde pueda hostigar al enemigo y, si es posible, matarlo. O combatir a quienes hacen lo mismo que ella en el bando rival.

Las matanzas del régimen la convencieron de unirse a la insurgencia: “Veíamos por televisión cómo mataban a sangre fría a la gente de (las ciudades de) Deraa, Homs, Idlib, Deir ez-Zor. No podía decir nada en ese momento porque el ejército controlaba Alepo, pero estaba muy triste. Bashar mataba a nuestros parientes, a nuestros amigos, a nuestros niños. ¿Qué podíamos hacer? ¿Seguir mirando televisión?”.

La guerra vino a su ciudad. Para combatir a los insurgentes en Alepo la fuerza aérea inició una campaña de bombardeos en zonas civiles… que no ha terminado: “Ves gente caminando, y dos minutos después los vuelves a ver y ya son sangre, pedazos de carne”, comenta ella.

–¿Cómo aprendió a disparar en contra de personas?

–No es difícil si piensas “mi enemigo quiere matarme, me voy a defender”.

–Como mujer, ¿tiene el respeto de los combatientes hombres?

–Todos los combatientes respetan a los demás combatientes. Al principio me dijeron que era muy difícil que una mujer peleara. Yo les respondí que no, que si ellos querían defender su libertad yo quería defender la mía, que no estaba dispuesta a ver a mis hijos convertidos en pedazos de carne. Así aceptaron mi presencia aquí y me respetan.

–¿Qué opina de que Jabhat al Nusra y otras organizaciones religiosas extremistas quieran prohibir que las mujeres combatan?

–Les pregunto si ellos pueden recuperar solos los derechos que nos ha quitado el régimen. Las mujeres siempre han luchado como los hombres, luchan todos los días, luchan por defender a su familia, para sacar adelante a sus hijos. Luchan como los hombres. Entonces, ¿por qué no pueden luchar con las armas para defender a su familia, a sus hijos y a su país?

–¿Ha matado a alguien?

–Sí. A tres hombres. Iban por ahí, riéndose y matándonos a sangre fría. No creen que seamos el mismo pueblo, la misma nación. Nos matan y ríen.

–¿Cómo afecta la guerra a las mujeres?

–Mucho. Aquí en Alepo muchas mujeres trabajan por la revolución pero sólo hay dos o tres combatientes como yo. Quiero preguntarte, ¿cómo se supone que se debe sentir una mujer cuando ha perdido a su marido, a su hijo, a su hermano? Si los matan a todos, ¿cómo puedo vivir como mujer? ¿Cómo puedo criar a mis hijos? ¿Me lo puedes decir, querido? De manera que yo quiero morir con ellos.

–¿Qué opina su marido de que pelee con las armas?

–Dice que no puede detenerme porque soy muy terca –contesta y ríe.

“Está muy orgulloso de mí. Él es el líder en este barrio”, añade.

–¿Y su familia?

–No lo aceptan, dicen que es muy peligroso. Pero lo que yo les digo es: ¿Qué debemos hacer para vivir después de toda esta destrucción? ¿Dónde queda nuestro futuro? Dos años y Bashar al Assad no se ha convencido de que ésta es la forma equivocada de tratar a su pueblo. Si tú eres un buen presidente, debes amar a tu pueblo, a tu país, defenderlo de sus enemigos, no ser su enemigo.

–¿Usted es de Alepo?

–Soy palestina, de Acre (en el norte del actual Israel). De ahí salió mi familia como refugiada en 1948. Vino a Siria y yo nací aquí. Sueño desde niña con ir a Palestina.

En ese momento de la entrevista se escucha una fuerte explosión en la calle vecina.

Givara pregunta: “¿Puedes oír las bombas? Bashar ha matado nuestros sueños”.

–¿Sabe usted que en Egipto ahora muchas mujeres que lucharon por la revolución temen que el nuevo gobierno islamista les quite sus derechos?

–La situación es muy distinta aquí, en Siria, porque las mujeres tienen mucho miedo. Queremos nuestros derechos porque somos musulmanas y nuestra religión dice que siempre debes proteger a la mujer. Somos débiles. En tiempos de Bashar trabajábamos mucho. No me sentía como mujer. Todo el tiempo sentía que era un hombre, que tenía que trabajar para traerle dinero a mi familia.

–¿Tiene usted un mensaje que enviarles a las mujeres en otros países del mundo?

–Quiero decirles a las mujeres en Yemen, en Egipto y en Túnez que las respeto mucho. Me han motivado para salir a la revolución y luchar. Ellas dijeron “no” antes que nosotras. Sueño con vivir entre ellas. Quiero visitar Egipto para ver mujeres que salen a la revolución y le dicen “es suficiente” a la dictadura.

–¿Qué les dice de la guerra a sus hijos?

–Son dos, de ocho y de 10 años. Quieren vivir, quieren jugar, quieren aprender en las escuelas. Pero desde hace dos años no tenemos escuelas ni parques para que jueguen los niños. Ellos sólo escuchan las bombas, las armas, ven a gente que muere en las calles. Me preguntan: “¿Por qué están muriendo?”. No puedo decirles nada, sólo me siento muy triste. Le dije a mi hijo: Éste es el precio de la libertad, amor mío. Si quieres vivir como un hombre, tienes que defender la libertad.

(PROCESO/ Témoris Grecko/ Reportaje Especial/ 6 de febrero de 2013)

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