Ramón
es un indigente, un vagabundo, un trotamundos que apareció de repente, de la
nada, en las calles de San Pedro, Coahuila. Tiene una zeta macada en la espalda
y una oreja mocha. Dice que fueron los zetas, con una navaja, por no trabajar
con ellos en Nuevo Laredo. La gente de San Pedro dice que “Munra”, como le
conocen, andaba con los malos, que era sicario, que lo torturaron los zetas y
que por eso quedó mal. Ramón habla como en delirios de enfrentamientos de
grupos armados, con soldados de Dios -Cartel del Golfo-, menciona que ellos no
eran malandrines, que lo cuidaban. “A veces se la tenían que rifar por mí en
Tamaulipas. Era un ejército santo, pero ya falleció”, recuerda.
Testigo
detalla a EU horrores de Los Zetas en Coahuila: desmembraron a niña frente al
papá. Y así, a muchos
Ciudad
de México, 27 de noviembre (SinEmbargo/Vanguardia).– “Munra” se levanta la
playera, sin pudor y, sin pudor, me enseña la zeta que tiene marcada en la amplitud
de la espalda. Me enseña su oreja rajada a la altura del lóbulo. Dice que
fueron los zetas, con una navaja, por no trabajar con ellos en Nuevo Laredo.
“Oye
‘Munra’ enséñame la espalda”, le pido, “¿donde me marcan la zeta?”, dice como
si nada y como si nada se alza la playera.
“O
sea, te marcan su poder, aunque no seas de ellos, te señalan como si fueras de
su bando”, dice.
“¿Te
pegaron ‘Munra’?”, le pregunto.
“Unos
tablazos aquí y aquí y aquí y aquí y aquí, namás que sin llorar”, dice.
“Munra”
es así: moreno, alto, ni flaco ni gordo, tiene el cabello crespo y esponjado,
una barba de varios días, la ropa chamagosa y huele a sudor rancio.
“Munra”
es un indigente, un vagabundo, un trotamundos que apareció de repente, de la
nada, en las calles de San Pedro, Coahuila, pero ya hablaremos de eso.
Hace
un rato que estoy con él, sentado a la mesa de un Oxxo del centro de San Pedro,
saboreando un pollo rostizado, es la hora de la comida y”Munra” y yo estamos
comiendo.
La
gente que entra y sale de la tienda nos mira como a dos rarezas de feria, un
par de chalados comiendo pollo en un Oxxo, se ríe y sigue de largo.
“Munra”,
diría yo, que es como un niño grandote, habla y actúa como si se hubiera
quedado atrapado en su primera infancia, después sabré por qué.
“¿Tomas
‘Munra’?”, lo interrogo. “Puro café con leche y licuados, pa ¿cómo se llama?,
pa estar en buen estao…”, responde “Munra”.
Semanas
atrás los habitantes del pueblo de Patrocinio, un ejido situado a cuatro
kilómetros de San Pedro, Coahuila y mundialmente famoso gracias a los recientes
hallazgos de restos humanos, me habían contado de un hombre llamado Ramón, que
andaba con una zeta macada en la espalda y una oreja mocha.
Había
aparecido, como por generación espontánea, así, de la nada, en el rancho.
Parecía
un buen chico y los lugareños le habían tomado cariño y adoptado como un hijo
más.
Que
venía de Nuevo Laredo, les dijo.
Y
la gente vio que era respetuoso, obediente, trabajador.
Sabía
cortar leña, hacer carbón de mezquite, pizcar.
Le
gustaba la labor.
El
recuerdo A Ramón todo le sabe a la página de un comic o a un pasaje bíblico,
pero en sus momentos de lucidez recuerda su infancia en Tamaulipas, cuando
vendía flores con su abuela. Foto: Vanguardia
Seguido
lo miraban caminar sin rumbo por la aldea, hablando solo, echando maromas y simulando
con manos y boca, como si disparara una ametralladora “pumpumpum”, en un
combate.
Ta
malito de su mente, se dijeron los de Patrocinio.
Un
día Ramón desapareció del pueblo así como había llegado y ya no lo volvieron a
ver.
Algunos
aseguraban haberlo visto merodeando por las calles del centro y la periferia de
San Pedro, pero…
Hasta
una tarde que con ayuda de “El Pitbull”, un oficial gordo y chaparrito de la
policía sampetrina, encontré a Ramón en el populoso mercado “Benito Juárez”, de
San Pedro.
Ramón,
estaba sentado afuera de la carnicería “Juan de Dios”, frente a una vieja
máquina de videojuegos, –a Ramón le gustan los videojuegos–, hablando solo, con
los ojos clavados en la pantalla, embebido, moviendo la palanca frenéticamente
y frenéticamente golpeando botones.
Parecía
un chiquillo de cinco años.
El
ruido ensordecedor de la máquina llenaba su espacio vital.
Me
di cuenta de que en el mercado “Benito Juárez”, como en los alrededores de San
Pedro, a Ramón todos lo quieren. Foto: Vanguardia
Jugaba
“The King of Fighters”, un juego pasado de moda, que, tal vez, Ramón jugó en la
tiendita de la esquina de su barrio, cuando salía de la secundaria, allá en
Nuevo Laredo.
La
dependienta de la carnicería “Juan de Dios”, una muchacha que me había visto
llegar con el fotógrafo y abordar a Ramón, se puso brava:
Que
qué queríamos, que si venimos por él, que a dónde nos lo íbamos a llevar.
Esta
escena se repetirá varias veces, en otros lugares, con otra gente.
Y
yo me di cuenta de que en el mercado “Benito Juárez”, como en los alrededores
de San Pedro, a Ramón todos lo quieren.
Viene
aquí a diario, se pone a jugar en las maquinitas de a peso durante horas, sin
molestar a nadie, y la gente del mercado, que le ha tomado afecto le da un
taco, un refresco, unas monedas.
“Pide
la hora, pero ya sabemos que cuando pide la hora es que quiere comer y aquí lo
sentamos. Llega ‘¿tienes hora?’, le decimos ‘sí, es tal hora, ¿quieres comer?’
y dice ‘sí’. Ya se sienta, ‘¿qué quieres comer?’, dice ‘lo que tú quieras’, ‘no
pos tú dinos’, y ya él nos pide”, me dirá Gabriel Soto López, el encargado de
una fonda del “Benito Juárez”.
Mira
si será buena la gente de San Pedro, pienso yo.
Hace
ya tres años que lo ven rondar por aquí.
Saben
que se llama Ramón y de cariño le dicen “Munra”, quién sabe por qué.
Pero
en San Pedro todos lo conocen como el hombre que lleva una zeta marcada en la
espalda y tiene una oreja mocha.
¿Que
cómo llegó aquí?
Sólo
Dios sabe.
A
las 14:00 horas de una tarde sofocante el mercado es un hervidero de gente que
va y que viene con las compras, música norteña a todo vuelo, olor a guisados, a
verduras, especias y vendedores gritones por todas partes.
“No
te puedo dar mi nombre ni nada, son cosas del Ejército, pero son cosas del
Ejército de Dios, es que como ya es la venida de Dios, que es el Espíritu Santo
y Jesucristo, no te puedo decir verdades, hasta que venga Dios y aclare todo
esto”.
Me
dice “Munra” y yo me quedo pasmado.
-¿Aclarar
qué?
-O
sea, es que son santos que traigo dentro del cuerpo, namás que esos santos no
pueden ser identificados, no los puedes sacar en la tele…
Dice
“Munra”, y yo pienso que no estoy dispuesto a esperar hasta que a Dios le dé la
gana venir para contar su historia.
“Los
santos no te tienen confianza”, dice “Munra”, “¿y cómo qué debo hacer para
ganarme la confianza de los santos?”, le pregunto, “los santos ya no vienen, ya
se fueron”, responde.
Con
los días los santos se apiadarán de mí y aflojarán un poco.
Y
“Munra” me confiará que se llama Ramón Rocha Téllez, que es de Nuevo Laredo,
Tamaulipas, de la colonia Nueva Era, Privada 22 D, número 22; que tiene 24
años, que estudió hasta primero de secundaria en la Técnica 47, que fue
militar, que trabajó vendiendo flores, que un amigo que se llama Arnulfo, y que
le dicen “El Pitufo”, lo trajo a San Pedro, pero que ya se fue; que tiene
hermanos en Laredo a los que hace mucho no ve, que ya no tiene mamá y que su
papá, un soldado, se murió cuando recién nació él, pero que él lo revivió.
“Yo
lo saqué del pozo con el Espíritu Santo. Me lo mataron, namás que a ese soldao
ya lo reviví, lo reviví, como soy santo y soy una obra de Dios, lo llevo dentro
del cuerpo”, dice Ramón.
La
gente de San Pedro dice otra cosa:
Dicen
que Ramón andaba mal, que andaba con los malos, que era sicario, que lo
torturaron los zetas y que por eso quedó mal de la mente.
Dicen
que Ramón habla solo y seguido anda por el mercado echando balazos ficticios
con su metralleta etérea “pumpumpum”.
Dicen
que Ramón sabe mucho de futbol, le va al Cruz Azul y se conoce a todos los
jugadores del equipo y sus puestos.
Y
dice que Ramón es un experto en armas, pero que es buen muchacho.
No
es agresivo ni grosero.
Nunca
habla malas palabras.
Duerme
donde lo agarra la noche.
Y
camina y camina y camina por la orilla de canales y carreteras.
La
terrible marca. Los recuerdos de tiempos de pesadilla para Ramón, los tiene
grabados en mente y cuerpo. Foto: Vanguardia
“Sí
tengo mi papelería y todo, pero la tengo en secreto y es con el Ejército
Mexicano de Tamaulipas, o sea con el de Nuevo Laredo, namás que no se puede
saber…”.
Está
diciendo Ramón la tarde misma en que nos conocemos, entre el tufo del menudo
fresco de las carnicerías y el olor dulzón del jitomate y el apio de las
verdulerías, en el “Benito Juárez”.
Después
Ramón me habla, como en delirios, de enfrentamientos de grupos armados, con
soldados de Dios. Un ejército santo que vino de Tamaulipas a salvar a Coahuila.
-¿Quién
era ese ejercito Ramón?
-El
Cartel del Golfo, pero no eran malandrines, me cuidaban a mí, que nadie se me
acercara para hacerme hechizos o así, que no anduviera mal, en los vicios, o
sea namás me iban cuidando. A veces se la tenían que rifar por mí en
Tamaulipas. Era un ejército santo, pero ya falleció.
Dice
Ramón y los marchantes que pasan a nuestra vera nos miran con morbo, sonríen y
se van.
De
pronto Ramón se enfrasca en un monólogo inconexo.
Cuenta
de federales rafagueados por el ejército santo y de personas dejadas en bolsas
negras.
“Pero
esas gentes le hacían males a personas buenas, a la sociedad, o sea eran
delincuentes. Gobiernos que no quieren entender al de arriba, o sea que andan
mal por delincuencia organizada, o así. Muchas veces la municipal anda más mal
que el Ejército y la Marina, anda así en delincuencia organizada”.
Y
yo me pregunto si esas cosas tremebundas de las que habla Ramón, son producto
de su pura fantasía o si en realidad tienen algo que ver con su pasado.
-¿Por
qué viniste a San Pedro Ramón?
-A
ver si venía Dios.
Ramón
está vestido con una sucia playera gris, letras blancas y amarillas al centro
que dicen “UC Gauchos Santa Bárbara”; un chamagoso pantalón caqui y unos
zapatos hechos polvo.
DEL COMIC A LA VIDA REAL
Arrebatos.
Ramón tiene una singular manera de entender la religión, la mezcla con pasajes
de comics. Foto: Vanguardia
Pero
Ramón ya no es Ramón ni “Munra”, se ha metamorfoseado de repente en Goku, el
héroe de Dragon Ball Z.
“¿Si
has visto la serie verdad?, – dice Ramón – ¿donde salgo con dos secuelas?, pero
me las quitan. Es Buu y Majin Buu, es Dabura, Satanás, o sea que está aquí, ya
le habían dicho que no me molestara. A Dabura, que es Satanás, se lo van a
llevar con el Espíritu S anto, o sea allá con el de arriba”.
Más
tarde Celso Ramírez, el dependiente de un puesto de comics del mercado, me dirá
que a Ramón le apasiona Dragon Ball Z.
“Los
anda mirando y te los conoce eh, te los conoce de nombre y todo. Nunca me dice
nada, pero sí se queda un rato viendo todos esos personajes. A veces me
pregunta que a cómo los doy”.
Intento
regresar a Ramón al mundo real, a San Pedro, Coahuila, al Mercado “Benito
Juárez”.
-¿Quién
te enseñó de armas Ramón?
-Lo
llevas de sangre, de psicología, o sea como soy hijo de un soldao mexicano,
hijo de un soldao, soldao…
De
vuelta a la tierra Ramón y yo vamos caminando por el centro de San Pedro, rumbo
a una pollería.
Es
la hora de comer y Ramón y yo tenemos hambre.
La
gente que pasa en bicicleta o a pie por la calle saluda a Ramón.
“Eh
Ramón”.
“Ramón”.
“Ramón”.
“Ya
la gente lo tiene identificado como un miembro más de la sociedad sampetrina.
Nomás lo ven y ‘Ramón’, pero él anda ahí en sus rollos”, dirá Javier Onofre
Vázquez, operador de la Cruz Roja de San Pedro.
Ramón
comienza a delirar otra vez y habla de un oro, de un dragón, del diablo, de un
monstruo, de los zetas, del Cartel del Golfo, de hechizos, de engaños
maléficos, de aviones, de Heriberto Lazcano Lazcano, de Osiel Cárdenas Guillén,
de policías, de levantones, del ejército santo, de malandros disfrazados de
soldados, de que ya viene Dios, de Dragón Ball.
“¿Has
visto las caricaturas de Dragon Ball Z?, pos esas caricaturas sí existen, nomás
que no los pueden sacar en monos grandes porque se asusta la gente“, dice.
Y
dice que él es tan poderoso que puede provocar un tornado, como el de Ciudad
Acuña, o un sismo, capaz de matar gente en seis segundos, con solo poner los
dedos en cruz.
Y
yo siento que tengo que hacer algo, detenerlo, distraerlo, antes que se le
ocurra cruzar los dedos y suceda una hecatombe en San Pedro.
-¿Tú
de qué vives Ramón?
-De
lo que me dan, lo que saco de trabajar.
-¿Y
en qué trabajas?
-En
las labores.
-¿Dónde?
-En
las labores de aquí de los ranchos, pero no, no te puedo dar información de
esos ranchos.
-¿Y
qué haces allí?
-Sembrar,
sacar melón, pizcar algodón y todo eso. Yo sé cómo se hace el carbón negro…
-¿Cuánto
te pagan?
-80,
90 pesos, al día.
Seguimos
andando.
“El Oso”, un campesino del ejido Tacuba, me
contará que algunas gentes han visto a Ramón quedarse debajo de los puentes que
están para el pueblo de Porvenir, cerca de Patrocinio. Foto: Vanguardia
Por
el centro de San Pedro, entre el rugir de motores y los negocios de ropa
vomitando gente y cumbias pegajosas a toda pastilla, Ramón no para de
desvariar.
Ahora
me está contando de una mujer, hija de Satanás, que le robó vidas por medio de
sus anteojos.
Y
yo no sé si me estoy volviendo loco o es que comienzo a acostumbrarme a sus
fantasías.
-¿Dónde
vives Ramón?
-Por
ái. Tengo ubicaciones donde quedarme, pero no te las puedo dar.
-Me
gustaría conocer tu casa. Llévame.
-No
puedo decir dónde vivo. No se puede saber eso en la tele ni nada.
-¿Por
qué?
-Se
enoja Dios conmigo después.
Y
parece que los santos se me han puesto otra vez rejegos.
Más
tarde “El Oso”, un campesino del ejido Tacuba, me contará que algunas gentes
han visto a Ramón quedarse debajo de los puentes que están para el pueblo de
Porvenir, cerca de Patrocinio.
El
sol en picada, Ramón y yo estamos comiendo pollo en un Oxxo del centro.
Ramón
me está contando de cuando estuvo en el Ejército que lo levantaban a las cuatro
de la mañana, lo ponían a entrenar box y luego a hacer ejercicio.
“Sabe
de armas. A veces que tiene lucidez te dice, ‘esa arma que traes tú es un
escopeta 12, de tantos tiros y se maneja así’. Y dice ‘esa arma que traes tú es
una AR – 15, de balas…’, siempre y cuando tenga lucidez”, dirá “El Pitbull”, un
policía municipal de San Pedro.
”¿Es
bonito Laredo?”, le pregunto a Ramón y parece que le ha venido de pronto uno de
esos como chispazos de lucidez de los que habla “El Pitbull”.
“Sí
es bonito, pero cuando yo vivía en Nuevo Laredo no había pleitos ni nada,
solamente llegaban personas de fuera o así y te daban trabajo. Te pagaban unos
800 ó 500 pesos. Era gente muy buena, pero esa gente ya falleció. Empezó a
haber violencia…”.
-¿Cómo
era tu madre Ramón?
-Chaparrita,
pelo largo, enojona.
-¿Te
acuerdas a qué jugabas de niño?
-A
los carritos o salía a dar la vuelta.
-¿Tuviste
novia?
-Sí
he tenido novias, pero nunca les he faltado al respeto ni nada. Puros besos
así. ¿verdá?, puros besos, pero no tocarlas, no…
En
eso, no sé por qué, recuerdo la primera vez que oí hablar del hombre con la
zeta en la espalda y la oreja rajada.
Fue
en el ejido Patrocinio, municipio de San Pedro, una de las rancherías donde,
según la gente, ha vivido Ramón.
“Al
rato eso se sabe con el de arriba, al rato se sabe quién quemaba a esa gente y al
rato le da cuello la Marina”, dice Ramón.
“Cuéntame
de Patrocinio Ramón”, le pido, “ahí me quedé unos días, pero nunca hice nada de
eso. Yo hacía leña y la vendía”, dice.
Después
deja sobre la mesa el muslo de pollo que traía entre dientes, se para, se
vuelve, se arremanga la playera, enseña la zeta que lleva marcada en el
espinazo y dice que a esos narcos ya los mató el ejército.
Los
sampetrinos son gente de buen corazón y han acogido a Ramón sin reticencias;
doña Consuelo y doña Hortensia son solo una muestra. Foto: Vanguardia
Otra
tarde regreso al mercado a buscar a Ramón.
Voy
hasta su rincón favorito, la máquina de videojuegos que está a las afueras de
la Carnicería “Juan de Dios”, pero no lo encuentro.
Recorro
los pasillos del “Benito Juárez”, anegados de olor a carne cruda y verduras,
pero no está.
Pregunto
a los vendedores, a los marchantes, pero nadie lo ha visto.
En
cada puesto que asomo las narices escucho una historia distinta de él.
-Es
muy buena persona.
-A
veces llega ái y le dice uno ‘pos ándale tómate una soda’.
-Viene
y se mira en el espejo.
–
Platica con nosotras, a veces nos pregunta que cómo estamos con los novios o
que nos miramos muy guapas o que anda en la nuez.
-Una
vez lo quisieron echar en la tele, una señora, que porque supuestamente le
quiso arrebatar su bolsa, pero no es cierto.
-Necesita
ayuda y creo que sí se alivianaría porque no está muy dañado como otras
personas que andan aquí y que están más mal de su mente.
-Es
que no es malo, si fuera malo no lo quisiéramos.
-En
Tacuba. Allí sí le pueden contar toda la historia de él, Pregunta por un
mentado el “Oso”.
“Nosotros lo bañamos y le cortamos el pelo… Es
muy buen muchachito”, dice Dora, vecina del ejido Tacuba. Foto: Vanguardia
En
el solar arbolado de la casa de “El Oso”, ejido Tacuba, hace una mañana
templada.
“El
Oso”, un señor bajito, moreno, llenito, sesentaitantos años, me cuenta que
Ramón llegó a Tacuba hace unos cinco años.
Venía
con una familia de Nuevo Laredo, que después se fue y lo dejó aquí, abandonado.
Entonces
la gente de Tacuba le prestó una casa para que viviera, lo enseñó a pizcar, a
cortar leña y le dio trabajo en sus labores.
“De
todo andaba él, donde lo ponían trabajaba. Nomás le decía ‘mira Munra, hazme
esto’, decía ‘sí’”, dice “El Oso”.
Hasta
que hace algún tiempo, por un conflicto familiar, una mujer lo echó de Tacuba.
Fue
cuando Ramón empezó a rodar por las calles y las aldeas de San Pedro.
“Una
mujer aquí levantó firmas pa correrlo”.
-¿Por
qué?
-Tenía
una muchacha la señora y lo volaban con ella. Al último el chavo la agarró en
serio y ándele que… Quién sabe cómo le harían pa correrlo y ái anda el chavo.
Yo me lo he querido trái, pero ¿dónde lo meto aquí, es pura familia?.
Dice
“El Oso”.
Y
dice que teme que la calle haya cambiado a Ramón.
“No
sé qué ondas agarrará ahorita ya. A lo mejor en el tiempo que anda libre pa
allá y pa acá ya no es como antes”.
Más
allá Alejandro, otro vecino de Tacuba contará “le decía yo ‘eh Ramón cuando
tenga ganas báñese, ahí está el baño. Cámbiese, rasúrese. Allá solo anda a
veces todo mechudote, barbón”.
Consuelo,
una lugareña, compartirá que: “yo sé que se crió con su abuelita, que vendía
ramitos de flores en las calles. A veces decía Ramón, ‘es que ando juntando pa
ir a ver a mi abuelita que ya está muy viejecita’”.
Y
Hortensia, una campesina, platicará que, “a veces me lo encuentro en el mercado
le digo ‘Ramón’, ‘Tencha’, me dice, le digo ‘ten Ramón, córtate el pelo’, le
doy 25 pesos y dice ‘sí gracias’”.
REFUGIO. En sus correrías por ejidos de
San Pedro y por la ciudad misma, Ramón ha tenido diferentes moradas, unas
mejores que otras. Foto: Vanguardia
NOCHE CERRADA
Estoy
con Luis Fernando Verdú Fernández, director de Protección Civil de San Pedro,
platicando de “Munra”.
Dice
que ya le ha tocado recogerlo varias veces por el rumbo las vías del tren y
llevado a la Avenida Coahuila.
“Ahí
se baja y se va caminando, da la vuelta en una calle. Nunca nos dice en sí a
dónde va, él se baja y se mete a unas calles cerca de La Vega y ahí se queda”.
Es
mediodía y el sol se desploma como una plancha hirviendo sobre La Vega.
Cuando
Ramón llegó aquí por primera vez, dijo que lo había mandado Dios, me cuenta un
chiquillo.
Venía
pidiendo un vaso de agua a cambio de barrer la banqueta, lavar el carro o
cortar el zacate.
Y
la gente le dio comer, le cortó el pelo, le prestó la ducha y le regaló ropa
limpia.
Andado
los días Ramón acabó por quedarse en La Vega.
La
gente lo miraba vagabundear por el barrio o tomar la siesta debajo de unas
bancas de cemento que hay en la acera de la casa de Dora Alicia Rodríguez Mata,
una vecina.
“Nosotros
lo bañamos y le cortamos el pelo… Es muy buen muchachito, lástima que esté
enfermito de su cabeza”, dice Dora.
-¿Cómo
llegó aquí?
-De
la noche a la mañana lo miraba que pasaba y dije ‘¿ese muchacho qué?’, ya llegó
y se acercó y le dije ‘oyes, ¿no quieres comer?’, fue cuando empezó a
agarrarnos confianza y nosotros a él.
Mi
última tarde en San Pedro, Soledad Rodríguez, la dueña de un puesto de comida
en la Plaza Principal, dice que ya ha tratado de convencer a Ramón para que se
regrese a Nuevo Laredo con su familia, pero que no quiere.
“Le
dije ‘¿cómo ves si te juntamos para que te vayas?’, dice ‘no’, le digo ‘¿por
qué?’, dice ‘porque yo tengo una misión aquí y pos esa misión no sé cuándo se
va a cumplir’”.
Cada
mañana, nuestro singular personaje pasa horas aporreando botones y moviendo
palancas con juegos en los que parece emular sus desvaríos. Foto: Vanguardia
Semanario
trató de contactar a la familia de Ramón Rocha Téllez en Nuevo Laredo, a través
de la presidencia municipal de aquella localidad.
Los
comisionados por la autoridad para visitar el domicilio proporcionado por Ramón
en este reportaje, (Privada 22 D, número 2, colonia Nueva Era), informaron que
en dicha dirección encontraron a una mujer de nombre Cleotilde Téllez García,
de 89 años de edad, quien dijo ser familiar de Ramón y no saber de él desde
hace 10 años.
Según
el reporte del Ayuntamiento de Laredo Cleotilde, que es cuidada por su nuera
María Amparo González Rivera, está gravemente enferma de una afección en la
nariz, que la mantiene al borde de la muerte, y vive en condiciones precarias.
ESTE
CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE Vanguardia.
(SIN
EMBARGO.MX/ VANGUARDIA DE SALTILLO / Jesús Peña/ Fotos y video: Omar Saucedo/
noviembre 27, 2016 - 2:18 pm)
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