MADERA,
Chih. (apro).- La muerte de los guerrilleros que hace 45 años lucharon
porque los latifundistas les regresaran sus tierras, otorgadas en
grandes cantidades a ganaderos ricos, no fue en vano. Sin embargo, casi
cinco décadas después los habitantes de este municipio vuelven a sufrir
la explotación de sus tierras, ahora por parte de las compañía mineras,
pero también deben enfrentar los embates de la delincuencia organizada.
En
1965, cuando un pequeño grupo de 13 guerrilleros asaltó el cuartel
militar de Ciudad Madera, los enemigos se llamaban “Vallina” o “Ginner”,
ahora son John Deere, Monsanto y otras compañías extranjeras que sin
resquemor alguno pasa las palas bulldozer sobre casas demolidas para dar
paso a la explotación minera.
Como cada año, una centena de
familiares y amigos de los guerrilleros que participaron en el asalto se
reunieron en el panteón de esta ciudad y posteriormente presentaron el
libro Una alborada para Migue, escrito por José Gerardo, un maestro
disidente.
Por primera vez acudió a la cita la familia de Antonio y
Guadalupe Scobell Gaytán, uno de los cuales perdió la vida en el asalto
de hace 45 años y el otro fue fusilado dos años después, junto con su
tío José Guadalupe Gaytán.
Las hermanas de los guerrilleros
llegaron del sur del país apenas unos días después de enterrar a su
madre Albertina Gaytán Aguirre, quien murió acompañada del dolor por la
pérdida de sus dos hijos.
Asolados por la delincuencia organizada
Para
llegar a esta cabecera municipal, que limita con el municipio de
Temosachi, es común encontrar unidades de la “policía intermunicipal”
con agentes fuertemente armados que detienen a los automovilistas para
revisar minuciosamente sus documentos.
Los habitantes aseguran que
durante tres años, aproximadamente, han vivido en silencio para cuidar
la vida. Es como estar en “estado de sitio”, dicen. Y aunque este año la
gente se animó a salir más, el peligro –aseguran– está latente. Conocen
a quienes trabajan con los grupos delictivos de la región y saben de
sus vínculos con algunos agentes.
Madera ha sobrevivido a masacres
en la plaza pública. La delincuencia organizada ha ejecutado por igual a
maestras que a amas de casa y familias completas, y muchos de los
desaparecidos han ido a parar a fosas clandestinas.
No sólo las
mineras han despojado a los pobladores de sus tierras, ahora también lo
hace el crimen organizado, y ante la violencia desatada familias
completas han tenido que huir a otras localidades.
En Huizopa –uno
de los ejidos más importantes de este municipio–, decenas de campesinos
se vieron beneficiados con la entrega de tierras después del asalto al
cuartel, en 1965, pero ahora sólo quedan ocho familias. “Todos fueron
despojados de sus casas”, dice el profesor rural Dante Valdez Jiménez.
“El ejido Arroyo Amplio ya no existe por la minera canadiense Silver Company”, añade.
“Imagínense
que un día sale la gente de Huizopa y en la tarde sus pertenencias
están en hules, y un bulldozer pasa por encima de sus casas, sin que
ninguna autoridad haga nada”, explica.
No obstante, apunta, hubo
ejidatarios que aceptaron a la minera porque les ofreció trabajo o
“porque compraron conciencias”, situación que, asegura, dividió a la
población.
El sordomudo que no era tal
Al día siguiente del
asalto al cuartel de Madera, las autoridades declararon “estado de
sitio” en la cabecera municipal, pero un lechero, de nombre Miguel,
decidió salir a trabajar porque tenía que darle de comer a sus siete
hijos.
Cayó muerto luego de que un militar le disparó. Era sordomudo, y como no respondió al llamado lo mataron, justificó el Ejército.
“Cuando
la esposa de Miguel estaba rezando el rosario para su esposo, con otras
15 mujeres, llegó un alto mando a su casa. Le dijo que firmara unos
documentos en los que ase afirmaba que Miguel era sordo y mudo. Ella no
entendía el panorama ideológico, pero les aventó los papeles y les dijo
que no iba a vender la dignidad de su esposo porque eso no era cierto”,
relata Dante Valdez.
Uno de los guerrilleros, Francisco Ornelas
Gómez, tenía 18 años cuando participó en el asalto al cuartel de Madera.
En aquel entonces el sobrino de Pablo Gómez, otro de los fallecidos en
1965. A la fecha sólo viven él y Florencio Lugo, quien reside en Sonora.
Tras
el ataque Francisco se refugió en el jardín de una casa cercana al
cuartel, donde permaneció varias horas. “Cuando planeamos todo, pensamos
que se iban a rendir luego luego, pero no nos imaginamos que iban a
responder con todo”, relata en entrevista.
Una vez que cesaron los
disparos, dice, logró salir y se trasladó al primer punto de encuentro,
pero nadie llegó. Le resultaba más fácil internarse en la sierra y así
lo hizo. Ahí permaneció nueve días. Estaba entrenado y logró sobrevivir.
Cuando
llegó a la ciudad de Chihuahua, inmediatamente salió del estado para
salvar su vida. Durante varios años vivió en Tabasco y luego en
Campeche, donde concluyó sus estudios de maestro.
No corrió la
misma suerte el líder de la guerrilla, Arturo Gámiz. Luego del ataque
intentaron sacarlo del país hacia a Cuba, pero fue aprehendido. Hasta
ahora está desaparecido, dice Herminia Gómez Carrasco, sobrina de Pablo
Gómez, cuyos hijos se convirtieron en luchadores sociales.
Ellos forman parte del comité “Primeros vientos”, que cada año organiza el homenaje a los guerrilleros de Madera.
Los familiares y compañeros de quienes protagonizaron movimientos sociales en las décadas de los 50 y 60 hemos continuado la lucha, dice Alma Gómez Caballero.
Y destaca entre los logros el surgimiento de
aserraderos ejidales en Chihuahua, uno de ellos en el ejido El Largo
Maderal, de los más grandes del país. “Es riquísimo, y sus habitantes
ahora son de los más pobres por las políticas que no permiten que los
campesino, los habitantes más pobres, disfruten de sus tierras”,
subraya.
Los problemas de fondo no están resueltos, apunta, debido
a que el origen del asalto no sólo está vigente, sino que se ha
profundizado con la situación de inseguridad que vive el país, lo que
pone en riesgo la vida democrática. “Los postulados que dieron origen a
la lucha, están vigentes”, insiste.
Memorias del asalto
Hermenegildo
Avitia era muy joven cuando convivió con los luchadores sociales que
participaron en el asalto al cuartel. Se identificó con su causa porque
él mismo vivía la injusticia social: como peón no recibía un salario,
sólo un vale para que adquiriera “lo indispensable”, y tampoco tenía
acceso a la educación, como el resto de sus compañeros.
Inspirado
en la lucha de aquellos hombres, Hermenegildo escribió una serie de
poesías que tiró en las calles después del ataque. “Nunca supieron quién
era el que tiraba los poemas”, recuerda.
Dos años después del
acontecimiento, los alumnos de la Escuela Normal de Salaises organizaron
un homenaje conmemorativo, pero “disfrazado”. En un mitin nombraron a
cada uno de los caídos, ocho en total, seguido de la frase: “murió por
la patria”.
Al día siguiente una avioneta Cessna sobrevoló la
Normal y lanzó papeles con el nombre de cada uno de los guerrilleros
muertos, seguido de la frase: “murió por pendejo”, cuenta uno de los
egresados de la escuela.
Pedro Muñoz Grado, quien aquel entonces
era periodista, recuerda que el general Lázaro Cárdenas, quien fue
presidente de la República, repartió entre 1937 y 1938 alrededor de 18
millones de hectáreas a los campesinos, pero luego los latifundistas le
exigieron suspender el reparto.
Obligado por aquellos, acordó que
durante 25 años los predios que se pasaran de la extensión indicada en
la Constitución gozarían de “inafectibilidad”. Vencido el plazo, el
propietario del latifundio podría quedarse con una porción de la
propiedad y el resto se distribuiría para el agro.
Entre 1962 y
1963 se empezó a agitar la lucha porque estaba a punto de cumplirse los
25 años pactados. Los campesinos comenzaron a organizarse para que los
incluyeran en la repartición de tierras.
Los latifundistas crearon
pequeñas propiedades ficticias dentro del latifundio, para que cuando
se emitiera un decreto de dotación agraria se pudieran amparar bajo el
argumento de que era una pequeña propiedad registrada y con antigüedad.
Las
organizaciones campesinas se dieron cuenta de lo que pretendían los
latifundistas y se fortaleció la organización. Comenzaron a invadir
tierras y fueron aprehendidos los líderes: Arturo Gámiz, Pablo Gómez y
Judith Reyes, esta última una periodista que había llegado de
Tamaulipas.
Luego de salir bajo fianza por la presión de la lucha, Arturo Gámiz viajó a la sierra para organizar el levantamiento.
En
ese entonces Pedro Muñoz Grado cubría la fuente política. Durante la
transición de gobernador, dice, vio cómo se recrudeció la represión
contra los campesinos con el general Praxedis Ginner Durán, a partir del
4 de octubre de 1962.
Luego de unos años pidieron su renuncia a Pedro Muñoz y fue estigmatizado como comunista.
“Cuando
ocurrió el asalto, las autoridades municipales recogieron los cadáveres
de los ocho guerrilleros. Como llovía, los llevaron a la explanada de
la presidencia municipal. En la tarde la población fue a ver los cuerpos
y la familia Gaytán (que vivía en Madera) reconoció a Salomón Scobell
Gaytán y se los entregaron”, relata Muñoz.
Los profesores de
Chihuahua se enteraron de que habían entregado un cuerpo y se cooperaron
para pagar una avioneta y viajar para recuperar los cadáveres de Pablo
Gómez y Miguel Quiñónez.
Cuenta el reportero que él viajó en la
unidad. Con él iban Simón Gómez (hermano de Pablo Gómez), el conductor y
el encargado de la funeraria Lozoya.
Cuando llegaron vieron cómo
eran exhibidos los cuerpos por toda la ciudad, en una camioneta.
Finalmente los familiares pudieron recuperarlos y se les permitió
realizar una misa y sepultarlos sin problema.
Pedro Muñoz relata
que el encargado de la funeraria preparó el cuerpo de Pablo Gómez, y
cuando lo iban a acomodar en la avioneta, para llevarlo a Chihuahua, el
piloto recibió una llamada de Ginner: “No traigan esos cuerpos. ¿Querían
tierra?, dénselas hasta que se harten”. Y llevaron los cadáveres a la
fosa común.
“Cuando tiraron a Pablo yo usaba paliacates, le eché
uno en la cara para cubrirle la tierra y para identificarlo en caso de
que permitieran sacarlo”, subraya.
Dos años después el gobierno
federal entregó las tierras a los ejidatarios de Huizopa en el 50
aniversario de la Constitución. Ramón Mendoza, uno de los guerrilleros
sobrevivientes, llegó al lugar con una brigada de ingenieros para hacer
la entregar de las tierras a los campesinos.
Hoy los presentes en
el panteón recordaron a Arturo Gámiz García, profesor rural y dirigente
de la guerrilla, quien contaba con 25 años de edad cuando lo mataron;
Pablo Gómez Ramírez, médico y profesor de la Escuela Normal Rural de
Saucillo, de 39; Óscar Sandoval Salinas, estudiante de la normal, de
20, y Emilio Gámiz García, estudiante, de 20 años.
También a
Miguel Quiñónez Pedroza, profesor rural y egresado de la Normal del
Estado, de 22 años cuando perdió la vida; Rafael Martínez Valdivia,
profesor rural, de 21; Salomón Gaytán, campesino, de 23, y Antonio
Scobell Gaytán, también de 23 años.
De igual manera fueron
recordados Guadalupe Scobell Gaytán, quien fue fusilado dos años después
del asalto, así como José Juan Fernández Adame, Ramón Mendoza y Juan
Antonio Gaytán.
A Florencio Lugo y Francisco Ornelas Gómez, sobrevivientes, les brindaron aplausos.
/ 25 de septiembre de 2013)
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