Conforme avanzan las rondas
de renegociación, se confirma la sospecha de que el gobierno de Trump nunca
tenía el menor interés en “actualizar” o “modernizar” el acuerdo trilateral,
sino que solamente busca tiempo para arrinconar y chantajear al gobierno de
México con el fin de obligarlo a aceptar términos aún más lesivos y desiguales
que la versión actualmente vigente del tratado. En su desesperación por detener
la estrepitosa devaluación del peso y evitar un estallido social en el corto plazo,
Peña Nieto le entró al juego del ocupante de la Casa Blanca y ahora se
encuentra en un callejón sin salida.
Para mantener el TLCAN, Trump
exige al gobierno mexicano una serie de concesiones inaceptables que hundirían
la economía nacional durante décadas. Propone, por ejemplo, obligar a México a
aumentar sus importaciones de bienes y servicios de Estados Unidos, así como
fijar en 50% o más el porcentaje requerido de insumos estadunidenses en los
productos industriales de mayor valor agregado exportados desde México al país
vecino. Washington también busca reservar su derecho a violar el acuerdo de
manera unilateral en cualquier momento, por medio de la eliminación del
capítulo 19 del tratado, así como incluir una revisión obligatoria de los
términos del TLCAN cada tres o cuatro años con el fin de ir ajustando detalles
si no se supera el presunto “déficit comercial” de Estados Unidos con México.
Aceptar estos términos
convertiría a México en un simple apéndice de la economía estadunidense.
Simultáneamente se aumentaría nuestra dependencia del norte y se reducirían los
beneficios de nuestro acceso privilegiado al mercado de nuestro poderoso
vecino. A cambio de unas cuantas
migajas, sacrificaríamos de manera definitiva la posibilidad de desarrollar una
verdadera política industrial y de desarrollo agropecuario que pudieran resolver
la pobreza y la desigualdad que tanto lastiman hoy al pueblo mexicano.
A Peña Nieto y a Videgaray no
les preocupa que México desaparezca como Estado soberano. Ellos firmarían
cualquier acuerdo con el fin de mantener una semblanza de estabilidad
financiera durante los meses previos a las elecciones de 2018.
Sin embargo, el pueblo
mexicano no es tonto y podría castigar al gobierno muy fuertemente en las urnas
por este acto de alta traición. Así que los vendepatrias también tienen
guardado un “Plan B”. Desde ahora preparan la opción de envolverse en la
bandera y levantarse indignados de la mesa de negociación del TLCAN con el fin
de lucrar políticamente con su propio fracaso diplomático, presentándose como
los grandes defensores de la patria frente a la intransigencia del gandalla de
la Casa Blanca.
Sin embargo, pocos mexicanos
se dejarían engañar por los discursos patrioteros de estos nacionalistas de
ocasión. Es demasiado tarde para rectificar. Too little, too late, como dicen
los gringos tan admirados por los tecnosaurios que hoy predominan en el
gabinete federal. Peña Nieto y Videgaray han dado demasiadas muestras concretas
de su abyección al imperio para poder rectificar a estas alturas del partido.
Todos recordamos, por
ejemplo, la abierta utilización de los recursos y el prestigio del Estado
mexicano para intervenir a favor de Trump durante la pasada campaña
presidencial en Estados Unidos, con la invitación al magnate neoyorquino a Los
Pinos el 31 de agosto de 2016. El juramento de Peña Nieto en su conversación
telefónica con Trump del pasado 27 de enero –de que “el espíritu de mi gobierno
es la posición de mi administración, es que las cosas vayan bien para Estados
Unidos y que todo vaya bien para su gobierno (de Trump)”– también pinta de
cuerpo entero la visión y la ideología del primer mandatario mexicano.
Ya basta de improvisaciones y
oportunismos en la agenda bilateral. Tanto el entreguismo servil como el
patrioterismo hipócrita lastiman la posición internacional de México y
contribuyen al debilitamiento de la economía nacional. Urge una nueva
diplomacia firme, serena y capaz, que genere respeto en el escenario
internacional.
Con o sin el TLCAN, la
relación bilateral entre México y Estados Unidos seguirá. Pero para que esta
relación sea productiva y efectiva, para que rinda frutos para México y los
mexicanos, hace falta una verdadera interlocución entre iguales. Y una condición necesaria para poder lograr
esta igualdad es un gobierno mexicano plenamente legítimo que cuente con el
respaldo de su propio pueblo y que esté dispuesto a luchar con los ciudadanos
en defensa de la soberanía nacional y la justicia social.
www.johnackerman.blogspot.com
Twitter: @JohnMAckerman
Este análisis se publicó el 15 de octubre de 2017 en
la edición 2137 de la revista Proceso.
(PROCESO/ ANÁLISIS/ JOHN M. ACKERMAN , 22 OCTUBRE,
2017)
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