domingo, 27 de noviembre de 2016

UN TRAIDOR Y ASESINO CON SOTANA


Néstor Jiménez | Monclova, Coah.- Francisco Villa, “El Centauro del Norte”, entró triunfante a Saltillo y de inmediato ordenó a muy su estilo…¡A mentadas! que sus dorados reunieran a todos los sacerdotes que estuvieran en el colegio de San Juan Nepomuceno.

El día 22 de mayo de 1914, junto a los clérigos que había en la capital de Coahuila a quienes ya les habían llegado noticias que el revolucionario a su paso, había asesinado a extranjeros.

Eran las tres de la tarde de acuerdo a lo escrito por el presbítero Pablo Louvet cuando el caudillo sentenció tajante que de no reunir un millón de pesos pasaría por las armas a cada uno de los religiosos.

Eran 6 jesuitas, 3 eudistas, encargados del seminario, un sacerdote benedictino español, los seglares presbíteros, Robles, Morales, Ceferino De la Peña, Guzmán, Suárez, Recio y Gutiérrez.

Villa, a quien se le atribuye el nombre real de Doroteo Arango, no bromeaba y las narraciones por parte del religioso lo describe como un tipo inspirado por un furor satánico y de codicia enorme.

Se le giró a uno de los mandamás del Colegio, el presbítero Miguel Kubickza que reuniera el dinero pero sólo se consiguieron 3 mil pesos y a pesar de la colecta de la sociedad no se alcanzó la suma.

Para el 25 de mayo, el jefe de la División del Norte, los sacó de la casa donde los tenía secuestrados y a cintarazos los llevó al “callejón del truco”, donde ejecutó a varios de los curas.

Como si trajeran el diablo dentro, aquellos heroicos soldados que pelearon contra las huestes del “Chacal Usurpador” Victoriano Huerta, dieron rienda suelta a sus más bajos instintos criminales.

Ahorcaron, fusilaron y torturaron a “los padrecitos” que de acuerdo a la experiencia del cura que consignó los hechos, el General ordenó el día 29 que todos los que sobrevivieron, principalmente extranjeros fueran desterrados de inmediato a los Estados Unidos de Norteamérica.

Las Crónicas de Louvet narran que como animales fueron escoltados a cuartazos donde fueron subidos a unos vagones sin derecho a probar comida con rumbo al norte para jamás volver.

Dicen que Dios no baja para castigar y que todo se paga en este mundo y en medio de aquellos religiosos secuestrados y expulsados, había un extranjero que tenía una deuda pendiente, una culpa que llevaría siempre a cuestas.

Su destierro en nada recompensaría el daño que provocó al menos a una familia a la cual llenó de luto y dolor en el tranquilo pueblo de Nadadores, enclavado en la región Centro de nuestro Estado.



TRAIDOR ALLEGADO AL OBISPO

Juan Francisco Militello, de origen italiano, era el párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y de acuerdo a las investigaciones del historiador Lucas Martínez Sánchez, pertenecía al clero secular de la Diócesis de Saltillo.

Era de los más allegados al Obispo Jesús María Echavarría, siendo asignado a la parroquia donde debido a su marcado acento europeo, la homilía la daba de una manera muy singular.

Siempre se dio a respetar entre la feligresía y era de extracción jesuita, el cual está registrado en el Libro Número 1 de Licencias y Facultades de la Diócesis de Saltillo de 1912.

Fue asignado al pueblo de Nadadores donde la historia consignaría su poca hombría durante las sangrientas revueltas revolucionarias tras el asesinato del presidente Madero y el cuartelazo a la ciudad en la Ciudad de México.

CARRANZA, EL CAFÉ Y EL CARPINTERO

Tras la derrota sufrida en Monclova a manos de los federales, Venustiano Carranza ordenó a sus tropas darse a la retirada con rumbo a Cuatro Ciénegas para ello se encaminaron por Nadadores.

El 13 de julio de 1913, el Gobernador de Coahuila, montado en su caballo tordo, siguió el camino del fierro (las vías férreas) y ordenó que una partida quemaran y detonaran todos los puentes que se hallaran en su paso.

Lo anterior con el fin de sabotear una eventual llegada de más enemigos que reforzaran a los huertistas y los masacraran en su escape, por lo cual tendrían que tomar ventaja replegándose a su tierra natal.

Lucas Martínez, refiere en su obra el penoso incidente narrado fielmente por el doctor Regino F. Ramón, cuando el general Joaquín Mass tomaba la plaza de la hoy Capital del Acero.

Apenas entraron a lo que hoy es “La Villita” y el humilde carpintero, Vicente Martínez, hijo de Jesús Martínez, corrió a recibir al “Varón de Cuatro Ciénegas” para que descansaran un poco del largo camino.

El trabajador de la madera no dudó en regresar a su jacal y gustoso le llevó un moca de café, además de unas gordas y una jarra con agua sumamente fresca.

Y mientras el barbudo jefe del ejército constitucionalista bajaba de su caballo, platicaba con el joven al mismo tiempo que sus tropas tomaban un descanso antes de proseguir con su camino.

Vicente no sabía que con aquella acción desinteresada y que hizo con el único fin de atender con hospitalidad al futuro presidente de México, acababa de firmar su ¡Sentencia de Muerte!



LO ENTREGÓ A LA MUERTE

Luego que Carranza y los soldados se retiraron con rumbo al Poniente, Vicente Martínez fue increpado por el padre Militello, que trataba de hacerle ver que los equivocados eran los rebeldes y no los federales.

Pero al sorprender en flagrante acción al carpintero no dudó en “ponerlo en la cruz” y debido a que el muchacho ni siquiera se arrepintió de lo que hizo, que a juzgar del religioso estaba mal, el italiano viajó de inmediato a Monclova.

Al llegar a la Plaza de Armas pidió una audiencia con el general Joaquín Mass y cobardemente denunció a Vicente como un “consumado y peligrosos carrancista”.

Además, aquel lobo con piel de oveja demostró su servilismo al ofrecerse como capellán de las tropas huertistas, dentro de los comandos expedicionarios siendo aceptado de inmediato.

Fue asignado a la partida del coronel Álvarez marchando con rumbo a San Buenaventura pero al llegar a Nadadores, con toda la saña del mundo, le recordó la denuncia que había hecho en contra de Vicente, el carpintero.

¿Ese era el proceder de un servidor de Dios?... ¡Claro que no! El Coronel de inmediato ordenó a tres soldados al mando de un cabo, ir al jacalito del joven para que lo arrestaran.

Inocentemente trabajaba en la carpintería cuando en rastras lo llevaron hasta la orilla del ferrocarril o “camino del fierro” y cerca de la estación, en presencia del sacerdote lo fusilaron. En el colmo de la crueldad lo colgaron del cuello en uno de los postes del telégrafo (hoy en día no queda ni un poste en la estación).

Ahí comenzó un peregrinar de don Jesús Martínez quien en todos lados preguntaba por el paradero de su hijo y nadie le daba razón ocultándole el verdadero destino que había corrido.

Un pueblerino se compadeció del afligido nadadorense y le narró que Vicente había sido ejecutado, por lo que tuvo que acudir ante el General Mass en Monclova y pedirle permiso para recoger el cadáver.

Días después el jefe de la plaza finalmente accedió encontrando los despojos de su retoño devorados por coyotes y pájaros carroñeros dándole cristiana sepultura y esperando el debido castigo.

Sin embargo, este no llegó hasta dos años después, cuando el padre Militello llegó de paso a saludar al Colegio de San Juan Nepomuceno en Saltillo y quiso el destino que precisamente llegara Villa.

Sin embargo, ni con todos los cintarazos, mentadas, golpes y humillaciones que recibió no repararía la pérdida de don Jesús, que lo más seguro es que nunca supo todo lo que el italiano sufrió antes de llegar a “el otro lado”.


(ZOCALO/ ESPECIAL/ Redacción/ 27/11/2016 - 04:00 AM)

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