Las Rastreadoras de El Fuerte, encabezadas por Mirna
Medina, convirtieron la búsqueda de cadáveres en una lucha contra la angustia
de no saber nada de sus seres queridos. “Sólo nosotras sabemos lo que
sentimos”, dice una de ellas. Muchas de las integrantes del colectivo continúan
en él aunque ya se haya identificado a quienes habían desaparecido: es una
forma de llevar algo de paz a las familias en medio de “la matadera” y la
indolencia o complicidad de los gobiernos.
LOS MOCHIS, Sin. (Proceso).-
Con una tristeza que se refleja en sus ojos, Paz Quiroz Cota, de 72 años, mira
a los danzantes que asisten al funeral de su nieto, José Manuel Luna Quiroz,
quien también participaba en los bailes pascolas y venados de los pueblos mayos
y yaquis de esta región de Sinaloa.
Sobre el féretro de José
Manuel, colocado bajo una palapa de su humilde casa, descansa una máscara que
el joven usaba en las danzas durante las celebraciones religiosas de Semana
Santa –parte de la cosmogonía indígena compartida en Sonora y Sinaloa– y, sobre
el piso de tierra, una coca cola de tres litros, la bebida preferida del joven,
que tenía 21 años.
Un día antes del sepelio, el
24 de agosto, Quiroz Cota y su familia recibieron la confirmación de la
identidad de José Manuel por parte de la Fiscalía General de Sinaloa, gracias a
la confirmación de los perfiles genéticos a través de una prueba de ADN.
El muchacho fue reportado
como desaparecido desde el 4 de abril de este año y sus restos se hallaron el
12 de julio, en un operativo encabezado por Mirna Medina Quiñonez, líder de las
Rastreadoras de El Fuerte.
“Cuando el nieto de don Paz
desapareció, él me llamó por teléfono y me dijo: ‘Doña Mirna, así como le he
ayudado a encontrar, ahora ayúdeme a mí; mi nieto está desaparecido’. Ahí te
das cuenta cómo nadie se salva. Don Paz nos ayudó a encontrar 10 cuerpos,
después se colocó en la misma situación que todas nosotras”, reflexiona Mirna.
Un día previo al rescate de
Manuel, el señor Paz tuvo información de que un cuerpo se hallaba flotando
sobre un río cercano a su pueblo en San Blas; intentó llegar, pero en el
trayecto vio “a unos enfierrados” (hombres armados) y después presenció una
balacera que puso en peligro su vida y la de su acompañante.
El 12 de julio, decidió
llamar a Mirna, quien regresaba de Culiacán. “(Mirna) me dijo que me esperara
donde estaba y llegó con las señoras y policías ministeriales. Llegamos al
lugar, vimos el cuerpo flotar, pero la corriente estaba muy fuerte. Una de las
señoras se aventó al agua y luego yo, sacamos el cuerpo. Era mi nieto”, narra
Paz.
Fragmento del reportaje especial publicado en Proceso
2138, ya en circulación
(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ GLORIA LETICIA DÍAZ/ 21
OCTUBRE, 2017)
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