lunes, 21 de enero de 2013

EL SILENCIO QUE RECLAMA JUSTICIA




Desilusionados de exigir freno a la impunidad sin obtener resultados, familiares de las víctimas de la ola de homicidios en Culiacán dejan de protestar

Azucena Manjarrez
Su lucha duró tres años. Alma Trinidad Camacho organizó marchas por las principales calles de la ciudad, plantones en la Casa de Gobierno, en la Unidad Administrativa, en el Zócalo capitalino junto al poeta Javier Sicilia. Quería justicia por el asesinato de su hijo Cristóbal Herrera Camacho.

Él fue uno de los nueve hombres abatidos con armas de grueso calibre en un taller mecánico de la Colonia Los Pinos, el 10 de julio de 2012.

Tenía 16 años y había acudido a reparar los frenos de un automóvil. No debía morir. Desde entonces el dolor y la impotencia llevaron a Alma Trinidad a espetar a los poderosos, a mover lo que no se mueve. Lo hizo desde la soledad de una madre desesperada, así como en 1996 lo realizaron familiares de los primos Abraham Hernández Picos, Jorge Cabada Hernández y Juan Emerio Argüelles, los desaparecidos en Las Quintas.

También los amigos y familiares de la maestra universitaria asesinada, Perla Lizet Vega; las asociaciones de periodistas por las muertes de Óscar Rivera y Humberto Millán, y la luchadora social Meché Murillo por la de su hermano Ricardo.

En el caso de la maestra Perla Lizet Vega, hay una persona detenida como presunto responsable del asesinato.

De la lucha al silencio

De lucha social, Alma no sabía nada. Sólo salió a las calles con pancartas a protestar, a decirles a las autoridades que no se estaba trabajando.

El recorrido siempre fue el mismo. Lo llegó a conocer como la palma de su mano. Desde La Lomita hasta Catedral, a la Procuraduría, a la Casa de Gobierno. La intuición le decía que algo lograría, aunque a su hijo no lo vería más. Se encontró con otras madres en la misma situación, la creación del grupo Voces Unidas por la Vida, sirvió para ello.

También para que el caso fuera atraído por las autoridades federales, pero la sensación de sentirse sola, abandonada, abatida, desmoralizada, nunca se alejó.

Hace más de un año decidió parar, ya no exponerse a que los mismos que asesinaron a su hijo, le hagan daño al resto de su familia. Alma lo justifica: "Yo quise salir a la calle a protestar, a decirle a nuestra autoridades que no se está trabajando y todos se hacían de oídos sordos.

Fueron casi tres años de marchas, me sé el recorrido como la palma de la mano".

En ese trayecto hubo gente que la apoyó, en el Congreso se formaron comisiones, que para resolver el caso no fueron útiles, fue entonces cuando se preguntó para qué seguir.

"Con todo esto me di cuenta del País en el que vivimos, ya no quise seguir, tuve miedo, tú sabes cómo se manejan las cosas en Sinaloa, porque afectas intereses, la autoridad no te protege.

Te das cuenta que no hay más seguridad para nadie, que pedir justicia, es pedir favores", detalla. "Uno se deja de todo esto porque no hay apoyo, a veces ni de la familia, quienes salimos a las calles a pedir justicia no tenemos seguridad, para las autoridades yo andaba de revoltosa; yo quisiera seguir pero tengo miedo, la misma familia me dijo '¡ya párale!'".

Duelo eterno

En 2008, Dionis Obregón perdió a su hijo Ernesto Uzeta Obregón, de 25 años. Fue asesinado cuando platicaba con un amigo en la Colonia Nuevo Culiacán. Tampoco debió morir.

Desde entonces vivió el duelo. A los 15 días de la muerte de su hijo acudió a las autoridades. Le dijeron que fue mala suerte, que investigarían.

No regresó. Sabía, que lejos de encontrar respuestas sufriría ante tanta impunidad. Vivió la ausencia con terapias tanatologícas, diplomados, apoyo espiritual, sicológico. Después de la pausa en la que se envuelven los deudos, lo único que buscó fue sanar. No salir a las calles a pedir una justicia, que no llegaría.

"Cuando uno pierde a un hijo entra en una etapa de shock, de pausa, no tenemos opción para pensar, menos para exigir el esclarecimiento de su asesinato, menos cuando uno ve tanta injusticia", critica.

"Todos los que perdemos a un familiar que tienen una muerte inesperada, no tenemos la capacidad de pensar en hacer pancartas, marchas, lo que uno hace es buscar apoyo y aceptar lo que le tocó a uno, porque hay un camino que recorrer".

Estelas de la injusticia

El 2012 dejó a Sinaloa mil 465 homicidios dolosos. Mil 465 duelos. Mil 465 ausencias.

Familias con heridas abiertas y silencios profundos, aquéllos surgidos por la impunidad, el miedo y la indiferencia.

La muerte pareciera tener permiso. Las vidas truncadas son el diario acontecer, y pocos piden justicia. Las calles no se toman, los reclamos son pocos.

De lo contrario la imagen, según la luchadora social Mercedes Murillo, sería la siguiente: "un gobierno más justo y una sociedad más participativa".

Si en las marchas contra la violencia que se han realizado contáramos tan sólo con dos personas de cada muerto, se llenaría la Avenida Álvaro Obregón, pero la idea de que ya se murió y no lo voy a revivir, no lo permite".

Y eso para Meché, no es producto del miedo, sino de la comodidad. Las personas prefieren ver las telenovelas, dice.

"A lo mucho nosotros hemos reunido 150 personas, que si sacamos cuentas, apenas son los muertos de un mes; se confunde la solidaridad con la política, es un error pensar que nuestros muertos estuvieron en el lugar equivocado", resalta.

"En Sinaloa a nadie le importan los muertos inocentes, no hay solidaridad, se piensa que salir a las calles para manifestarnos, es estar en contra del Gobierno, y eso no es así".

No es extraordinario

El sicólogo social Tomás Guevara dice que el silencio ante la muerte en Sinaloa tiene sentido. La sociedad tiende a naturalizar los procesos que se repiten. Se vuelven familiares. La muerte es uno de ellos.

Desde mediados de los 70, los sinaloenses vivieron en este ambiente, incluso a Culiacán se le llegó a nombrar como el Chicago de México. "A un joven que desde que nació oye balazos, ambulancias, noticias, piensa que morir es como llover o que los árboles son verdes, es parte de su vida cotidiana, no tienen referencia y es muy difícil que se conmocione con tanta muerte", asegura.

Esto explica, según Guevara, que en otros países u estados la gente sea más participativa en la búsqueda de la justicia.

En los últimos 15 años se ha visto cómo los homicidios dolosos han crecido de manera proporcional al de la población, son parte de la vida social, una situación que no se vive en otros lugares.

"Es muy difícil que en Sinaloa se vean marchas concurridas, incluso que la gente salga a las calles a pedir justicia, claro que hay otros estados con violencia en los que la gente sí se organiza, pero son lugares sin un pasado tan violento como el sinaloense".

Guevara señala que lo terrible de vivir la ausencia de los deudos en silencio no es extraño, lo triste es que ya nada espanta, al menos que sea algo extraordinario.

(NOROESTE/ IONSA/ AZUCENA MANJARREZ/21 DE ENERO 2013)

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