El pueblo entero
lloró. Por unas horas en las calles de arena de Loma Blanca no se escuchaban
más que gritos de dolor y llanto.
La masacre de la
noche del domingo tiene a los casi dos mil habitantes confundidos.
Hay coraje,
impotencia, frustración.
“Miren nuestros
corazones, estamos quebrados, rotos, pero vamos a salir adelante. Aquí queremos
justicia no queremos un parque. Nosotros no somos Juárez, a nosotros no nos van
a conformar con un parque”, dijo una madre de familia en alusión a la masacre
de Villas de Salvárcar.
Por la mañana y
tarde los comercios permanecieron cerrados, algunos parece que para siempre.
Los dueños dejaron de lado sus ventas para solidarizarse con las familias que
desde las once de la noche del lunes velan a sus muertos y que ayer cargaron a
la capilla del pueblo.
Los momentos más
difíciles fueron vividos en el panteón del ejido San Isidro, donde las familias
pasaron del llanto al reclamo.
Los deudos
preguntaron a los policías por qué los abandonaron.
¿Dónde estaban
cuando más los necesitamos?, espetó una madre con rabia a mitad del panteón
donde fueron sepultados Luis Alonso Frayre Alarcón, de 15 años, su tío Julio
César Alarcón Carrillo, de 36, y Ricardo Vega Pérez, de 17.
Los agentes
simularon no escuchar para no responder. La realidad es que no tenían
respuestas, no había nada qué decir.
La mañana del martes
en Loma Blanca reflejaba el ánimo de la comunidad. A muy temprana hora la
movilización policiaca se intensificó con el hallazgo de las llamadas
‘narcopintas” y aunque los vecinos se enteraron del contenido de los mensajes,
los ignoraron y continuaron con su duelo.
En la vivienda l
número 4610 de la carretera Juárez Porvenir y calle Raymundo Herrera, el
ambiente era de tristeza.
Los cuerpos de Luis
Alonso y su tío Julio César fueron velados desde la 11 de la noche del lunes y
la familia llevaba más de 48 horas sin dormir.
Mientras los Alarcón
tenían en casa a sus seres queridos, los integrantes de la familia Mancha Armendáriz
se unieron para hacer soportable el
dolor.
Las dos madres se
fundieron en un largo abrazo. “¿Por qué..?”, preguntaron.
De noche los vecinos
se solidarizaron de inmediato y acercaron pan y café para pasar la noche,
también troncos de leña.
Por la mañana el
olor a la leña de mezquite y café de olla disfrazó el olor a muerte, el menudo
alimentó a estas familias con hambre y
sed de justicia.
En la carretera
Juárez-Porvenir un grupo de estudiantes del Cecytec plantel 7 caminaba hacia la
casa de Alonso, ya habían visitado a Ricardo Vega Pérez, de 17 años, y querían
ver a su amigo. Los dos amigos eran integrantes del equipo Tigres de la
preparatoria.
Su pasión por el
beisbol los llevó a jugar en los dos equipos. Fue con “Los Cardenales” con quien
ganaron el torneo y motivó el festejo familiar en casa de Julio César.
“Los dos jugaban
beisbol y jugábamos juntos desde la secundaria, eran buenas personas. Nosotros
estamos apoyando a la familia y apoyándonos entre nosotros”, dijo Alejandro
Prieto.
El personal de la
Unidad de Atención a Víctimas de la FGE acudió a la casa de los deudos, ya que
los alumnos no asistieron a clases para acudir a los servicios funerarios de
los tres amigos.
“A todos nos causó
sorpresa este crimen. Ricardo era muy aplicado, era muy buena persona, nos puso
muy triste esto”, dijo otro compañero que se enteró de la muerte de su amigo
por medio de las redes sociales.
Los jóvenes dejaron
una pelota de beisbol con las firmas de los integrantes del equipo Tigres sobre
el féretro donde yacía Ricardo, quien lució su uniforme del equipo escolar.
“Le faltaba poco
para graduarse, estaba a poco de convertirse en hombre", lamentó Alejandro
Prieto.
En la casa de Richy
como le decían de cariño, su tía accede a platicar.
“No sabemos por qué
lo mataron, mi sobrino era inocente”, aseguró.
A las tres de la
tarde Richy salió de su hogar. Sus amigos y familiares cargaron el ataúd de
madera y se dirigieron caminando a la casa de “Los Cardenales”, ahí fue
colocado en el centro de campo de arena y le dedicaron una porra y un minuto de
aplausos.
Luego, sus
compañeros del equipo y familiares caminaron por cada base. Richy anotó su
último home run.
En el poblado de El
Chamizal, ubicado a un lado de Loma Blanca, madre e hijo llegaban juntos a
casa.
María Mireya
Armendáriz Meza, de 33 años y su hijo
Edgar Aarón Acosta Armendáriz, de 15, así como Miguel Antonio Mota Armendáriz,
de 25, fueron velados juntos.
El padre de Miguel,
José Hesiquio Mota Ortega, de 45, fue velado en Juárez, ya que estaba separado
de la madre de su hijo y las hermanas
fueron las responsables de darle sepultura.
El triple velorio
fue insoportable para la matriarca de la familia. Le gritaba a sus nietos que
se levantaran, a su hija le pedía que no la dejara sola.
"Qué sea Dios
quien los bendiga con su perdón, yo no puedo", gritó una mujer ante los
féretros blancos, que pagó la Fiscalía General del Estado, ya que absorbió el
total de gastos funerarios.
Más adelante, sobre
la carretera Juárez-Porvenir, otra familia recibió a sus seres queridos.
Poco después de las
doce del mediodía, Martín Mancha Armendáriz, de 49 años, y su hija Perla
Michelle Mancha Dávila, de 6, también llegaron a casa.
Los vecinos, muchos
de ellos residentes de El Paso, Texas, llevaron alimentos, agua, fruta, comida
y hasta una manta de plástico de la publicidad del candidato electo Enrique
Serrano que sirvió para proteger a los deudos del sol.
La madre de Perla se
quedó a cargo de dos hijos adolescentes. Ella declinó hacer declaraciones
porque dijo sentirse agraviada por la forma como manejó el caso un medio de
comunicación local y por considerar que faltaron el respeto a las familias,
rechazó, con cortesía no emitir declaraciones.
Mientras ofrecía un
pan, agua y una silla, la madre de familia dijo que el respeto se ganaba y el
medio de comunicación había sido irrespetuoso. Luego, permitió el acceso a su
casa mientras llegaba su hija y su marido.
Cuando los cuerpos
entraron a la vivienda, el dolor de los presentes fue insoportable.
A las tres de la
tarde, mientras Richy era llevado en hombros a la iglesia, del otro lado de la
carretera Julio y Alonso también eran trasladados a la capilla de Santa Rosa de
Lima.
Los matachines le
rindieron un tributo al hombre que formó el grupo Danza Guadalupana y el equipo
de beisbol “Los Cardenales”.
El servicio
religioso fue suspendido una ocasión a causa del llanto de varias estudiantes,
las cuales tuvieron que ser auxiliadas por sus propios compañeros.
El párroco pidió
fortaleza a todos, particularmente cuando este miércoles será el servicio
religioso de cinco víctimas más.
El cortejo fúnebre
se dirigió al panteón del Ejido San Isidro y pasaron justo enfrente de la casa
de la familia Mancha Dávila, donde los deudos se persignaron y alzaron la mano
para decir adiós a los tres amigos. La caravana siguió su camino
La calle de arena
dificultó el paso de muchos autos, pero ni así dejaron solos a los tres
primeros vecinos que iban a ser sepultados.
Decenas de personas
rezaron, lloraron y pidieron justicia.
En el panteón, los
habitantes corrían de una sepultura a otra, primero fue Alonso, luego Julio y
al final Richy. El sonido de los tambores ahogó los gritos de las madres, de la
esposa, de las abuelas, de las amigas, de los compañeros de clases, de los
vecinos.
Mientras el sol se
ponía, el pueblo lloró.
(Luz del Carmen
Sosa/El Diario)
(EL DIARIO,
EDICION JUAREZ/ Luz del Carmen Sosa| 2013-09-24 | 23:31)
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