martes, 29 de enero de 2013

EL CUENTO DEL PERDÓN



Y al final… los traidores y los leales fueron felices

Alejandro Sicairos
Un partido viejo, con cicatrices y puñaladas resanadas con el maquillaje de la unidad. El de los desleales y leales juntos. El que traicionó Juan Millán en 2010. El que le abre las puertas a Mario López Valdez para que regrese. Un Revolucionario Institucional que sigue pareciendo una momia resucitada.

El instituto del perdón por ósmosis. El que César Camacho Quiroz, dirigente nacional, define como “un partido abierto, sin rencores y positivo con aquellos que han buscado otras opciones y que siempre tendrán la puerta abierta en el PRI”. El que considera la ingratitud de Malova “como cosa de pasado” y le ofrece al mandatario “no a un adversario” sino una “relación de respeto”.

Bienvenidos al partido de la simulación perfecta. El que es capaz de volver a mostrar a Joaquín Vega Acuña y a Juan Millán juntos, abrazados, como alacranes reconciliados. El que hace que César Camacho se pare en una silla, como león amaestrado.

El PRI que pone la otra mejilla para el beso de Judas. El que simula perdonar pero en realidad irradia rencor. El de los millanistas arrepentidos y los aguilaristas reivindicados. Todos juntos: los que se ahogaron junto al navío y los que como ratas desembarcaron a la primera. Los que perdieron el “hueso” y los que olfatean la nueva carroña.

Es el PRI del realismo mágico. El que un día libera a la francesa Florence Cassez y al otro viene a decirse fresco, renovado. Las siglas del fingimiento exacto. Las del lenguaje cifrado que viene a decirle al gobernador: “O regresas o te jodes”.

Es la organización electorera de los cachorros y de los cacharros políticos. El de los retoños de Juan Millán y Francisco Labastida que tienen medio corazón en el PRI y el trasero completo en el PAN. El partido ruco, tan senil que el alzheimer lo hace olvidar las ofensas apenas recientes.

Un PRI anticuado que todavía le apuesta a las viejas rolas de la banda. El que aquí se mueve como caballo espoleado al ritmo de la tambora, mientras los jóvenes le piden que baile el Gangnam style como cholo convulsionado.

Y la plebada le exige que no tengan cabida los desleales. Y Millán pasa junto a la leyenda como si no la viera. Aquellos agitan la manta; el ex va sonriente, en su paraíso de impunidad.

Un viejo joven, un joven viejo. Eso es el PRI que vino a muestrearse en Sinaloa trayendo consigo el tanque de oxígeno que le significó el triunfo de Enrique Peña Nieto. Es el muerto que andaba de parranda, el náufrago que aparece doce años después, el pariente lejano que ya nadie recordaba.

El PRI que la mejor antítesis del cicatricure, la pomada milagrosa que borra las suturas. El que bebió de oquis todo el bálsamo de la eterna juventud. El partido dinosaurio que se confundió con las iguanas de vaqueta que paseaban por los jardines del Country Club de Culiacán, donde fue el reencuentro que alguna vez fue encontronazo.
El PRI de siempre camuflado como el PRI de hoy.
 (RIODOCE.COM.MX/Alejandro Sicairos   /Martes 29 de enero de 2013)

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