miércoles, 25 de septiembre de 2013

LLORA EL PUEBLO; RECLAMAN A POLICÍAS: ¿DÓNDE ESTABAN?


El pueblo entero lloró. Por unas horas en las calles de arena de Loma Blanca no se escuchaban más que gritos de dolor y llanto.

La masacre de la noche del domingo tiene a los casi dos mil habitantes confundidos.

Hay coraje, impotencia, frustración.

“Miren nuestros corazones, estamos quebrados, rotos, pero vamos a salir adelante. Aquí queremos justicia no queremos un parque. Nosotros no somos Juárez, a nosotros no nos van a conformar con un parque”, dijo una madre de familia en alusión a la masacre de Villas de Salvárcar.

Por la mañana y tarde los comercios permanecieron cerrados, algunos parece que para siempre. Los dueños dejaron de lado sus ventas para solidarizarse con las familias que desde las once de la noche del lunes velan a sus muertos y que ayer cargaron a la capilla del pueblo.

Los momentos más difíciles fueron vividos en el panteón del ejido San Isidro, donde las familias pasaron del llanto al reclamo.

Los deudos preguntaron a los policías por qué los abandonaron.

¿Dónde estaban cuando más los necesitamos?, espetó una madre con rabia a mitad del panteón donde fueron sepultados Luis Alonso Frayre Alarcón, de 15 años, su tío Julio César Alarcón Carrillo, de 36, y Ricardo Vega Pérez, de 17.

Los agentes simularon no escuchar para no responder. La realidad es que no tenían respuestas, no había nada qué decir.

La mañana del martes en Loma Blanca reflejaba el ánimo de la comunidad. A muy temprana hora la movilización policiaca se intensificó con el hallazgo de las llamadas ‘narcopintas” y aunque los vecinos se enteraron del contenido de los mensajes, los ignoraron y continuaron con su duelo.

En la vivienda l número 4610 de la carretera Juárez Porvenir y calle Raymundo Herrera, el ambiente era de tristeza.

Los cuerpos de Luis Alonso y su tío Julio César fueron velados desde la 11 de la noche del lunes y la familia llevaba más de 48 horas sin dormir.

Mientras los Alarcón tenían en casa a sus seres queridos, los integrantes de la familia Mancha Armendáriz se unieron  para hacer soportable el dolor.

Las dos madres se fundieron en un largo abrazo. “¿Por qué..?”, preguntaron.

De noche los vecinos se solidarizaron de inmediato y acercaron pan y café para pasar la noche, también troncos de leña.

Por la mañana el olor a la leña de mezquite y café de olla disfrazó el olor a muerte, el menudo alimentó a estas familias con  hambre y sed de justicia.

En la carretera Juárez-Porvenir un grupo de estudiantes del Cecytec plantel 7 caminaba hacia la casa de Alonso, ya habían visitado a Ricardo Vega Pérez, de 17 años, y querían ver a su amigo. Los dos amigos eran integrantes del equipo Tigres de la preparatoria.

Su pasión por el beisbol los llevó a jugar en los dos equipos. Fue con “Los Cardenales” con quien ganaron el torneo y motivó el festejo familiar en casa de Julio César.

“Los dos jugaban beisbol y jugábamos juntos desde la secundaria, eran buenas personas. Nosotros estamos apoyando a la familia y apoyándonos entre nosotros”, dijo Alejandro Prieto.

El personal de la Unidad de Atención a Víctimas de la FGE acudió a la casa de los deudos, ya que los alumnos no asistieron a clases para acudir a los servicios funerarios de los tres amigos.

“A todos nos causó sorpresa este crimen. Ricardo era muy aplicado, era muy buena persona, nos puso muy triste esto”, dijo otro compañero que se enteró de la muerte de su amigo por medio de las redes sociales.

Los jóvenes dejaron una pelota de beisbol con las firmas de los integrantes del equipo Tigres sobre el féretro donde yacía Ricardo, quien lució su uniforme del equipo escolar.

“Le faltaba poco para graduarse, estaba a poco de convertirse en hombre", lamentó Alejandro Prieto.

En la casa de Richy como le decían de cariño, su tía accede a platicar.

“No sabemos por qué lo mataron, mi sobrino era inocente”, aseguró.

A las tres de la tarde Richy salió de su hogar. Sus amigos y familiares cargaron el ataúd de madera y se dirigieron caminando a la casa de “Los Cardenales”, ahí fue colocado en el centro de campo de arena y le dedicaron una porra y un minuto de aplausos.

Luego, sus compañeros del equipo y familiares caminaron por cada base. Richy anotó su último home run.

En el poblado de El Chamizal, ubicado a un lado de Loma Blanca, madre e hijo llegaban juntos a casa.

María Mireya Armendáriz Meza, de 33 años y  su hijo Edgar Aarón Acosta Armendáriz, de 15, así como Miguel Antonio Mota Armendáriz, de 25, fueron velados juntos.

El padre de Miguel, José Hesiquio Mota Ortega, de 45, fue velado en Juárez, ya que estaba separado de la madre  de su hijo y las hermanas fueron las responsables de darle sepultura.

El triple velorio fue insoportable para la matriarca de la familia. Le gritaba a sus nietos que se levantaran, a su hija le pedía que no la dejara sola.

"Qué sea Dios quien los bendiga con su perdón, yo no puedo", gritó una mujer ante los féretros blancos, que pagó la Fiscalía General del Estado, ya que absorbió el total de gastos funerarios.

Más adelante, sobre la carretera Juárez-Porvenir, otra familia recibió a sus seres queridos.

Poco después de las doce del mediodía, Martín Mancha Armendáriz, de 49 años, y su hija Perla Michelle Mancha Dávila, de 6, también llegaron a casa.

Los vecinos, muchos de ellos residentes de El Paso, Texas, llevaron alimentos, agua, fruta, comida y hasta una manta de plástico de la publicidad del candidato electo Enrique Serrano que sirvió para proteger a los deudos del sol.

La madre de Perla se quedó a cargo de dos hijos adolescentes. Ella declinó hacer declaraciones porque dijo sentirse agraviada por la forma como manejó el caso un medio de comunicación local y por considerar que faltaron el respeto a las familias, rechazó, con cortesía no emitir declaraciones.

Mientras ofrecía un pan, agua y una silla, la madre de familia dijo que el respeto se ganaba y el medio de comunicación había sido irrespetuoso. Luego, permitió el acceso a su casa mientras llegaba su hija y su marido.

Cuando los cuerpos entraron a la vivienda, el dolor de los presentes fue insoportable.

A las tres de la tarde, mientras Richy era llevado en hombros a la iglesia, del otro lado de la carretera Julio y Alonso también eran trasladados a la capilla de Santa Rosa de Lima.

Los matachines le rindieron un tributo al hombre que formó el grupo Danza Guadalupana y el equipo de beisbol “Los Cardenales”.

El servicio religioso fue suspendido una ocasión a causa del llanto de varias estudiantes, las cuales tuvieron que ser auxiliadas por sus propios compañeros.

El párroco pidió fortaleza a todos, particularmente cuando este miércoles será el servicio religioso de cinco víctimas más.

El cortejo fúnebre se dirigió al panteón del Ejido San Isidro y pasaron justo enfrente de la casa de la familia Mancha Dávila, donde los deudos se persignaron y alzaron la mano para decir adiós a los tres amigos. La caravana siguió su camino

La calle de arena dificultó el paso de muchos autos, pero ni así dejaron solos a los tres primeros vecinos que iban a ser sepultados.

Decenas de personas rezaron, lloraron y pidieron justicia.

En el panteón, los habitantes corrían de una sepultura a otra, primero fue Alonso, luego Julio y al final Richy. El sonido de los tambores ahogó los gritos de las madres, de la esposa, de las abuelas, de las amigas, de los compañeros de clases, de los vecinos.

Mientras el sol se ponía, el pueblo lloró.

(Luz del Carmen Sosa/El Diario)

(EL DIARIO, EDICION JUAREZ/ Luz del Carmen Sosa| 2013-09-24 | 23:31)

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