Por
Cuauhtémoc Morgan
Cada
año, el recuerdo cíclico de la peor tragedia que un desastre natural ha
ocasionado en Baja California Sur, golpea fuerte los corazones de miles de
paceños que sintieron en carne propia al Huracán Liza.
A la
fecha no hay residente en la capital de sudcalifornia, que no haya sufrido la
desaparición de un amigo o familiar en los oscuros días posteriores al 30 de
septiembre de 1976. ¿Fueron 600 los que murieron? Definitivamente no. La
vergüenza oficial llevó a maquillar esas cifras, al igual que ocurrió con los
terremotos de la ciudad de México. En realidad fueron más de 7 mil los muertos y
desparecidos, ¡el 10 por ciento de la población paceña!
He
tenido acceso a un testimonio muy realista, el más confiable diría yo de una
testigo de este huracán.
Se
trata de Gregoria Hernández, quien dice que los días anteriores al funesto
evento, todo era normalidad. Se habían recibido algunos reportes sobre la
inestabilidad en la zona del Pacífico, sin embargo en aquel tiempo la
información era confusa, engañosa, poco clara.
La
referencia que se tomaba para ubicar los huracanes era la Isla Socorro, un
pequeño punto perdido en el Océano Pacífico. Los boletines transmitidos por el
Servicio Meteorológico Nacional llegaban vía teletipo a las redacciones de los
periódicos y eran re transmitidos “me acuerdo mucho en los cortes informativos
de la HZ y de Pancho King en la XENT”.
Relata que los días eran normales
pues la cercanía de un huracán no impactaba mucho el estilo de vida de los
paceños, “la lluvia finita comenzó como a las 12 del día y una hora antes
fui por los niños al colegio pues los despacharon temprano”.
Gregoria dice que no existía mayor temor
entre la población, “esa tarde del miércoles 29 de septiembre todavía nos dimos
tiempo para ir a comer a un restaurant en el centro, aunque la luz en algunos
lados ya se había ido desde las 12 del día, pero la lluvia comenzó muy
persistente a las cinco y seis de la tarde, una lluvia ligera con algo de
viento, era el avance del ciclón”.
“Las
calles del centro de la ciudad comenzaron a inundarse, la 16 de septiembre
estaba intransitable, los arroyos estaban bajando (como siempre) y fue por eso
que nos fuimos a la casa para prepararnos, ya no fuimos a trabajar esa tarde el
clima estaba empeorando el viento no cesaba, recuerdo que los cables de
electricidad chillaban”.
La
furia del Huracán “Liza”
Refugiada en su hogar de la calle
Jalisco, paralela a la unidad habitacional de Infonavit “Domingo Carballo”,
Gregoria Hernández y su familia colocan tablas y protecciones en las ventanas,
ya eran las 7 de la noche y no había luz, el nublado hizo oscurecer el horizonte
antes de tiempo y los vientos comenzaron a atacar con furia.
“Ya no había carros
circulando, el agua sobre la calle Jalisco subía y subía y como a las ocho de la
noche fue cuando comenzamos a escuchar crujidos muy fuerte, era que varios
árboles de eucalipto estaban cayendo frente a nuestra casa”.
Lo
peor había comenzado, ya eran las ocho de la noche y un ventanal de la casa de
Gregoria estalló en mil pedazos, “como pudimos se colocó una tabla grande de
madera para que no entrara agua, pero lo que me preocupaba era ver cómo el nivel
del arroyo que se hizo sobre la calle Jalisco subía sin parar y aunque la casa
está en alto nunca había subido tanto ese arroyo”.
Casi
todos los hijos de Gregoria ya estaban dormidos en medio del caos, pero después
de las doce de la noche inicia lo peor, “eran muchos los carros que pasaban
frente a la casa y se escuchaban incesantes gritos de auxilio, la gente en su
interior era arrastrada por el gran arroyo que se formó… ¿qué hacíamos?, eran
gritos desgarradores de hombres y mujeres llorando pidiendo auxilio,
¡rescátennos por favor!, ¡auxilio me muero!, ¡mis hijos!, todo era un verdadero
caos una historia de terror”.
Desde entonces esos gritos desgarradores
solicitando ayuda, siguen muy presentes en Gregoria Hernández, “impotencia por
no poder ayudar a la gente, tristeza porque se trataba de familias que iban
rumbo a la muerte segura, ¡que tragedia!”…
La
luz revela la magnitud de la tragedia
La
mañana del jueves 30 de septiembre, después de casi no dormir, Gregoria sale a
recorrer su colonia, “luego luego en la esquina (Jalisco y Chiapas) encontré
gente muerta, cadáveres de jóvenes, señores, caminé y caminé y en cada cuadra
era lo mismo, carros semi enterrados con gente adentro, niños sin ropa, llenos
de lodo, mujeres, señoras jóvenes muertas con el último lamento de dolor en el
rostro… todo había terminado”.
La
unidad habitacional Infonavit “Domingo Carballo Félix”, que era el último
asentamiento habitacional al sur de la ciudad, tenía severos daños en muchas
casas, sobre todo las de dos pisos, “pero había otras que las había afectado
mucho la inundación, familias que murieron dentro de sus propias viviendas o
bien, personas muertas arrastradas por las aguas depositadas ahí, por eso no
dejé a los niños salir, era demasiada gente la que murió”.
Fue
por el arroyo El Cajoncito que se vino el alud de agua que arrasó con el sur de
la ciudad. Los mayores daños se pudieron apreciar desde la Casa de la Juventud
(antes CREA hoy ISJUDE) hasta la colonia Infonavit y desde el cerro Atravesado
hasta el barrio del Manglito. Prácticamente el 25 por ciento de la ciudad había
desaparecido.
Dice
doña Gregoria que los primeros que salieron a la calle, fueron los soldados del
14 Batallón de Infantería, acantonados en la tercera zona militar. “Ellos fueron
los que vi desde el jueves haciendo recorridos a pie, los carros no transitaban
las calles estaban destrozadas”.
Poco
a poco se fueron incorporando miembros de grupos de rescate, como la Cruz Roja,
todos ellos recogiendo los cadáveres que echaban en camiones porque desde la
tarde del mismo jueves ya se estaban hinchando por el calor. “Mucha gente perdió
sus casas, recuerdo que a muchos les dieron alojamientos en las escuelas, en
bodegas porque no tenía a donde ir”.
También “brigadas de vacunación de los
mismos soldados fueron atendiendo a toda la gente y muchos se concentraron en la
zona del Palacio de Gobierno para preguntar por sus familiares, pero no había
respuestas, de hecho ni siquiera el gobernador (Ángel César Mendoza Arámburo) se
encontraba en Baja California Sur”.
Conforme transcurrieron los días se fue
desvelando la magnitud de esta tragedia. Los muertos fueron sepultados
inmediatamente con maquinaria pesada en largas fosas que están en el Panteón de
los Sanjuanes.
Nunca se supo a ciencia cierta cuántos muertos y desaparecidos
hubo, hay quienes dicen que la cifra ascendió a 10 mil.
Muchos de ellos quedaron
enterrados en grandes fosas que la corriente de agua hizo en el suelo arenoso.
Otros más en los manglares del barrio “El Manglito”.
Cosa
curiosa, la zona centro de la ciudad de La Paz resultó casi intacta, sin mayores
daños.
Por eso hoy en día dicen que no fue tanto la velocidad de los vientos del
huracán “Liza” los que ocasionaron las muertes, sino el violento caudal del
arroyo “El Cajoncito”… Y tienen razón.
Tragedia
que se pudo haber evitado
Estudios posteriores revelaron que un
gavión se reventó y eso provocó que aumentara el volumen del agua que arrastró
el arroyo que acabó con más de 30 colonias.
Aunque nunca se pudo probar la
negligencia de las autoridades, pues en ese tiempo la cultura de la protección
civil, se puede decir, era nula. La cultura preventiva era demasiado pobre,
tanto como la gente que murió en las aguas del Huracán “Liza”.
La
recuperación
A la
semana la luz fue reponiéndose en varias zonas de la ciudad. La ayuda llegó de
todas partes y el gobierno federal en ese tiempo a cargo de Luis Echeverría
Álvarez envió toneladas de víveres.
Se instaló un campamento donde se prestó
ayuda a miles de damnificados en la zona sur de la ciudad, precisamente ese
campamento dio pie a la formación de la popular y famosa colonia 8 de
Octubre.
Pero
el dolor de quienes perdieron a amigos y familiares en ese evento, nunca
desapareció.
Yo
me quedo con este relato, el más fiable y creíble para mí porque es de Gregoria
Hernández… Mi señora madre, sobreviviente del Huracán
Liza.
Predijo Tragedia en Los Cabos
Los
Cabos sufrió una tragedia similar a inicios de noviembre de 1993, cuando una
inusual lluvia hizo correr aguas broncas en el arroyo El Zacatal.
Había una
advertencia que tampoco fue tomada en cuenta. El topógrafo Antonio Olachea,
residente de Los Barriles, publicó un estudio hidrológico sobre el peligro que
deparaba la construcción de viviendas en el arroyo El Zacatal de San José del
Cabo.
La autoridad tampoco hizo caso. Un año después, se presenta la macabra
respuesta con la muerte de decenas de personas en la unidad habitacional
“Ricardo Flores Magón” de
Infonavit.
Predijo la Tragedia
Cinco años antes del “Liza”, el conocido
ingeniero Sebastián Díaz Encinas, en un lance profético con sustento científico,
había advertido a las autoridades sobre el peligro del gavión y el amplio cauce
del arroyo El Cajoncito.
Tal
y como ocurre hoy en día con nuestras autoridades, la manifestación del
ingeniero Díaz Encinas no fue tomada en cuenta.
Fueron gritos en el desierto los
de este personaje, que incomprendido se limitó a publicar en un medio de
comunicación propio sus consideraciones, que adquirieron notoriedad, para
desgracia, una vez ocurrida la tragedia
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