martes, 12 de julio de 2016

LA CAÍDA DE UN MITO


Manlio Fabio Beltrones se forjó como político profesional desde la Subsecretaría de Gobernación en los tiempos de Fernando Gutiérrez Barrios, el maestro de la intriga palaciega en los sótanos del poder. Beltrones fue su pupilo más avanzado. Cuando Carlos Salinas lo hizo gobernador recurrió a sus habilidades en distintos momentos de su sexenio. En 2000, tras la debacle del PRI, resurgió como un político poderoso a instancias del expresidente. Se erigió en proyecto político para recuperar la estructura del partido y maniatar a dos presidentes panistas desde el Congreso. En la negociación entre la nomenklatura priista de 2012 tuvo un rol fundamental. Se convirtió en un mito genial, el cual se derrumbó el pasado 5 de junio frente a la derrota electoral del partido que presidía.

La noche del 5 de junio culminó en una jornada negra y fría para Manlio Fabio Beltrones. Fue una noche de tinieblas que derivó de una jornada de votos y cuchillos largos para el PRI y para la administración del presidente Enrique Peña Nieto.

Había perdido como presidente del PRI siete de los 12 gobiernos estatales que se disputaron aquella jornada electoral y llevaba a cuestas una derrota que probablemente no le correspondía del todo, pero que derribó las expectativas de político eficaz y poderoso que había construido durante años.

Nada quedaba esa noche del 5 de junio de la sonrisa que Beltrones mostraba a principios de agosto del año pasado cuando, en una maniobra política digna de su propio mito, tomaba por asalto el Comité Ejecutivo Nacional del PRI.

Beltrones se había impuesto como líder del partido luego de concluir su gestión en la Cámara de Diputados. Tenía la anuencia del presidente, pero el repudio y la desconfianza de los hombres más cercanos a Peña Nieto.

Días antes de que lo ungieran como jefe máximo del partido, al que muchos daban por muerto en 2000 luego de la derrota histórica, Manlio Fabio Beltrones alimentaba el imaginario colectivo retomando los viejos rituales del PRI. El más significativo, quizá, fue el evento organizado por la CNOP en donde le brindaban el apoyo incondicional como nuevo caudillo.

Beltrones sonreía. Caminaba despacio. Lo acompañaba la prima del presidente, Carolina Monroy del Mazo. Avanzaban entre empujones y gritos de apoyo de los militantes de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares.

Ahí, en la sede de la CNOP, muy cerca del viejo símbolo de la Revolución Mexicana en Plaza de la República, la lideresa de la organización, Cristina Díaz, pidió el apoyo para Manlio y Monroy como fórmula para dirigir el partido. Los priistas cumplían con el ritual de la organización y los aplausos se desbordaron.

Hubo quien describió en la prensa el momento como “electrizante”, y a Carolina Monroy, “encendida de entusiasmo”. Manlio Fabio sólo sonreía, “impasible”, el temple forjado en los rituales del poder se deslizaba entre líneas.

El entonces presidente del PRI, César Camacho, un alfil del presidente Peña, había llegado al lugar. Aquello era una entrega anticipada del partido. Un evento simbólico, pero poderoso ante los ojos de los adversarios de Beltrones.

—Presidente, con el gusto de abrazarlo —le dijo Manlio Fabio a César Camacho mientras le palmeaba la espalda.

—Te informamos que ya están las bases firmes para el momento que tú quieras
—respondió Camacho fiel a las formas de la liturgia política.

Lo que ocurrió después se apegó al guion que escribieron en Los Pinos y en Insurgentes Norte para que Beltrones tomara el control del partido sin contratiempos. Manlio Fabio asumió la dirigencia del PRI dos semanas después, el 20 de agosto, en medio de otro ritual, pero ahora entre gobernadores y secretarios de Estado.

Pero la noche del 5 de junio pasado el futuro inmediato se le derrumbó. Y así como el voto duro no le alcanzó al PRI para ganar las elecciones en siete estados de los 12 en disputa, a Manlio Fabio no le alcanzó su propio mito para salir vivo de la derrota.

Los adversarios, aquellos que le aconsejaban al oído al presidente Peña hace un año que no le brindara el apoyo para dirigir el PRI, ahora pedían su cabeza. Y su cabeza rodó.

Manlio Fabio Beltrones intentó justificar su salida del partido, fiel a su estilo, mediante una maniobra política que pretendía reivindicarlo frente a la derrota. Se inventó un ultimátum al presidente Peña y filtró la historia a la prensa: si el presidente no le permitía operar desde el partido para castigar a los traidores que operaron contra el PRI y enjuiciar a los gobernadores corruptos, él se iba.

La historia que contó desde las sombras registraba un par de reuniones con el presidente en Los Pinos previas al lunes 20 de junio cuando presentó su renuncia ante la Comisión Política Permanente del PRI. Esa tarde, todavía, Manlio se negaba a irse y negociaba su permanencia a puerta cerrada ante los jerarcas del partido entre los que destacaban Carolina Monroy, la poderosa prima del presidente.

Sin embargo, su salida fue inevitable y el discurso de renuncia frente a los priistas y, sobre todo, frente a las cámaras de televisión, reveló las fisuras de su relación con Peña Nieto.

“Los resultados electorales no pueden ni deben intentar explicarse de manera simplista o ligera. Hay que profundizar en el análisis multifactorial. No obstante, también hay que decirlo fuerte y claro, en muchos de los casos los electores dieron un mensaje a políticas públicas equivocadas o a políticos que incurrieron en excesos, que no tuvieron conductas transparentes y que no actuaron de forma responsable”, dijo Beltrones frente a los atónitos priistas que lo escuchaban.

El haber perdido siete gobiernos estatales le costó a Manlio Fabio Beltrones algo más que la presidencia del PRI. Fue un golpe que resquebrajó su propio mito y que reveló el verdadero rostro de uno de los políticos más paradigmáticos de las últimas dos décadas: el poder de Beltrones era un poder oscuro; surgía de las sombras de la negociación política, no de la práctica democrática en la plaza pública.

OPERADOR DE LAS SOMBRAS



Hace catorce años, Manlio Fabio Beltrones resurgía de las cenizas desde la secretaría general de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares. La CNOP había sido su tabla de salvación, el convento político desde el que se reinventó tras la culminación de su gestión en el gobierno de Sonora y los escándalos en los que se vio envuelto en el último tramo de la administración de Carlos Salinas de Gortari.

Cuando asumió el control de la CNOP, uno de los pilares más poderosos del PRI, el partido llevaba dos años fuera de Los Pinos. Beltrones despachaba en la calle de La Fragua, célebre entre otras cosas porque ahí asesinaron al cuñado del expresidente Salinas.

Luego del asesinato de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, de la crisis política entre Ernesto Zedillo y Carlos Salinas de Gortari, el PRI se desmoronó y la carrera de Beltrones pareció llegar a su fin al concluir su periodo en el gobierno de Sonora, a finales de 1997.

Ese año el PRI perdió el gobierno del Distrito Federal y, tres años después, la presidencia. Pero Beltrones se había derrumbado mucho antes, desde que Carlos Salinas perdió la batalla contra Zedillo en 1995, cuando encarcelaron a su hermano Raúl y salió exiliado del país.

Luego de 1997 a Beltrones se le veía en Sonora o el Distrito Federal llevando una vida sin el glamur y el oropel de la política. Pero en 2002 estaba de regreso. Era el líder de una de las organizaciones más poderosas del PRI y una de las figuras centrales dentro del grupo político del expresidente Salinas.

De la mano del entonces presidente del PRI, Roberto Madrazo, reapareció en el escenario político como líder de la CNOP luego de que Elba Esther Gordillo abandonara la secretaría general de la organización para liderar, junto al político tabasqueño, el Comité Ejecutivo Nacional del partido.

Desde esa plataforma política, Manlio Fabio Beltrones tomó el control del Congreso junto a Emilio Gamboa Patrón. Entre los dos se repartieron el poder de las cámaras y pusieron en jaque el aparato político de Los Pinos en manos del Partido Acción Nacional desde el 2000.

Desde entonces hasta 2006, Emilio Gamboa controló la bancada priista en el Senado mientras que la segunda mitad de ese periodo Beltrones reinó en la Cámara de Diputados. El PRI carecía del liderazgo que lo cohesionara, pero en el Congreso mandaban Beltrones y Gamboa.

Dos presidentes de la república padecieron el poder de estos dos políticos que regatearon el apoyo y jugaron al ajedrez con sus bancadas en el Congreso. A Vicente Fox lo neutralizaron y a Felipe Calderón le aprobaron las reformas que quisieron.

El poder de Manlio Fabio Beltrones consistía en saber negociar en secreto con presidentes y secretarios de Estado el rumbo político de cada administración. Se erigió en un poderoso priista que sometía a capricho a los mandatarios panistas.

El viejo estigma de policía político quedaba atrás y Manlio reconstruía su nuevo mito de negociador en un nuevo escenario democrático en la vida pública de México.

Beltrones sufrió una transformación radical en su comportamiento político. Las formas de su desenvolvimiento público fueron más sofisticadas, pero adoptó una actitud más soberbia y autocomplaciente.

Luego de su fallida incursión en la sucesión presidencial de 2012, era frecuente encontrarlo en los patios de la Cámara de Diputados rodeado de un séquito de acompañantes.

El enjambre de diputados y asistentes moderaban el paso y lo acompasaban al ritmo del pausado caminar del “jefe Manlio”, como le decían sus disciplinados correligionarios tras asumir la coordinación de la bancada tricolor en San Lázaro.

A sus anchas, en el pleno de la Cámara, Manlio Fabio era abordado por diputadas que se colgaban de su brazo y le susurraban “jefe”, exagerando el tono de zalamera docilidad. Manlio sonreía, saboreaba esos momentos de placer que le otorgaba su investidura.
Beltrones fue consciente de su transformación y del poder que acumulaba. Mientras ejercía su soberanía política, se adaptó con mucha facilidad a ese poder que le permitió cogobernar desde el Congreso.

Es un animal político y como tal se desenvolvió en el ámbito legislativo. Manlio negociaba, adulaba, envolvía, sometía, aplastaba, volvía a adular y volvía a negociar, siempre, sin excepción, calculando ganancias y beneficios.

En el sexenio de Felipe Calderón tenía derecho de picaporte en Los Pinos debido a su influencia en el Senado, y en la primera mitad del sexenio del presidente Enrique Peña fue el responsable de empujar las llamadas reformas estructurales.

Pero, ¿cuál fue la fórmula de Manlio Fabio Beltrones para controlar la agenda del Congreso y mantener a raya la de Los Pinos?

La respuesta va en dos vertientes. La primera lo retrata como un político “implacable”, pero “dispuesto al diálogo”, según la visión del exdiputado panista Máximo Othón Zayas. La segunda es menos complaciente y reduce el estilo de Beltrones a la del mercader parlamentario. “Utilizó el aparato y los recursos de la Cámara para hacer política”, dice el exdiputado Roberto López Suárez.

Miles de millones de pesos al servicio de un hombre que supo jugar con el reparto del presupuesto público desde el Congreso para conseguir lo que quería.

Una década bastó para que Manlio Fabio Beltrones asumiera el control de la agenda política del PRI desde el Congreso y se convirtiera en uno de los políticos más poderosos e influyentes del país.

El poder de Manlio se incrementó conforme la agenda legislativa ponía en jaque a los presidentes panistas. Rivalizó con el poder de las estructuras formales de la dirigencia del PRI y las sometió de tal manera que la estrategia política del partido, ante su nueva realidad como oposición, se decidía en el escritorio de Beltrones.

Fue Manlio quien vulneró al PAN mientras le palmeaba la espalda al presidente Felipe Calderón. Fue también quien cobró caras las facturas en Los Pinos por el apoyo que le brindó al presidente al legitimar su gestión luego de un cuestionado triunfo electoral en 2006.

Manlio golpeaba, negociaba, cedía y volvía a golpear, y desde esa ambivalencia política se construyó el mito de que la plataforma que llevó de nueva cuenta al PRI a Los Pinos en 2012 se la debían a él.

El diputado panista Federico Döring aviva esta idea: “No es al presidente Peña Nieto, sino a Manlio a quien el PRI le debe haber regresado a Los Pinos. Es el gran artífice de haber reinventado el PRI y de la estrategia que corona y culmina Enrique Peña Nieto”.

Para Döring es Beltrones quien le da “golpe de Estado” a Elba Esther Gordillo y la echa del PRI. Es Manlio quien “cambia el paradigma del PRI” en un contexto de resentimiento por la derrota en 2000 frente a Vicente Fox, a un partido “colaboracionista, articulador de las transformaciones con Calderón”.

“Y a final de cuentas, en el saldo del sexenio anterior, Calderón queda como el derrotado, el que no ganó la guerra contra el narco, y Manlio queda como el gran transformador”, dice el joven panista al recordar los saldos de aquel sexenio.


—¿Qué hizo Manlio para adquirir el poder que tuvo en el sexenio de Calderón?

—Supo especular y cobrar como nadie más la fragilidad de Calderón en cuanto a legitimidad y proyecto de gobierno. Capitaliza en el sexenio como nadie más el apoyo del PRI para la frágil toma de protesta de Calderón.

—¿Eso le permitió el acceso a Los Pinos el resto del sexenio?

—Tenía derecho de picaporte en Los Pinos y, más que eso, en el PAN tenían la percepción de que Calderón no habría rendido protesta sin ayuda de este señor. Calderón no hubiera rendido protesta sin los buenos oficios de Manlio.

—Aunque después, desde el Congreso, Manlio detuvo muchas de las iniciativas del entonces presidente.

—O dicho de otra forma, salieron las que quiso Manlio, no las que quiso Calderón. Es decir, las que Calderón habló y pactó con él a cambio de algo salieron. Manlio construye un pacto de régimen de cogobierno con Calderón en el cual saca muchos más dividendos que el propio presidente.

—¿Se convirtió el presidente Calderón en un rehén de Beltrones?

—Sí, como Salinas fue rehén de los buenos oficios de Diego (Fernández de Cevallos). Varias veces él me dijo que no hacía más que reeditar lo que Diego había hecho con Salinas.

—¿En eso consiste el talento político de Manlio Fabio Beltrones?

—Es la mezcla del valor para apoyar las decisiones que llamaríamos de Estado en contra del apetito revanchista de un partido en cuestión, a cambio de una buena contraprestación. Lo que él entiende muy bien y entendió Diego muy bien es que estaban llamados a colaborar con un gobierno de otra denominación de origen, pero no estaban obligados a hacerlo. Acuden al llamado y comparten un costo político a cambio de que sean parte de los beneficios de la decisión. No lo hacen por las razones correctas, lo hacen por las negociaciones correctas, y eso lo administran muy bien y lo negocian muy bien.

—Qué obtuvo Manlio Fabio de las negociaciones con Calderón?

—Posiciones, cuotas políticas. En política exterior tenían que entrar priistas de prosapia, fueran o no miembros del Servicio Exterior Mexicano. Tú sabías que no podías sacar absolutamente nada de nombramientos de magistrados o de la Corte donde él no fuese parte, sabías que las reformas que fueran del interés de Calderón las tenías que hablar antes con él.

—Entonces, ¿en cada iniciativa que le aprobaba al presidente Manlio obtenía una recompensa?

—A Calderón le sacaba iniciativas, pero a cambio de una enorme contraprestación.

—¿Por ejemplo?

—Otra ley que a él le interesaba o que salieran nombramientos. Él entendió muy bien que lo que era bueno para el país, pero no era la prioridad de Calderón, no iba a perder su pólvora en infiernitos y se concentró en las que sabía que para Calderón eran prioritarias. Cuando tú sabes qué iniciativa es del presidente, esa la llevas tú y te desgastas por sacarla, pero tiene un costo.

Manlio interpretó desde 2002 el papel de político duro y autosuficiente capaz de intrigar contra el rey y sus ministros desde los mismos recintos del poder soberano.

Desde ese papel que interpretó el sonorense, se construyeron las alianzas y se tejieron las redes de poder que soportaron su propio mito y el poder real del grupo político que lo cobija.

No es un secreto que el presidente Peña construyó su candidatura presidencial a partir de alianzas con los grupos más poderosos del PRI, entre los que destaca el grupo controlado por el expresidente Carlos Salinas de Gortari, y en el que Beltrones ha jugado un papel fundamental.

Desde ese grupo político se tomó por asalto al PRI tras la derrota de 2000 y se expulsó a Elba Esther Gordillo de sus filas. Desde ese grupo se impulsó la candidatura de Peña en 2012, previa negociación con el Grupo Atlacomulco y el Grupo Hidalgo.

Por eso la gran pregunta frente al futuro de Manlio Fabio Beltrones no es si tendrá cabida o no en el gabinete de Enrique Peña luego de su histriónica renuncia a la dirigencia del partido, sino si seguirá siendo peón de rey del expresidente Carlos Salinas.

Y es que Manlio fue el gran perdedor en las elecciones del 5 de junio.

Fue víctima de su propio mito. Se creyó su propia versión de que era un político moderno capaz de hacer política en la plaza pública sin reparar en que, en realidad, la fórmula de su éxito en la última década fue su capacidad para sostener redituables negociaciones en los sótanos del poder.

(DOSSIER POLITICO/ Tomado de: Jorge Torres / Noroeste/ 2016-07-12)



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