CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).-
“Calabozo” es la palabra que D. eligió para describir el espacio en el
Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México donde estuvo retenido por cinco
horas antes de ser echado del país por personal del Instituto Nacional de
Migración (INM).
Bajo condición de anonimato
ante el temor de eventuales represalias, D., un profesionista colombiano,
comparte con Proceso la “frustrante y humillante” experiencia de no ser
admitido en México, así como su segundo intento exitoso por ingresar al país,
en el que advirtió visos de corrupción y opacidad en el INM.
El rechazo de colombianos en
el AICM (después de que México suprimiera la visa para aquel país en 2012) ha
provocado escozor en la nación sudamericana y es visto como una manifestación
más de estigmatización, según se resaltó en un reportaje del diario El Espectador
en su edición del 4 de junio pasado.
De acuerdo con el texto,
titulado Colombianos, indeseables en México, de enero de 2013 a abril de 2016
el gobierno de Juan Manuel Santos tiene registros de 4 mil 975 colombianos
inadmitidos al llegar al AICM; de enero a abril de este año fueron 806, un
promedio de 201 al mes, mientras que en 2015 la tendencia era de 175
devoluciones mensuales.
En las estadísticas
publicadas por el INM no existe el rubro de inadmisiones de extranjeros, sino
sólo de deportaciones de personas que ingresaron a estaciones migratorias. En
el caso de los colombianos, de enero a julio el INM registra 369 retornados, al
menos 52 al mes.
En el primer trimestre de
este año –procedente de Bogotá con intención de hacer turismo barato y
hospedarse en casa de una paisana– D. arribó al área de Migración del
aeropuerto Benito Juárez a las 6:30 de la mañana, donde un oficial le preguntó
por sus reservaciones de hoteles y de avión, así como por su boleto de regreso.
El joven originario de Medellín
explicó que se quedaría en casa de una amiga en la Ciudad de México y que su
boleto de regreso, programado para los siguientes tres meses, no lo había
impreso pero tenía una copia en su celular, a lo que el oficial le respondió
que estaba prohibido sacar el aparato y lo remitió a otra sala, donde le dieron
un formato.
“No me dejaron sacar mi
celular ni los papeles donde tenía la información necesaria para llenar esa
cartilla, como la dirección de mi amiga o el número del vuelo de regreso. Puse
lo que me acordaba; después me pasaron con otro encargado de Migración, que me
preguntó cuánto dinero tenía. Yo le dije que en ese momento llevaba conmigo mil
300 dólares, y me dijo que para estar en México necesitaba mínimo 100 dólares
por día; así que si pretendía estar tres meses, requería al menos 9 mil
dólares. Yo le argumenté que pensaba hacer un turismo barato y que si
necesitaba más dinero mis padres me lo enviarían”, narra D.
Añade que, sin mayores
explicaciones, junto con unos seis colombianos que viajaban en su mismo vuelo
fue separado entre hombres y mujeres y llevado a otras salas: la de hombres, de
cuatro por nueve metros, oscura y fría, con bancas de cemento, colchonetas y un
baño para unas 40 personas de distintas nacionalidades.
“Antes de entrar al calabozo,
que eso es literalmente, el oficial me dice: ‘Pásame tu celular, tu billetera,
tus papeles, tu correa, tus agujetas, tus medias, tu saco, tu mochila, todo’, y
yo le dije: ‘Al menos explícame qué pasó’, y no me contestaba absolutamente nada;
me pareció superinjusto. Yo pedía llamar a mi amiga, que me estaba esperando, a
mi familia, para decirles que estaba bien, pero no me lo permitieron.
“De puerta a puerta pude
comunicarme con una chica que estaba llorando, que venía a México a casarse con
su novio mexicano. Los dos gritamos y pedimos a una chica de Migración que
teníamos derecho a llamar al consulado colombiano, pero no nos hicieron caso.
Estábamos indignados. Yo tenía mucho miedo porque había gente que llevaba dos
días encerrada en esa cárcel y yo no quería pasar una noche ahí”, apunta.
A la 13:30 aproximadamente,
D. y los otros seis colombianos, de entre 22 y 33 años, fueron puestos en un
vuelo a Bogotá, fuertemente custodiados hasta el fondo del avión, donde se les
entregó una bolsa con comida, que el joven no tocó.
“Fue muy humillante. Sólo
faltó que tuviera esposas para ser tratado como delincuente. Llegando a Bogotá,
todo fue distinto. En Migración los oficiales nos preguntaron a cada uno por
qué nos habían negado la entrada, tomaron nota y nos dijeron que podíamos
denunciar. Yo no lo hice porque estaba muy frustrado. Además estaba preocupado
por mis maletas, que llegaron tres días después. No me faltó nada pero era
evidente que removieron mis cosas.”
Diez días después, D. recibió
un mensaje de una de las chicas con las que pasó el trance. Ella le pasó el
contacto de una persona que los “podría ayudar” a entrar a México.
Prosigue: “Por curiosidad, me
comuniqué por Whatsapp a un número de la Ciudad de México. El hombre me dijo
que por unos mil dólares me pasaba, que un día antes de viajar debía darle el
número de vuelo y mis señas particulares, que él me atendería y me dejaría
pasar sin problema. No volví a comunicarme con esa persona. Después la chica me
envió un mensaje contándome que estaba en México y que su contacto la había
ayudado”.
Meses más tarde, añade D., su
amiga colombiana residente en México le pidió apoyarla en un proyecto y se
comprometió a investigar cómo había sido registrado su primer intento por el
INM.
“Fue la cosa más rara:
resulta que no había ningún tipo de historial, como si yo nunca hubiera tratado
de ingresar”, cuenta D., quien finalmente fue admitido al explicar a los
agentes de Migración que viajaba a México por negocios, argumento sustentado en
una carta proporcionada por la empresa que requería su asesoría profesional.
“No he podido explicarme por
qué fui rechazado la primera vez, y peor aún, por qué se nos dio trato de
delincuentes, algo traumatizante. He conocido a colombianos a quienes les han
negado el ingreso a Estados Unidos, y a ninguno le han dado el trato que nos
dan en México”, concluye.
(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ GLORIA
LETICIA DÍAZ/ 17 SEPTIEMBRE, 2016)
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