miércoles, 6 de febrero de 2013

LUVIANOS: LA SANGRIENTA BALLA QUE SE OCULTÓ



Redacción/ Reportaje Especial
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Desde el 23 de agosto del año pasado, pobladores del municipio mexiquense de Luvianos detectaron actividades sospechosas que preludiaban un nuevo enfrentamiento entre los grupos del narcotráfico que se disputan la plaza.

“Por la entrada principal del pueblo que viene de la desviación de la carretera a Bejucos, en la salida hacia Zacazonapan y en las calles del centro, comenzaron a pasar varias camionetas con vidrios polarizados que, como si fueran policías, detenían carros que les parecían sospechosos para revisarlos”, relata un poblador que pidió no ser identificado.

Y un taxista comenta que en la ranchería El Estanco, cinco kilómetros al oriente de la entrada principal de Luvianos, esa mañana un grupo de desconocidos que llegaron en camionetas con ventanillas oscurecidas instaló retenes en la carretera, donde permanecieron más de dos horas: “Paraban a todo mundo, a los que iban y a los que salían de Luvianos”.

Como ya han padecido enfrentamientos anteriores, los pobladores de Luvianos se atrincheraron en sus casas y cerraron sus negocios. Circulaba el rumor de que miembros de La Familia Michoacana estaban buscando a pistoleros de Los Caballeros Templarios que lograron internarse en su territorio para tratar de conquistarlo.

El viernes 24 aumentó el número de retenes clandestinos en los alrededores de Luvianos, y con ello la tensión. Las autoridades locales se mantuvieron al margen.

El día 25 amaneció tranquilo, como si los pobladores de Luvianos y de sus alrededores se hubieran acostumbrado al paso constante de las camionetas con vidrios polarizados. Pasado el mediodía, en el camino que pasa sobre el río y atraviesa la Barranca del Gato, unos tres kilómetros y medio del oriente de Luvianos, los tripulantes de uno de esos vehículos dispararon contra un auto.

“Hirieron en el brazo a una señora que iba manejando un coche que le había prestado uno de sus familiares, y se decía que a ese familiar lo estaba buscando gente de La Familia, por eso empezaron los chingadazos”, cuenta otro de los pobladores, que también pide el anonimato.

Fue en la madrugada del 26 cuando otro grupo, en represalia por el ataque a la señora, se trasladó a la Barranca del Gato para atacar a los del retén. Según habitantes de la zona, la primera “gran balacera” ocurrió entre la Barranca del Gato y la cuadrilla de Cruz de Piedra, localidades ubicadas como a un kilómetro del Cerro de la Culebra.

“Los balazos se oían desde muy lejos. Esa gente usa puro cuerno de chivo (rifles AK-47) y R-15. Se dieron con todo, fueron muchos los tiros que se aventaron –comenta uno de los testigos–; fueron más de 30 minutos de balazos, y claro que hubo muertos, todos aquí nos dimos cuenta de eso. Pero también ya es costumbre de esos matones la de levantar cada quien a sus muertos y todos los casquillos de los tiros. Lo hacen para no dejar evidencias a los verdes o a los negros (soldados y policías, federales o estatales).”

Los pobladores del municipio creen que en la primera balacera debió caer “alguien importante” de algún bando, porque unos 40 minutos después de la balacera se inició una corretiza de coches y camionetas en las faldas del Cerro de la Culebra, unos tres y medio kilómetros al noroeste de la cabecera municipal.

La información recabada en las cuadrillas o rancherías que colindan con Luvianos da cuenta de por lo menos ocho escaramuzas a tiros. El segundo enfrentamiento, “con seguridad” –señala un testigo–, fue cerca de la desviación de Luvianos a Caja de Agua, donde “fue más tupida la balacera”. Minutos después se escuchó otra lluvia de balas “con armas de alto poder” en la cuadrilla La Toma de Agua, donde los pobladores del lugar dicen que “hubo bajas de ambos lados”.

Los enfrentamientos entre los presuntos sicarios de La Familia Michoacana y de Los Caballeros Templarios se extendieron hasta las rancherías El Pueblito y Acatitlán, a unos 15 kilómetros de Luvianos. La persecución se amplió hasta pasando el río Acatitlán, hacia el poniente y rumbo a La Estancia, donde se junta con la intersección que lleva a Zacazonapan.

Algunos pobladores dicen que el último enfrentamiento ocurrió en las afueras de La Estancia, horas después de la matanza en el cruce del río en la Barranca del Gato. Sumando los testimonios se calcula que hubo entre 27 y 32 muertos, así como decenas de heridos. “A los muertos los levantaron y se los llevaron en camiones de carga enlonados, así siempre le hacen”, dice un lugareño.

Con sus bajas, ambos grupos se llevaron las evidencias: no dejaron casquillos y barrieron los caminos con llantas atadas a las defensas traseras de las camionetas.

Autoridad, al margen

La mayoría de los relatos coinciden en que las autoridades municipales y los destacamentos de policías estatales y federales asignados a Luvianos se mantuvieron totalmente quietos mientras se dieron las balaceras. “Los tienen comprados”, comenta una señora. “Nosotros los que vivimos aquí ya sabemos que cuando hay balazos lo único que podemos hacer es escondernos porque la policía y los soldados no sirven para nada”, matiza luego, y ruega que no publique su nombre.

Nadie en Luvianos puede asegurar cuáles fueron los grupos que se enfrentaron el 26 de agosto. La mayoría considera que fueron distintos grupos de la Familia Michoacana, que se dividieron y pelean entre ellos por dominar la plaza. Otros sostienen que Los Caballeros Templarios quieren arrebatarle la plaza a La Familia Michoacana, encabezada aquí por El Faraón y La Marrana. Al primero, varios pobladores de Luvianos lo señalan como un supuesto amigo y protegido del presidente Enrique Peña Nieto, ex gobernador mexiquense.

Otra suposición es que se trató de una batalla de los grupos que han conformado La Familia Michoacana y Los Zetas contra Los Caballeros Templarios y La Mano.

Algunos pobladores dicen que en las balaceras murieron como siete jóvenes de la zona, pero otros afirman que los grupos criminales no tocan a la gente del municipio. Los primeros relatan que vieron a varios muchachos correr entre las milpas, unos heridos. Dicen que pasaban a las casas para pedir ropa limpia para cambiarse la ensangrentada.

No obstante, otro residente señala: “Muchos de los jóvenes que salieron corriendo y de los que levantaron (muertos) parecían centroamericanos, por la manera de hablar de los que tocaron las puertas y por los rasgos de los que mataron. Tenían entre 17 y 30 años. Ya es muy común que por aquí sean centroamericanos los que trabajen para los grupos (criminales) que hay en Luvianos”.

Las autoridades del Estado de México y las del municipio de Luvianos aseguraron que el 26 de agosto no hubo matanza ni enfrentamientos de alta intensidad entre presuntos grupos del narcotráfico. Sin embargo, desde ese día por la tarde llegaron a la cabecera municipal decenas de policías federales y estatales, además de varios escuadrones del Ejército. Recorrieron el campo de batalla horas después de las balaceras, pero no encontraron muertos ni casquillos.

“A la gente de aquí nos dijeron las autoridades que no saliéramos a la calle en los días siguientes, se cerraron los negocios y de lunes a miércoles se suspendieron las clase de todas las escuelas de Luvianos”, reitera una señora.

(PROCESO/ Redacción/6 de febrero de 2013)

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