La anomalía que veían los
economistas se disolvió. Se preguntaban, ¿cómo es posible que baje el consumo
en todos los rubros, haya inflación y desempleo creciente y la confianza del
consumidor sea positiva? El INEGI respondió al dar a conocer el Índice de Confianza
del Consumidor de febrero, donde los niveles son los más bajos del nuevo
gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, y los peores desde enero
de 2017. Hay incertidumbre por la inseguridad, y desconfianza en la política
económica. La percepción ciudadana se está alienando con la de inversionistas,
analistas, bancos privados, nacionales y extranjeros, instituciones
multilaterales y organismos internacionales, que suman a esos factores dudas
por las señales contradictorias de López Obrador. La más grande, la cancelación
del nuevo aeropuerto internacional en Texcoco.
Cancelar el proyecto como
resultado de una consulta concentrada en en los municipios pobres en el sur del
país, tuvo consecuencias económicas inmediatas, pero sobre todo, lanzó una
señal de alerta al mundo. Al gobierno de López Obrador lo empezaron a ver con
cuidado. Las inversiones se frenaron, y la economía se contrajo. La Secretaría
de Hacienda redujo su expectativa de crecimiento para 2019 y 2020, pero el
presidente insistió que crecería en dos por ciento y que para finales del
sexenio el crecimiento estaría en cuatro por ciento. El Fondo Monetario
Internacional lo desmintió ayer al dar a conocer sus expectativas de
crecimiento en el mundo. Las señales emitidas por el nuevo gobierno llenas de
incertidumbre política, produjeron un nuevo ajuste a la baja para estos dos
años.
Frente a las noticias
negativas, López Obrador siempre acelera el paso. Aún no reacciona sobre el
nuevo balde de agua fría que le tiró el FMI, pero en situaciones similares en
el pasado, disfraza los malos números con acusaciones a políticos, empresarios,
órganos autónomos y prensa.
López Obrador no entiende de
economía, y a sus colaboradores les cuesta mucho trabajo explicarle las cosas
porque tampoco razona. La subordina a sus objetivos políticos, olvidando que
acciones similares llevaron a la ruina al país. Él mismo lucha contra sus
creencias y se mete en contradicciones. Las evidencias que la economía del país
estaba mucho más grave de la que se imaginaba, lo ha hecho enfurecer en algunas
ocasiones, y molestarse con propios y extraños.
Tuvo que aceptar el recorte
presupuestal que le propuso el secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, cuyo tufo
neoliberal es superior a los que tuvo el gobierno del presidente Enrique Peña
Nieto, con el que tanto se compara, al demostrarle que el dinero en las arcas
del tesoro simplemente no alcanzaría, con todos los indicadores en contra, más
la caída en la recaudación y en el empleo. El subsecretario Arturo Herrera dijo
que para aumentar la recaudación contemplaban restablecer la tenencia de
automóviles en el país, y horas después el presidente lo desmintió por
completo. Este choque con la realidad evoca un dicho tabasqueño: lo mejor de
todo, es lo peor que se va a poner.
Pero para López Obrador, esto
puede significar el final anticipado de su sueño transformador. ¿Qué puede
hacer sin cometer un suicidio financiero? Enviar una señal a los inversionistas
de que entendió que lo que quería hacer, como lo quería hacer, no funcionó, y
es capaz de rectificar. ¿De qué escala tendría que ser esa rectificación? La
respuesta sería tirar la construcción de un nuevo aeropuerto en Santa Lucía y
reanudar la construcción en Texcoco. El mero planteamiento, dada la necedad del
presidente, parece descabellado. Sin embargo, una consideración que podría
hacerse, es que la disyuntiva está entre restablecer un proyecto y encontrar la
forma de tener el menor costo político posible, o pagar costos económicos,
políticos y sociales de mayor envergadura en el largo plazo.
Santa Lucía es un aeropuerto
que sí puede construirse, pero que de acuerdo con los estudios de
aeronavegabilidad, no puede operar en forma simultánea con el Aeropuerto
Internacional “Benito Juárez”. Construirlo sería como añadir una pista más en
la Ciudad de México sin ampliar el tráfico aéreo. No sólo organismos
internacionales han concluido en ello, sino que un estudio de la Fuerza Aérea
Mexicana dice lo mismo. Empeñarse en Santa Lucía, visto logísticamente,
provocará una disrupción en las operaciones de las aerolíneas. Y en términos de
seguridad, existe la certeza de la cancelación de vuelos internacionales.
El presidente no sabe de
estos temas y los responsables de él, tampoco. Pero dentro del gobierno hay
personas con conocimiento técnico y financiero de lo que significa entercarse
en Santa Lucía. López Obrador tiene una oportunidad, aunque en un principio
parezca una locura política. Una pista más en Santa Lucía, disfrazada de nuevo
aeropuerto, no provocará el crecimiento de Texcoco, aunque el gobierno diga lo
contrario. Texcoco no era la mejor opción; era la única posible. Una de las
empresas a las que se recurrió por su opinión, que así lo determinó, es
Aeropuertos de París, a quien le comisionaron el Plan Maestro de Santa Lucía. Al
paso que va, ni siquiera estaría lista su primera fase antes de terminar el
gobierno.
El nuevo aeropuerto de
Estambul, como espejo, arrancó este fin de semana su primera fase operacional,
tras casi cinco años de construcción sin problemas.
López Obrador puede intentar
el rescate de la confianza de los inversionistas y quitarles la idea de que es
un aventurero como jefe de Estado y que sí es capaz de corregir una decisión
equivocada. Para ello, sin embargo, se requiere que cuando menos crea los
números que le presentan los no radicales, y que se aleje de quienes empapan
todo en demagogia, retórica y, sobre todo, embustes.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(EJE CENTRAL/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/RAYMUNDO RIVA
PALACIO/10 DE ABRIL DE 2019)
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