martes, 25 de octubre de 2011

EL MAS BUSCADO

Javier Valdez 
En la escuela primaria voceaban por el sonido del plantel, que se escuchaba hacia el estacionamiento y los patios, canchas, pasillos y aulas, cuando llegaban los familiares por el alumno.

Hora de salida. Afuera hacían fila vehículos de lujo. Colegio privado: hijos de políticos encumbrados, funcionarios del Gobierno de primero y segundo nivel, empresarios poderosos y miembros del crimen organizado.

En las noticias se oía que él encabezaba la lista de los más buscados. Y ahí estaba, haciendo fila. Niño fulano de tal. El mismo nombre que el padre. La madre de otro niño escuchó y no lo podía creer. Volteó para todos lados. No vio más que camionetas Suburban, Durango, Tajo, automóviles compactos bemedobleú, Lincoln y Cadilac.

Todas con hombres con gafas al volante. Todas con vidrios de humo. Todas con sombras en su interior. Aquella negra de seguro es blindada. También la otra. Y la otra. De volada se nota. Mira el cristal, además de oscuro es verdoso. Y se ven pesadas: las carrocerías no son las mismas.

Algunos de los que esperaban vestían de traje, como si fuera parte del uniforme del trabajo. Otros portaban sacos espor o camisetas edjarli o jólister o Ferrari. Guardaespaldas y pistoleros.

 Quién es quién. Malos revueltos con más malos. Y no lo disimulaban. Ahí, en la fila de espera del patio frontal de la escuela, el secretario de Seguridad Pública.

Atracito el dueño de la más grande concesionaria de automóviles de lujo de la ciudad. Muy cerca el contralor del Gobierno y casi al final de la cola de vehículos el líder de los diputados.

Licuadora infernal con ángeles con pistolas cinco punto siete, de las llamadas matapolicías, a la mano: en el asiento de al lado, al estirar la mano, en la guantera o a la cintura.

Butic celestial de diablitos negros y alados, del otro lado de esos cristales ahumados y esa carrocería pesada por las que difícilmente pasarían las balas de cuerno.

 Uno por uno, conforme fueron llegando a la antesala vehicular del plantel, los nombraron. Los niños salían gritando y a brincos bajaban los siete escalones de la entrada principal. Sus mochilas al hombro o espalda.

El sol en su mirada, en la frente. La felicidad decretada. Y salió él. Un niño con los cachetes inflados y chapeteados por el sol del recreo y el partido de futbol que nunca perdía. Era el hijo del capo, el más buscado.

Había mantas de sus enemigos, diciendo, Si lo quieren detener vayan a tal lugar. Otros mensajes del Gobierno ofrecían recompensa de cinco millones de pesos. Todos sabían. Nadia abría la boca. En labios pegados no entran balas. Él iba con sus guardaespaldas por su hijo, a la escuela. Saco espor, botas de piel de avestruz y camiseta versach. Ahí, en esa comunidad, era el jefe de matones, el patrón, el más chingón.

Tuvo que irse a otra ciudad y otro estado para que le cayera el Ejército.

Nadie supo cómo ni en qué casa lo detuvieron. Una llamada, un convoy militar a la puerta, listo para la entrega: y él apacible, erguido en lo alto, resignado y sonriente. Vámonos, le dijo el oficial. Y se fue con ellos. 18 de octubre de 2011.

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