Qué
equivocados estábamos muchos en agosto de 2014. En este mismo espacio se
escribió el día 8: “La próxima semana esperan se promulgue la Reforma
Energética, con lo cual sucederán dos cosas importantes: finaliza el ciclo de
las reformas económicas de segunda generación impulsadas por el Presidente, y
empieza el sexenio de Enrique Peña Nieto. El gobierno comenzó en términos
formales el 1 de diciembre de 2012, pero la administración de la política y la
economía durante los primeros 615 días del sexenio, no tendrá nada que ver con
los mil 574 que le quedan por delante. Esta fue una fase de contención; en la
que viene el Presidente estará sin manos atadas y con todas las herramientas
que le pidió al Congreso para la transformación del país. Mover a México tendrá
que dejar de ser un discurso, y convertirse en realidad”. ¿Cuál fue la realidad
que venía? Incompetencia, es lo que demostró.
Para
ese entonces llevaba un año de fractura con las élites tras la Reforma Fiscal
que provocó que en agosto de 2013, su nivel de aprobación cayera por debajo de
la desaprobación. “Retomará la iniciativa y probablemente la mano suave de todo
este tiempo de negociación de reformas, regrese a la rigidez de esa clase
política mexiquense sofisticada y apabullante”, se apuntó entonces. “Peña Nieto
necesita salir bien en 2015 para estar mejor en 2018. La apuesta es grande, y
cuando se juega alto, se gana mucho o se pierde mucho”. Esto último es lo que
sucedió.
El
Presidente jugó en ligas para las que no estaba capacitado ni él, ni su equipo.
La ruptura con sus aliados, los empresarios, fue visto entonces y todavía
ahora, como la recuperación del poder pleno en Los Pinos, sin compartirlo con
los barones industriales, como creían había sido en el pasado, sin entender que
inclusión no era cesión, y que el consenso para gobernar se construía, no lo
dinamitaba la soberbia.
Movió
a la Nación, pero en su contra. Otoño parecía que sería su coronación
anticipada, pero el 26 de septiembre, 43 normalistas de Ayotzinapa fueron
privados de su libertad. Insensibles en Los Pinos, dijeron que era un tema de
narcotráfico y no intervinieron. Para cuando reaccionó el Presidente, esa
desaparición ya era su responsabilidad y el crimen era de Estado. La
incompetencia, una vez más, lo llevó a ese punto.
Si
las cosas comenzaban a descuadrarse dramáticamente, se pusieron peor cuando en
octubre apareció la casa blanca. Un conflicto de interés que nunca supo
resolver porque jamás comprendió que ese fenómeno no se traduce automáticamente
en corrupción, se convirtió en el símbolo de corrupción de su gobierno y la
marca indeleble de su sexenio. Un poderoso Secretario de Estado asegura que los
empresarios, molestos por el maltrato de Los Pinos, se contaron entre las
fuerzas oscuras que contribuyeron a magnificar la percepción de la corrupción
presidenciall.
No
les fue difícil anidar la idea. La rapacidad cometida o solapada
institucionalmente será una las historias de antología del sexenio. Peña Nieto
batalló contra la percepción durante más un año, pero en diciembre de 2016,
tiró la toalla. En una reunión con un grupo de periodistas, admitió que no
había nada que hacer, y que todo lo que intentara no iba a modificar las cosas.
Desde entonces era un Presidente resignado. Sólo le quedaba machacar
permanentemente sobre las bondades de sus reformas y escoger un candidato
presidencial que pudiera mantener al PRI en el poder. Le había ido
electoralmente mal al PRI en 2015, y en 2016 le fue peor. Escoger un candidato
no militante del PRI fue su apuesta, pero una vez más, la incompetencia de él y
de su equipo que no negociaron cuidadosamente una imposición en un partido
molesto con su jefe político, terminaron de romper la última alianza que le
quedaba, con su propio partido.
Arrancó
el 2018 con ganas de vencer en las elecciones, y al menos dos veces por semana,
discutía con Aurelio Nuño, coordinador de la campaña de José Antonio Meade, la
estrategia electoral. El Presidente, sin embargo, ya estaba en otra realidad.
Cuando fue inevitable el relevo en el PRI, le dijo a Nuño que él sustituiría a
Enrique Ochoa. Eso hubiera sido un gatopardismo, al significar Nuño y Ochoa lo
mismo. Nuño lo persuadió que no era una buena opción. El viejo toque político
del mexiquense, se había agotado. Personas que han hablado con él tras los
últimos intentos por revivir la candidatura oficial previo al primer debate, lo
vieron tranquilo. En público se le veía relajado, inclusive contento.
Es
la despresurización del que perdió la angustia y se le fue la adrenalina. En
este caso, se puede argumentar, de quien se sabe que su tiempo y el de su
partido, acabó, aún antes de realizarse la elección. Asimismo, personas que han
conversado con él sobre el otro tema contencioso, el Tratado de Libre Comercio
de América del Norte, coinciden en que la presión que tenía se disipó, y su
impresión es que Peña Nieto dejó de preocuparse si se ratifica este año o sea
otro Presidente el que lo continúe o lo mate. Lo último en esta misma línea, es
el llamado empresarial a que haga algo en materia de seguridad y que no endose
el problema al siguiente Presidente.
Peña
Nieto respondió derrotado. Ha bajado el telón de su sexenio y espera entregar
la estafeta. Estas son las señales que envía todos los días y que, hasta ahora,
no hay absolutamente ninguna que indique lo contrario.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter:
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 31/05/2018 | 04:09 AM)
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